ENTREVISTA BEKIA

Sara Gutiérrez, autora de 'El último verano de la URSS': "Lo peor estaba en la vida diaria, pero nunca me arrepentí de ir"

La oftalmóloga se lanzó a escribir todas las aventuras que vivió en aquella semana en la que recorrió parte de la URSS. Años después, se animó a publicar lo que había escrito.

Guillermo Álvarez 16 Agosto 2021 en Bekia

Cada viaje es una aventura. Algunos marcan mucho, tanto que se siguen recordando con todo lujo de detalles por muchos años que hayan pasado. Eso le ocurrió a Sara Gutiérrez, oftalmóloga y codirectora de Ingenio de Comunicación, que en aquellos años en los que se especializó en oftalmología en Járkov, Ucrania, aprovechó para realizar un viaje por la Unión Soviética en la etapa previa a su caída. Durante una semana visitó la antigua Leningrado (San Petersburgo), Tallin, Riga, Vilna, Lvov, Kiev, Odesa y vuelta a Járkov, un viaje inolvidable que casi tres décadas después se puede leer en el libro 'El último verano de la URSS', del que nos habla en esta entrevista.

Bekia: ¿Por qué este libro tantos años después? ¿Qué te llevó a escribir 'El último verano de la URSS'?

Sara Gutiérrez: Al iniciarse la desescalada tras el confinamiento por la pandemia, le comenté a mi compañera que necesitaba embarcarme en algún proyecto ilusionante y ella me animó a desempolvar el manuscrito que había escrito hace unos 15 años y a ofrecérselo a una editorial teniendo en cuenta que en 2021 se cumplían 30 años de la disolución de la Unión Soviética. De todas formas, en cuanto se lo empecé a contar a mis amigos aquel mismo verano de 1991, me di cuenta de que había sido una experiencia extraordinaria digna de ser compartida. Fue empujada por ellos, por quienes me oyeron contar la historia una y mil veces, y por la necesidad de sacármela de la cabeza y no olvidarla, por lo que me senté a escribir este texto.

B: ¿Por qué quisiste especializarte en Oftalmología en la antigua URSS?

S.G: Tenían fama de estar muy adelantados en la especialidad (empezaba de aquella la cirugía refractiva, el uso del láser...) pero no había un conocimiento real de lo que allí se cocía. Así que, cuando me concedieron la beca, no lo dudé ni un segundo, al fin y al cabo, la posibilidad de formarme en España o en Estados Unidos la tendría siempre a mano.

B: ¿Te arrepentiste en alguna ocasión de haberte trasladado a la entonces Unión Soviética?

S.G: Nunca.

B: ¿A qué crees que se debió el retraso en permitirte viajar?

S.G: Supuse que me habrían descartado al comprobar que no tenía ninguna vinculación con el Partido Comunista, o que de pronto necesitaban la plaza para algún conocido... El caso es que lo peleé y en la siguiente convocatoria me incluyeron sin reservas.

B: ¿2 años y medio en Járkov dan para mucho?

S.G: Dieron para mucho, sí. Aprendí el idioma y a sobrevivir y manejarme en aquella sociedad que poco tenía que ver con la nuestra. Aprendí muchísima oftalmología y cogí, en la mucha cirugía ambulatoria que me permitieron realizar, la soltura que necesitaba para lanzarme a cirugías mayores. Los dos años en el Hospital Oftalmológico de Járkov fueron el trampolín para saltar al Instituto de Microcirugía Ocular de Moscú, en cuyos quirófanos seguí formándome durante tres años más.

B: ¿Qué lugar te impactó más y por qué?

S.G: Sin duda Chernóbil. Ya en Járkov había conocido la triste historia de los liquidadores que se habían dejado la piel en la misión imposible de apagar la explosión. Durante el viaje del mar Báltico al mar Negro, en el compartimento del tren nocturno que nos llevaba de Lvov a Kiev, coincidimos con una familia afectada directamente por el desastre. En 1996, coincidiendo con el décimo aniversario del accidente, visité la Central de Chernóbil, Pripiat (la ciudad muerta), Slavutich (la nueva ciudad), la zona de exclusión y hablé con muchos de los afectados para un reportaje que publiqué entonces en la revista Tiempo. Es una historia sobrecogedora.

B: ¿A cuáles volverías o has vuelto y a cuáles no? ¿Por qué?

S.G: He vuelto a Moscú y a San Petersburgo. Son dos ciudades que arquitectónicamente, culturalmente e incluso gastronómicamente, me fascinan. A los lugares que no he vuelto no lo he hecho porque no he tenido la oportunidad. Si de mí dependiera, volvería a todos y cada uno de los sitios que he pisado en la URSS y de buena gana ampliaría horizontes visitando más territorios.

B: ¿Qué opinas de la Rusia actual? ¿Y de Ucrania, que fue tu primer destino?

