Bekia: ¿Cómo surgió 'Cuando la tormenta pase'?
Manel Loureiro: 'Cuando la tormenta pase' surge, pues como todas las historias, a raíz de una idea. Las ideas son muy baratas. Hay muchas ideas, el problema es conseguir transformar una idea en una historia. Y para que eso pase tiene que suceder algo. A veces le das vueltas, a veces simplemente te lo encuentras de frente y en ocasiones te explotan en las narices. Yo venía desde hacía mucho tiempo dándole vueltas a la idea de contar una historia que transcurriese en un entorno rural, cerrado. Siempre me ha fascinado ese tipo de pequeñas violencias rurales, estilo Puerto Hurraco o Fago. Cuando de repente eso que se dice tanto de pueblo pequeño, infierno grande, alcanza un nivel explosivo.
B: ¿Y por qué ambientarla en la Isla de Ons?
B: ¿De dónde te llegó la inspiración para crear a esas dos familias, a los Docampo y a los Freire?
M.L: La idea surge de ese concepto de familias enfrentadas. Son montescos y capuletos, pero en una versión mucho más salvaje, asilvestrada e implacable. Surge de ese concepto que se repite tanto en toda la España rural de dos familias enfrentadas desde generaciones que muchas veces ya ni recuerdan cuál es el origen, dónde está la raíz de ese odio, de esa inquina que se profesan. Es de esa suma de factores de donde surgen estas dos familias, los Freire y los Docampo, dos familias que son implacables, determinadas y envenenadas por el odio.
B: Se heredan las propiedades, pero el odio también se hereda. Y haberlo creado todo en esta isla, tampoco tienen dónde escapar. En la isla de Ons no hay escapatoria posible
M.L: Claro, esa es una de las bazas de la historia. Como le pasa al protagonista, si tú te encuentras en esa situación tienes dos opciones. La primera es llamar a las autoridades y la segunda es salir corriendo. Puedes utilizar las dos incluso. En este caso, ninguna de esas opciones es posible, con lo cual colocas a los personajes en una situación ya muy endemoniada, que es precisamente uno de los grandes factores fuertes de 'Cuando la tormenta pase', que genera esa sensación de vinculación con los lectores que se ven atrapados y fascinados por esa sensación.
B: Es un poco lo de '¿qué harías tú? Y que todas las opciones son malas
M.L: El leitmotiv de fondo de cuando la tormenta pasa es cuál es el precio de tomar decisiones y cuál es el precio de no tomarlas. Y cuando todas las decisiones parecen horribles y no te queda ninguna otra, la alternativa es escoger la menos mala, que es realmente de qué va esto. Aparte de la peripecia, aparte de fardos que aparecen en las orillas y brujas y maldiciones y cosas por el estilo, la historia de fondo es esa. En el caso de la novela, todas las opciones son horribles, y tienes que quedarte con aquella que entiendas que va a ser menos perjudicial. Ahí es donde entra a veces el concepto de qué es lo que harías tú y hasta dónde nuestra ética nos importa y hasta cuándo nuestra manera de resolver las cosas es la correcta. Hay un momento en la novela en que le dicen, 'ustedes en tierra firme resuelven las cosas de una manera y nosotros aquí la resolvemos de otra'. Y en el fondo no deja de ser un reflejo de esa vieja expresión que dice que estamos a dos comidas calientes y dos noches sin dormir de la barbarie. Las normas son muy frágiles y todos somos muy educados y muy respetuosos hasta que empezamos a estar necesitados.
B: Eso es. Cuando todo va bien, es muy fácil portarse bien. Cuando de repente estás en una situación límite, tampoco sabes cómo vas a reaccionar. Tampoco Roberto Lobeira cuando se encuentra en esta historia con los Freire y los Docampo, dos familias que se odian y son rivales, pero al mismo tiempo han sabido repartirse bien las cosas para quedarse con todo. En este caso, ¿qué es más peligrosa, la codicia o la venganza?
M.L: La venganza siempre, porque la codicia es un defecto. La venganza es un problema, porque la venganza te devora por dentro. La codicia te empuja, la venganza te destruye. Entonces es más peligrosa la venganza porque hace que pierdas la perspectiva de los acontecimientos. La codicia, al fin y al cabo, simplemente es ganas de tener más. La venganza es un camino que te lleva a destruir a otros mucho más oscuro y además te destruye a ti mismo el proceso.
B: Bueno, y así juntas las dos, ya es la tormenta perfecta
M.L: Nunca mejor dicho.
B: Viendo el panorama, el Agujero del Infierno no es lo que da más miedo de Ons en esta novela. Da miedo, pero no tanto
M.L: No, sin duda alguna no es lo que da más miedo, pero sí que es un reflejo en lo físico del eje de la historia. Los vecinos de Ons durante mucho tiempo sostenían que el agujero del infierno era realmente la entrada al infierno. Esa grieta vertical que desde dentro se oye el rugido del mar e impacta un montón. Y se oyen lamentos. Tú te asomas y oyes gemidos. Esos gemidos realmente que los que siempre habían sostenido las tradiciones que eran las almas de los muertos atrapadas en el infierno realmente son los cantos de los pájaros, los graznidos de los pájaros marinos que anidan dentro de la grieta. La explicación es más racional, es menos bonita.
