Hasta que la serie 'The Crown' (Netflix) la volvió a poner en el mapa, no muchos conocían su trayectoria o ni siquiera quién era. La suegra de la Reina Isabel II es, sin embargo, uno de los personajes más emblemáticos del siglo XX y su historia de valentía y superación pone en cierta evidencia a la Casa de Windsor. Ya se sabe que las comparaciones a veces son odiosas, pero si uno decide comparar la complicada trayectoria vital de la princesa con las comodidades de las que disfrutaron sus parientes ingleses, la balanza moral se inclina sin duda hacia este emblemático y fascinante personaje tantas veces menospreciado.
Nacida en Inglaterra, con sangre alemana y princesa de Grecia
La Princesa Alicia no solo era la suegra de la Reina Isabel, sino que además era su tía tercera como descendientes ambas de la Reina Victoria de Inglaterra. Esta última era la bisabuela de la Princesa Alicia, nacida el 25 de febrero de 1885 en el mismísimo Castillo de Windsor pero sin el título de Princesa de Reino Unido. Y es que aunque descendía de la realeza británica, sus padres -el Príncipe Luis de Battenberg y la Princesa Victoria de Hesse- eran alemanes. El título que le correspondía era, por lo tanto, el de Princesa de Battenberg.
Por aquel entonces esta discapacidad auditiva todavía no suponía un grave condicionante en su personalidad, pero muchos años después su sobrina Lady Pamela Hicks reconoció que acabaría volviéndola más desconfiada: "Cuando había una reunión de mucha gente en torno a una mesa, obviamente mi tía no podía ver los labios de todos los comensales. Así que como viese a alguien riéndose en la otra punta de la mesa, tendía a pensar que se estaba riendo de ella. Aunque nunca era así".
Años de exilio y primeros desplantes familiares
El matrimonio se instaló en Grecia y ambos tomaron parte activa en la agenda oficial de la Familia Real Griega. Sobre todo la Princesa Alicia, quien según el historiador Costas Stamatopoulos: "Era sin duda la más popular de todas las nueras del Rey Jorge I. Su simplicidad, su piel blanca, sus ojos azules... A los griegos les encantaba. Tuvo una verdadera conexión real con el pueblo". Hasta el punto de que durante la guerra greco-turca (1919-1922), la princesa no dudó en dejar a su familia e irse directa al frente a organizar hospitales de campaña para los heridos. Durante el tiempo que duró el conflicto, estuvo allí trabajando día y noche, en primera línea.
Para entonces ya habían nacido sus cuatro hijas mayores, las princesas Margarita, Teodora, Cecilia y Sofía; a las que en 1921 se unió el pequeño de la familia: el Príncipe Felipe. Pero la felicidad de su llegada duró poco: en 1922 se produjo un Golpe de Estado que acabó con la monarquía en Grecia y obligó a la Familia Real a partir hacia el exilio. La Princesa Alicia barajó entonces la posibilidad de trasladarse a Inglaterra, donde residían sus padres, pero sorprendentemente se encontró con la negativa del Rey Jorge V (su tío segundo) a concederle asilo a ella y a su familia. Únicamente accedió a enviar un barco de la Marina Británica para trasladarlos a Francia, donde finalmente se establecieron.
Esta inexcusable negativa de auxilio por parte del monarca británico a sus parientes recuerda poderosamente a cuando en 1917, tras la Revolución Rusa, Jorge V rehusó también dar cobijo al Zar Nicolás II y a su familia. El trágico desenlace de esa historia es de sobra conocido, pero no tanto el hecho de que la Princesa Alicia, en contraposición, sí se mostró dispuesta ayudarles. Así lo reveló Lady Pamela Hicks en 2020: "Mi tía escribió a Lloyd George (Primer Ministro en el momento) y, aunque sabía que no tenía forma de reclamar nada para el joven Zarevich Alexei, sí mostró su disposición a quedarse con las niñas y cuidar de ellas. La respuesta fue que no, no sería posible".
