La entrevista sacó a la luz ese lado de la también colaboradora de televisión que casi nadie conocía y que ella siempre intentó mantener oculta de los medios ante una fachada de felicidad y vida a todo trapo. Un pasado lleno de felicidad pero también de muy malos momentos. Tal y como ella ha explicado, hay uno que marcó un antes y un después y el comienzo de la segunda etapa en su vida: la muerte de su marido. Su historia de amor empezó como si de una película se tratase: se conocieron en un club de jazz y se perdieron la pista hasta que en el multitudinario Londres el destino los volvió a colocar en el mismo punto una tarde aleatoria: "Volvimos a quedar y ya nunca más nos separamos", recordaba con cariño Lomana.
A partir de ahí todo fue una vida de felicidad. A los seis meses se casaron y acabaron viviendo en San Sebastián, después de pasar por Bilbao, donde su marido era uno de los diseñadores industriales más reconocidos; hasta que un trágico accidente acabó con el idilio: "Acabábamos de llegar de Chile [su marido era de allí]. Nos fuimos a pasear a la playa y estuvimos diciéndonos todo el rato lo felices que éramos. Al día siguiente se despidió de mí y le dije que estaba muy guapo, que parecía que iba una boda. Tenía una reunión en Navarra y me dijo que volvería para comer", empezó a relatar: "Yo me fui a la peluquería y cuando volví me extrañó que no estuviera el coche. Estaba sonando el teléfono y era la Policía Foral de Navarra".
Nada hacía esperar a la celebridad que algo tan malo iba a golpear su vida de esa forma: "Cuando me dijo quienes eran yo dije: 'Anda pero si mí marido también está en Navarra, qué casualidad'. Ni se me ocurrió que hubiese pasado algo. Me dijeron que mi marido acababa de tener un accidente y que fuese al hospital cuanto antes. No me podían contar nada más pero era urgente. Fue horrible. No podía articular palabra", contaba ya con lágrimas en los ojos.
"Yo no podía pensar en nada. Dentro de todo ese horror, pensé en coger dinero por si tenía que pagar el hospital y las pastillas de la tensión porque pensé que me daría algo. Cogí un taxi que llevó hasta allí. Solo le pedí al taxista que rezara". Cada vez se le notaba más en la voz que la historia no era sencilla de contar para ella: "Cuando llegué parecía que no tenía nada. No tenía nada roto y simplemente una venda en la cabeza. Pero el médico me dijo que estaba muerto, tenía muerte cerebral. Yo no quería perder la esperanza y por hacerme caso lo tuvieron un día conectado". En ese mismo momento, tuvo que tomar una decisión segura de que su marido estaría de acuerdo con ella: "Decidí donar sus órganos porque era una persona tremendamente generosa".
Las leyendas urbanas sobre su patrimonio
Desde que enviudó, Carmen Lomana siguió con una vida de lujos y a todo trapo, algo que la llevó a ganarse la imagen que hoy en día tiene; pero también el convertirse en la protagonista de muchas leyendas urbanas. Una de ellas decía que se casó con un señor mucho mayor que ella, rico con el que dio el braguetazo y a día de hoy de sigue viviendo a cuenta suya: "Él solo tenía dos años más que yo y vivimos como pudimos", y aclaró: "Nunca he vivido de sus patentes. En su día dije que había más de 1.000 productos en el mercado diseñados por él pero no que esas patentes fuesen mías. Él trabajo para empresas muy importantes como Apple que le pagaban muy bien pero las patentes pertenecen a la empresa. Siempre he sido independiente económicamente porque no he parado de trabajar".
De hecho aseguró que pagó la boda con Capdevila de su propio bolsillo porque su padre no quería que se casase con un chileno: "Para él aquello era demasiado lejos. La mentalidad de la gente mayor". Otra de las leyendas urbanas sobre ella es sobre su etapa en el Banco Santander ("El banco de la rubia", como lo conocía en Londres según Lomana): "Mi padre no me enchufó en Banco Santander, me hicieron un examen", aunque entre risas le reconoció a Mejide que fue una especie de examen de paripé: "Pero yo era una persona totalmente válida y así lo demostré".