La dictadora del dictador
Se casaron el 16 de octubre de 1923 en Oviedo, lugar de nacimiento de ella. Y aunque ese día todo parecía empañado por la felicidad de los novios, lo cierto es que a ese instante le habían precedido seis años de noviazgo marcados por la oposición de la familia Polo al "comandatín" y por las largas ausencias de este en el frente africano.
La esposa del nuevo Jefe de Estado se autoconvenció de que su marido había salvado a España y a partir de ese momento comenzaría a desarrollar una personalidad megalómana en la que ninguna muestra de arrepentimiento será contemplada. De hecho, no cabe duda de que fue su profunda convicción religiosa lo que hizo de la Iglesia uno de los pilares de la España franquista. Asimismo, su concepto de la moralidad derivó en una sociedad puritana al extremo y en la que ella se convirtió en modelo a seguir por todas las mujeres.
La periodista Carmen Enríquez asegura en su libro 'Carmen Polo, señora de El Pardo' (2012) que "los que la trataron la describen como una persona exigente, de carácter altanero y con tendencia a mirar por encima del hombro a los que estaban por debajo de ella". El historiador Paul Preston va todavía más allá en su juicio al afirmar que "Carmen Polo hubiera podido influir en su marido para bien, pero no lo hizo".
Posiblemente sea esto último lo que la Historia recuerde de ella, ya que eran muchas las madres que acudían a monjas cercanas a la mujer de Franco en busca de la conmutación de las penas para sus hijos y maridos. Ella nunca cedió, lo cual resulta un tanto hipócrita por parte de una mujer que se jactaba de practicar la piedad católica.
Sus grandes pasiones: las antigüedades y las joyas
A pesar de todo, lo que realmente ha calado en el recuerdo colectivo es el mote de 'La Collares' con el que los más atrevidos en aquellos años se referían a la esposa del dictador ¿La razón? Su afición casi enfermiza por las joyas de todo tipo, así como por cualquier otro objeto de valor que pudiese representar su estatus social y su poder.
Quienes la conocieron afirmaban que acudía enjoyada ya al desayuno y que a partir de ese instante no volvía a quitarse las piezas que cubrían sus manos y su cuello hasta que se iba a dormir. Normalmente solía utilizar collar de perlas de varias vueltas, pendientes a juego, anillos de piedras preciosas, pulseras y relojes de alta gama. Nada era suficiente para ella: la leyenda cuenta que tenía una habitación en El Pardo cubierta de armarios que iban del suelo al techo llenos de alhajas.
Esta afición tan exquisita tenía un alto precio, pero la esposa del Generalísimo no estaba dispuesta a pagarlo. Cada vez que acudía a visitar una joyería, los miembros de su equipo avisaban previamente para que tuvieran "un detallito con la señora". Se les decía que mandasen luego la factura a palacio, pero los pocos que se atrevieron acabaron sufriendo una inspección de Hacienda. Al final los joyeros acabaron por constituir "sociedades de afectados" para hacer frente a las deudas que la esposa de Franco dejaba.
Su tacañería llegaba a extremos insospechados, tal y como se puede comprobar en una de las anécdotas que Jaime Peñafiel narra en su libro 'El general y su tropa' (1992). El veterano periodista cuenta que una vez Carmen Polo envió a una amiga un ramo de flores que le habían regalado a ella, pero olvidó fijarse en el interior. Cuando su amiga la llamó para darle las gracias por el broche de brillantes que se escondía entre las flores, Doña Carmen le dijo que podía quedarse con ellas si quería pero que inmediatamente mandaría a alguien a recoger el broche.
No paraba hasta conseguir todo aquello en lo que posase su vista. Daba igual que fuese una pieza de joyería, un mueble, una estatua del Pórtico de la Gloria o incluso unas pilas bautismales de una iglesia gallega. Su avaricia no tenía fin y llegó un momento en el que sus propias amigas decidieron guardar la plata cuando "La Collares" las visitaba. Su marido rechazaba todos estos signos de ostentación, pero no se oponía a ellos; simplemente se limitaba a murmurar: "Otra antigualla más...".
El fin de su reinado en la sombra
Juntos formaron un matrimonio modélico de cara a la galería pero que en privado estaría marcado más bien por el afecto y la mutua compañía que por el amor. Así es como Jaime Peñafiel describe esta relación en su libro: "A pesar de aparecer siempre juntos, se detectaba una mutua soledad, un abismo entre marido y mujer que suponía la forma suprema del egoísmo".
Pero a pesar de sus infatigables esfuerzos por evitar lo inevitable, Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Una fecha que marcaría un punto de inflexión en la vida de su viuda, que a partir de ese momento pasó a ostentar el título de Señora de Meirás y a cobrar una cuantiosa pensión superior al sueldo del Presidente del Gobierno. Aún así, la mujer que lo había sido todo tendría que acostumbrarse a pasar a un segundo plano y vivir en el ostracismo.
El Rey Juan Carlos le permitió tomarse todo el tiempo que necesitase para hacer la mudanza y abandonar el Palacio de El Pardo, por lo que durante casi dos meses se dedicó a embalar todo aquello que consideraba suyo (aunque no lo fuese): joyas, muebles, alfombras, tapices, cuadros... Todas sus pertenencias - y muchos objetos de Patrimonio Nacional también - fueron repartidas entre sus diversas propiedades y sólo cuando consideró que no dejaba nada se fue.
El 31 de enero de 1976 abandonó la que había sido su casa durante casi 40 años entre lágrimas pero recibiendo los honores militares que le brindó el Regimiento de la Guardia del Generalísimo. Sería la última vez que disfrutaría de algo sí, ya que en el tiempo que transcurrió desde entonces hasta su muerte el 6 de febrero de 1988 vio cómo sus antiguos aduladores la dejaban de lado y cómo la España por la que su marido había luchado ya no existía.
Carmen Polo acabó convertida en un testigo impasible y mudo del cambio que estaba viviendo España con la llegada de la democracia. Los años de dictadura y expolio quedaban atrás y poco a poco los Franco irían perdiendo la escasa influencia que les quedaba.