La princesa que fue tratada por Sigmund Freud
El Príncipe Andrés y su familia tuvieron que conformarse con alquilar un piso en París gracias al dinero que les prestaron Jorge de Grecia y María Bonaparte (abuelos de Tatiana Radziwill). Pero las estrecheces económicas pasaron a ser su día a día y nuevamente la Princesa Alicia demostró su arrojo convirtiéndose en dependienta de una tienda de caridad. No tan dispuesto se mostró su vanidoso marido, quien se sentía humillado por tener que depender de dinero prestado por sus parientes y empezó a volverse cada vez más irascible.
La situación fue empeorando progresivamente hasta el punto de que el Príncipe Andrés comenzó a despreocuparse de su familia y a plantearse seriamente la opción de abandonarles. Su esposa, a consecuencia de esto, se fue aislando cada vez más y la única solución que encontró para canalizar su tristeza fue a través de la religión y del mundo espiritual. Primero empezó convirtiéndose a la fe ortodoxa, pero progresivamente su religiosidad empezó a ser preocupante. Según el análisis hecho posteriormente por el psicoterapeuta Brett Kahr: "Empezó a decirle a la gente que tenía una relación muy íntima con Jesucristo. Utilizando un lenguaje sexual para describir esa relación que según ella era de flirteo. Es un caso claro de alucinaciones religiosas, no una religiosidad común".
Su familia, horrorizada, tomó la decisión de ingresarla en febrero de 1930 en una clínica psiquiátrica de Berlín dirigida por Ernst Simmel (uno de los pioneros del psicoanálisis). Este último diagnosticó el problema de la princesa como esquizofrenia paranoide y, tras investigar las posibles causas, descubrió que Alicia de Battenberg había tenido un romance platónico hacía unos años que nunca fue correspondido ni llegó a ser consumado. El doctor Simmel concluyó que esa represión del deseo era lo que estaba provocando la esquizofrenia, pero aún así decidió contactar con el célebre psicoanalista Sigmund Freud para que le diese una segunda opinión.
Freud sugirió aplicar un tratamiento de radiación a sus ovarios con el objetivo de acelerarle la menopausia e intentar regular sus hormonas, reduciendo así su lívido y su deseo sexual. La operación tuvo lugar en marzo de 1930 y la Princesa Alicia tenía tan solo 45 años. No hay evidencias de que ella diese su autorización para la operación y probablemente ni siquiera tenía constancia de ella. Así como tampoco hay evidencia de que el resultado fuese realmente beneficioso para la paciente. Pero aun así decidieron darle el alta una vez pasado el posoperatorio.
Se trasladó entonces a Inglaterra para poder estar con el pequeño Príncipe Felipe, cuyo cuidado había pasado a mano de su abuela materna después de los últimos y precipitados acontecimientos familiares: el Príncipe Andrés finalmente decidió irse a vivir con una amante a Montecarlo y todas sus hijas se casaron entre los años 1930 y 1931. La Princesa Alicia dejó una familia unida cuando entró en la clínica y se encontraba ahora con un marido que la había abandonado, unas hijas que decidieron huir de los problemas y una madre que se avergonzaba de ella.
Y es que, viendo que los problemas psicológicos de su hija continuaban, la Princesa Victoria no dudó en llamar personalmente a una clínica suiza para que se la llevasen. Fue en el mes de mayo, tan solo unos meses después de haber vuelto a casa. Tuvieron que sedarla para poder trasladarla al sanatorio Bellevue de Suiza, donde estaría dos años y medio encerrada bajo llave (a petición expresa de su propia madre) y donde protagonizaría varios intentos de fuga. Todos ellos fallidos, ya que no pudo atravesar las puertas definitivamente hasta el 23 de septiembre de 1932.
Dando de comer al hambriento y protegiendo a los perseguidos
En todo ese tiempo en el que la Princesa Alicia tuvo que lidiar con las dificultades del exilio y con sus propias luchas internas, las cosas le fueron más que bien a su familia en Inglaterra. Aunque para ello tuvieron que renunciar a su propio apellido: en 1917 los Battenberg afincados en suelo británico cambiaron su apellido por Mountbatten para ocultar sus orígenes alemanes en un contexto bélico en el que todo lo germánico generaba rechazo. Como recompensa a su renuncia, el Rey Jorge V - el mismo que se negó a dar asilo a la Princesa Alicia cuando tuvo que huir de Grecia - concedió a los padres de esta última el título nobiliario de Marqueses de Milford Heaven.
