Galería: Funeral de Estado de Adolfo Suárez
El que fuera el primer presidente de la democracia de nuestro país, Adolfo Suárez, encontró en la isla de Mallorca su pequeña porción de paraíso en la tierra. Allí pasaba sus vacaciones, jugando al golf o navegando por el Mediterráneo. El de Ávila se enamoró por completo de sus playas y paisajes, por lo que dejó de ser un veraneante para iniciar una nueva vida en la ínsula balear.
Así, cuándo dejó la política, Suárez compró en el año 1995 una parcela de 4.670 metros cuadrados en la fastuosa urbanización de Son Vida, y mandó construir una lujosa mansión a la que él y su mujer, María Amparo Illana, se mudarían. Dos años más tarde, terminó la obra y el matrimonio hizo las maletas para cambiar de aires y pasar su jubilación relajados en la costa.
Lo cierto es que a la mansión no le faltaba detalle. Lejos de ser una humilde casa para dos, el casoplón contaba con 1.100 metros cuadrados construidos en planta hexagonal. Entre las estancias de la morada, se encuentran 8 dormitorios, varios salones interiores y al aire libre, una biblioteca, un gran comedor, piscina y hasta un apartamento anexo para el servicio. Además, las vistas privilegiadas hacen de la casa un lugar perfecto para vivir, siempre y cuando se pueda pagar la fortuna que vale.
Felicidad efímera
Por desgracia, Adolfo Suárez solo pudo pasar tres años de su vida entre las paredes de su lujosa mansión. En el año 2000, el cáncer que padecía su mujer empeoró gravemente, por lo que tuvieron que regresar a Madrid para que recibiera tratamiento. Entonces, después de ponerla en venta, la casa pasó a ser propiedad de otro. El nuevo inquilino renovó los interiores y realizó algunas reformas parciales, aunque conservó el estilo señorial de una morada propia de un icono de la Transición. Dieciocho años después, la casa vuelve a estar en el mercado, estando a disponibilidad de todo aquel que pueda permitirse gastarse 13 millones de euros.