B: ¿Quién es tu personaje favorito de la novela?
M.L: Yo sin duda alguna me quedaría con Diego Freire. Es una persona que tiene una discapacidad intelectual. Y eso hacía que, primero como escritor, resultase todo un reto construir el personaje de forma que fuese realista, que fuese sensible, que no cayese en el estereotipo, y que al mismo tiempo me apetecía porque normalmente son un tipo de personajes que se ocultan, que no aparecen en las historias porque son incómodos. Diego es una persona que es diferente y precisamente por ser diferente todo el mundo le hace de menos. Y como todo el mundo le hace de menos, él ve y escucha más cosas que el resto de la gente. Construir ese personaje me daba mucho miedo, pero en serio, fue todo un desafío, y al final me acabé encariñando muchísimo con él porque es un secundario que se acaba comiendo al protagonista en muchos momentos.
B: ¿Y quién es el personaje que más te desagrada? Entiendo que hay una colección importante, pero ¿hay uno en concreto al que tuvieras ganas de eliminar desde el minuto uno?
M.L: No hay ninguno que yo diga que disfrutase matándolo. Sí que hay un personaje que a mí me fascina porque encarna la maldad absoluta. Es Osvaldo Salazar y aparece en el último tercio de la novela. Y me fascina porque, como a todo el mundo, el mal, cuando llega en una forma limpia, pura, implacable, nos resulta imposible apartar la mirada.
B: 'Evite los problemas', le dijo el capitán del barco que llevó a Roberto Lobeira a Ons al principio de la novela. ¿No se te ocurrió ninguno más en el que pudiera meterse en una isla tan pequeña en tan poco tiempo?
M.L: No, la verdad es que el pobre se acaba metiendo un fregado detrás de otro. Pero le pasa por un sencillo motivo. Roberto Lobeira es periodista y esa es una gran virtud y es un problema. Porque como todos los periodistas le encanta preguntar y repreguntar y querer saber por qué y de dónde salen las cosas y cómo funcionan las cosas. Es un defecto que tenéis. Bueno, un defecto no, es vuestra naturaleza además. Y cuando llegas a un sitio que es tan explosivo, cuando llegas a un sitio donde todo está tan sujeto por alambres, donde todo está a punto de explotar, hacer demasiadas preguntas no es precisamente la mejor tarjeta de visita.
B: La curiosidad mata al gato, ¿no? Hay que tenerlo siempre en cuenta
M.L: La curiosidad casi mata al periodista.
B: ¿Tú eres de evitar los problemas o caes fácilmente en ellos consciente o inconscientemente?
M.L: Hombre, yo creo que no me metería ni en la mitad de los fregados en los que se mete el pobre Roberto. Si a mí me pasase lo que le pasa a él, yo creo que me encerraría en mi casa al principio de la tormenta y esperaría que pasase.
B: ¿Y qué tiene de ti Roberto Lobeira?
M.L: Roberto de mí tiene mucho. Los dos somos escritores, los dos tenemos una antigua profesión que hemos dejado atrás, él el periodismo y yo el derecho. Los dos somos muy obsesivos a la hora de escribir. Necesitamos recorrer los escenarios de las historias que escribimos en persona, pero yo creo que ahí se acaban los parecidos. Roberto es un tipo que es mucho más inquieto, mucho más investigador, y eso es precisamente lo que le acaba metiendo en todo esto.
B: ¿Te atreverías a hacer algo como él?
M.L: Me fui a la isla, digamos, en pleno invierno para documentarme, o sea que creo que la respuesta es sí.
B: Entiendo que tu paso por Ons fue algo más tranquilo que el del protagonista de tu novela
M.L: Sí, sí, a mí no intentó matarme nadie. Salí de una pieza. La gente de Ons es absolutamente maravillosa y es algo que no me canso de repetir una y otra vez. Me acogieron, son hospitalarios, son una gente que se tiene que enfrentar a unas circunstancias vitales muy complicadas en un entorno que es muy hostil en invierno y que lo hacen con un carácter maravilloso. Y además, son personas que tienen una condición muy peculiar, que es que son colonos. Es gente que no es propietaria de su propia vivienda. Es una figura jurídica casi extinta y es una situación muy injusta. Aprovechando que me trataron también y que he usado su isla para contar esta historia, me apetece ir por ahí explicando cuál es la situación y lo manifiestamente injusta que es. Es porque la isla es terreno público, entonces sus viviendas están en un terreno público, pero es de antes del Parque Nacional. Esto viene de muy lejos.
B: ¿Y ellos te contaron qué les lleva a querer seguir viviendo allí? ¿La gente joven también quiere seguir viviendo allí?