De este modo, mientras que la Princesa Alicia conservó el apellido Battenberg el resto de su familia - sus padres y sus hermanos - pasaron a ser los Mountbatten. Además, en contraposición a la difícil trayectoria vital de la madre del Duque de Edimburgo, sus hermanos sí supieron muy bien cómo jugar sus cartas y ganarse un lugar destacado en la Corte. Mientras que Luisa Mountbatten se casó en 1923 con el futuro Rey Gustavo VI Adolfo de Suecia y acabó siendo consorte del país escandinavo, su hermano Luis Montbatten fue escalando puestos en la Marina Real Británica y acabó convirtiéndose en Virrey de la India en 1947.
El propio Príncipe Felipe acabó instalándose definitivamente en Reino Unido en 1935 con su abuela y con su tío, quienes aspiraban darle un futuro mucho más brillante que el que le esperaba a cargo de su inestable y poco boyante económicamente madre. La Princesa Alicia aún así luchó por intentar convencer a su hijo de que se fuese a vivir con ella a Grecia después de haber abandonado el sanatorio suizo en el que estuvo hasta 1932. No lo consiguió y a día de hoy todavía no se sabe si fue el joven príncipe quien rechazó la oferta de su madre o fue su familia la que tomó la decisión por él.
En cualquier caso, la Princesa Alicia estuvo viajando de un país a otro desde 1932 hasta 1938, cuando decidió finalmente regresar a Grecia buscando la tan anhelada tranquilidad. No le duró mucho, ya que en 1941 las tropas alemanas invadieron el país y Grecia quedó bajo el dominio nazi durante toda la Segunda Guerra Mundial. Fueron años duros en los que la pobreza y la hambruna se extendían entre la población, por lo que una vez más la Princesa Alicia no dudó en arremangarse y ponerse a trabajar en un comedor social dando alimentos a los más necesitados.
Unos alimentos que a veces ni ella misma tenía y que le enviaba su hermano Luis Mountbatten desde Londres, tal y como recuerda Lady Pamela Hicks: "Mi padre estaba muy preocupado por ella porque estaba atrapada en Atenas, con grandes privaciones y poca comida. Siempre estaba al acecho para poder enviarle un paquete de comida o dinero. Contadas veces se presentaba la oportunidad de encontrar a alguien que se lo hiciese llegar y era muy frustrante porque ella inmediatamente regalaba ese dinero o esa comida a los comedores sociales. Mi padre se enfadaba mucho por los esfuerzos que hacía para hacérselo llegar y le molestaba que luego ella lo regalase sin más".
Desde la posición de comodidad en la que vivía la Familia Real Británica era muy fácil ver esto con distancia e incluso permitirse el lujo de enfadarse por los desaires de la Princesa Alicia. De hecho, resulta muy representativo de las dos realidades comparar el papel de la Reina Madre de Inglaterra con el de su futura consuegra durante la Segunda Guerra Mundial. La madre de Isabel II se limitó a visitar los lugares bombardeados vestida con tocados de plumas, estolas de zorro y guantes de seda. La madre del Duque de Edimburgo, por su parte, estuvo toda la guerra trabajando en comedores sociales, recaudando dinero para los pobres e incluso escondió a una familia de judíos en su casa durante más de un año cuando los nazis comenzaron sus deportaciones a los campos de concentración de Alemania.
Una monja en la Familia Real Británica
La vida de todos en la familia dio un vuelco cuando en julio de 1947 se anunció el compromiso matrimonial de la Princesa Isabel (hija del Rey Jorge VI y Heredera al Trono) y el Príncipe Felipe. Se trataba del máximo triunfo al que podía aspirar el hijo de la Princesa Alicia dentro del mundo de la realeza, por lo que la madre del novio no dudó en mostrar su alegría viajando nuevamente al país que la vio nacer e incluso contribuyendo de una manera muy especial a los regalos de boda.
Debido a que la fortuna personal del futuro consorte era prácticamente inexistente y que la de su madre estaba en condiciones todavía peores, la Princesa Alicia tomó la decisión de regalarle a su hijo una de las pocas joyas que todavía no había vendido para que de ella pudiese sacar un brazalete y un anillo de compromiso. Se trataba de una tiara de diamantes que los Zares de Rusia le habían regalado a ella cuando se casó con el Príncipe Andrés en 1903.