S.G: No tenía entonces una opinión global, política, de país y no la tengo ahora. Son dos países en los que tengo amigos y que, inevitablemente, siento un poco míos.

B: ¿En qué era mejor la URSS que el bloque occidental y en qué era peor? ¿Sabe si ha seguido manteniendo la ventaja?

S.G: En el terreno que a mí me interesaba, que era el de la formación como especialista, la URSS tenía muchas ventajas, citaré dos: la más estimulante, la competitividad intelectual, que forzaba a llegar a matices que en circunstancias normales no hubiera importado pasar por alto; la más útil, la superespecialización de los cirujanos, cosa que les permitía darnos una gran libertad de acción a sus tutelados. Lo peor estaba sin duda en la vida diaria. Desde luego el desabastecimiento y el desprecio por la libertad individual no eran envidiables. Mis colegas del Instituto de Microcirugía Ocular de Moscú me aseguran que el nivel no ha caído, que siguen siendo punteros; y los del Hospital Provincial de Járkov afirman que se han puesto al día y que están al nivel tecnológico de cualquier centro occidental.

B: Tu amiga Yulduz te dijo que los rusos son unos abusones ¿Estás de acuerdo con ella?

S.G: No, no comparto esa opinión. Creo que son constructos que uno se hace según la situación que le toca vivir respecto a otros grupos de población u otros pueblos. Y, para ella, los rusos eran los que mandaban.

B: ¿Cómo fue esa visita a Chiroqchi? ¿Fue incómodo que tu pareja tuviera que pasar por una amiga?

S.G: La visita a Chiroqchi (que en la realidad era otra ciudad) fue una fiesta. Además de ser la constatación de que lo que Yulduz había contado sobre su amiga española y el fantástico viaje que habían realizado juntas era cierto, nos permitió a todos disfrutar de lo exótico (ellos para nosotras y nosotras para ellos). Por otra parte, fue también la prueba material de que aquel viaje que habíamos hecho años atrás en trenes nocturnos había sido una burbuja: para mí un viaje más; para ella, el viaje de su vida, como solía decirme. Nos trataron con la máxima hospitalidad a las dos, así que ninguna queja. En cuanto a lo de pasar por un tipo u otro de relación, no fue ni más ni menos incómodo de lo que vivíamos habitualmente en Moscú o en España.

B: ¿Qué fue de Yulduz?

S.G: Yulduz es un personaje, se basa mucho en la persona que viajó conmigo, pero es una creación literaria. En cualquier caso, tampoco sé qué fue de mi amiga. Demasiadas mudanzas para conservar un número y una dirección apuntados en una hoja de papel.

B: ¿Cómo se preparaban viajes en tiempos en los que no había internet?

S.G: Con mucho entusiasmo, un mapa, intuición y ningún miedo a tener que improvisar.

B: ¿Los viajes de antes eran más auténticos? ¿Y más sostenibles?

S.G: Nunca he dejado de viajar y no diría que ningún viaje fue más auténtico que otro, ni que los futuros no lo serán. En cuanto a la sostenibilidad, es algo que nos planteamos desde no hace tanto y que yo aún no tengo del todo claro cómo solucionar porque me parece que lo realmente sostenible sería que no nos moviéramos del sitio, y no sé si eso tiene sentido ni si estoy dispuesta a ello.

B: Aunque Yulduz no te dejó, ¿te gusta viajar sola? ¿Qué es lo mejor y lo peor de viajar sin compañía?

S.G: Prefiero viajar acompañada. Eso sí, por la persona o las personas con las que convivo habitualmente, no tengo ningún interés en unirme a un grupo por no ir sola. Mis circunstancias de aquel momento me llevaban a viajar sola y no me suponía ningún problema. Para mí, la ventaja de ir sola era no tener que compaginarme con alguien a quien no conocía lo suficiente y no tener que asumir los riesgos de otros (de enfermedad o accidente, por ejemplo). Supongo que porque siempre eran viajes relámpago y con ciertas trabas burocráticas, con suficientes inconvenientes per se.

B: En el libro mencionas tu ciudad, Oviedo, como una urbe coqueta. ¿Qué es lo que más te gusta de la capital asturiana?

S.G: Me gustan el tamaño, el ritmo y cada día aprecio más la ubicación. Supongo que la familiaridad del trato y la proporcionalidad de los espacios es lo que me hacen sentirme a gusto, en casa.

B: ¿Cuáles son tus lugares favoritos de Oviedo y por qué?

S.G: Soy incondicional del Oviedo antiguo, en el que están las calles y las plazas, las iglesias y los bares de los días y las noches de mi juventud y al que me gusta volver una y otra vez. También me encanta subir al Naranco y contemplar desde allí el conjunto y cada rincón de la ciudad (eso sí, me gustaría tener poderes para eliminar lo que se me antoja un enorme avión blanco estrellado en medio de la ciudad por Calatrava).