M.L: Es su casa. Es su sitio. No entienden la idea de irse a vivir a otro sitio y no deberían tenerlo. Es su casa. Sí que es verdad que todo esto viene de un accidente histórico. Yo esto lo descubrí después haciendo la investigación mientras me documentaba. Ons llegó a tener a cerca de mil personas viviendo allí. Pero resulta que allá por los años 50 es cuando empiezan a llegar los primeros barcos pesqueros de motor. Hasta entonces los barcos pesqueros eran pequeños veleros que se podían dejar en la arena, en la playa. Cuando llegan estos primeros barcos de motor lo que se encuentran los vecinos es que eso no se puede subir a la arena, tiene que quedar fondeados en un puerto. Ellos piden permiso al propietario del terreno, al Estado, al Ministerio de la Marina entonces, años 59-60, para construir un muelle, un espigón que permitiese tener allí a sus barcos. La respuesta es que no. Eso obliga a que a medida que los vecinos iban progresando en la vida, iban mejorando, se compraban barcos pesqueros más grandes, pequeñas motoras, que tenían que ir a tierra firme, que era donde había puertos. Al irse a tierra firme se iban llevando poco a poco a sus familias, y eso hizo que la isla quedase prácticamente despoblada a finales de los 70. Ya quedaban simplemente los más resistentes, los más numantinos, y precisamente por eso, en un giro irónico del destino, la isla es hoy un parque natural, porque es un sitio privilegiado, porque nadie construyó allí en la época del desarrollismo salvaje.
B: Claro, y los que se quedan es como que tienen un sentimiento de resistencia, de 'somos los últimos'
M.L: Ellos son isleños y te lo dicen, que han nacido allí y que quieren morir allí, que es su tierra, que es su lugar en el mundo. A mí me parece una cosa preciosa, ese sentimiento de identidad tan bonito.
B: ¿Qué te llevó a presentar esta novela al Premio de Novela Fernando Lara 2024?
M.L: Nunca me lo hubiese planteado. Porque me parecía que el tema de los premios es... Tú sabes que el síndrome del impostor siempre te persigue cuando eres escritor. Sin embargo, en esta ocasión, 'Cuando la tormenta pasa' es un thriller que está muy bien estructurado. Es decir, todo funciona como un mecanismo de relojería. La novela está escrita en forma de ondas, es decir, cada 3.000 palabras aproximadamente, cada 8 páginas hay una revelación, hay un giro, hay un cliffhanger, de forma que vaya empujando de manera progresiva al lector hacia delante. Tiene unos mecanismos, tiene muchísima fontanería por debajo que no se ve. A nivel técnico está muy bien estructurada y lo digo ahora con esta arrogancia porque eso fue precisamente lo que me llevó a presentarla a un premio, cosa que no había hecho nunca. Técnicamente está muy bien. Quiero ver si es una percepción personal mía o alguien más lo ve. Y alguien más lo vio. Pero a mí ahí es el momento en el que a mí me entra el vértigo, porque el momento en que lo ganas, el Fernando Lara, que es uno de los premios más prestigiosos que existe en literatura en castellano, es un premio que ha ganado gente como Ian Gibson, como Terenci Moix, Umbral, Sánchez Drago, Zoe Valdés, Fernando Delgado. Son unos nombres que te meten miedo. Es gente que algunos ya están en los libros de historia de la literatura. Y el último nombre que se añade a esa lista, de momento, es el mío. Y es una sensación como, 'joder, joder, joder, qué he hecho'. Aún hoy sigo teniendo una cierta sensación de irrealidad. Es como si le hubiese pasado a otro. Y no. Lo he hecho yo y esto cambia las cosas para siempre, por supuesto. Para mí me cambia para siempre porque a partir de ahora siempre seré, como mínimo, un ganador del Fernando Lara, y todo lo que haga a continuación va a ser examinado con muchísima más atención, y eso siempre es una bendición. Como el hecho de que el libro esté funcionando tan bien. Que lo digo y vuelvo a sentir que estoy hablando de otro. Y es genial, y al mismo tiempo es terrorífico. Me siento como en la tormenta.
B: ¿No serás de estos escritores que luego, en el futuro, al ponerte con la siguiente novela, te bloquees al pensar en que no vas a poder superar lo que conseguiste con el libro anterior? Espero que no
M.L: No, no, no. Para nada. Todo lo contrario. Yo tengo la sensación de que todavía me quedan las mejores historias por contar. Esto es un proceso de aprendizaje constante. Porque además es que, en este caso, la biología juega a mi favor Yo empecé a escribir muy joven. Yo empecé a escribir mi primera novela cuando tenía 29 años. El día que cumplía 30 años. Y tengo ahora 48. Llevo 18 años en esto. Con 48 años, soy un escritor joven, esto es al revés que los futbolistas. Se supone que el pico de mi creatividad o de mi capacidad estará a partir de los 60. Tú imagínate todavía todo lo que me queda por desplegar, por aprender, por mejorar, todas las historias que están pendientes de contar. Lo único que tengo en común, o una de las pocas cosas que tengo en común con aquel chaval de 29 años que empezó a escribir hace 18 años, son las ganas enormes de seguir contando historias. Es algo que me apasiona y que disfruto y que a mí me completa muchísimo. Y lo que me queda por aprender y alguna bofetada oculta en el camino sospecho que también habrá. Es inevitable. Espero que haya muchos más momentos de satisfacción y de disfrute y de triunfo, claro.