Tras los festejos de la boda la princesa decidió volver a Grecia y tomó la decisión más importante de su vida. Ahora que ya todos sus hijos tenían su futuro encarrilado y habían formado sus propias familias, era el momento idóneo para dedicarse plenamente a lo que desde hacía años soñaba: servir a Dios. La bisnieta de la Reina Victoria se convirtió así en monja y fundó su propia orden religiosa: la Hermandad Cristiana de Marta y María. Dany Nobus, profesor de Psicología Psicoanalítica en la Universidad Brunel (Londres), sostiene que la decisión de convertirse en monja estaba motivada, más allá de su incuestionable vocación de ayuda a los demás, porque "eso le permitía ser la esposa de Cristo sin que la llamaran loca".
La Princesa Alicia vendió todas las pertenencias que le quedaban para crear un convento y un orfanato en los suburbios de Atenas, donde trabajó de manera incansable durante los años siguientes ganándose la admiración y el respeto del pueblo griego. En lo que respecta a su familia, nunca se tomaron en serio su vocación religiosa y la consideraban más bien una excentricidad propia de una persona desequilibrada mentalmente. No faltó quien incluso se avergonzaba de ella al verla aparecer en los grandes eventos familiares ataviada con sus hábitos de monja.
Ella aún así nunca desfalleció y solo abandonó su labor cuando las circunstancias no le dieron otra opción. Y es que en 1967 se produjo en Grecia el Golpe de los Coroneles que acabó con la monarquía y generó una situación de gran inestabilidad social en el país. Por aquel entonces la Princesa Alicia tenía ya 82 años y no solo la situación económica de su orden religiosa era precaria, sino que también su propia integridad física corría peligro si continuaba en el país dadas sus vinculación con la Familia Real Griega. Costó convencerla de que abandonase su hogar, pero al final acabaron convenciéndola y ese mismo año fue trasladada en avión a Londres.
Fue la Reina Isabel II en persona la que dio la orden de enviar un avión de la Royal Air Force para rescatar a su suegra, aunque a día de hoy todavía hay muchos interrogantes sobre el papel que jugó el Duque de Edimburgo en esta particular operación. Según los biógrafos oficiales este último llevaba años intentando (sin éxito) persuadir a su madre de que se trasladase a vivir con él y su familia al Palacio de Buckingham. Otras versiones sostienen que se despreocupó bastante del tema hasta que la situación obligó a intervenir. En cualquier caso, la decisión final vino de la Reina y todos coinciden en que de no haber sido así, la Princesa Alicia nunca habría aceptado la oferta. Para ella, monárquica convencida a pesar de todo, era prácticamente una orden de la soberana del Reino Unido y jefa de la Casa Real de Windsor.
Fueron dos años los que la madre del Duque de Edimburgo residió como un miembro más de la Familia Real en el Palacio de Buckingham. Aunque no un miembro al uso, ya que era poco usual ver a una anciana vestida de monja recorriendo sus numerosos pasillos mientras fumaba sin parar cigarrillos Woodbines (marca de tabaco propia de la clase obrera debido a su precio barato). Finalmente la Princesa Alicia falleció el 5 de diciembre de 1969.
Lo único que dejó en herencia fueron sus únicas pertenencias (tres conjuntos de ropa) y una emotiva carta dedicada a su hijo en la que le decía: "Querido Felipe, sé fuerte y recuerda que nunca te abandonaré. Siempre me encontrarás cuando lo necesites". Fue enterrada en la Cripta Real de la Capilla de San Jorge, en el Castillo de Windsor. Sin embargo, antes de morir había expresado su deseo de ser enterrada en el Convento de Santa María Magdalena, ubicado en el mítico Monte de los Olivos de Jerusalén. Allí reposaban también los restos de su tía y referente vital, la Gran Duquesa Isabel Fiódorovna de Rusia; también monja y posteriormente declarada santa por la Iglesia Ortodoxa.
Fueron años de negociaciones diplomáticas entre Reino Unido e Israel para poder cumplir ese deseo y no se consiguió hasta 1988, cuando los restos mortales de la princesa fueron definitivamente trasladados al lugar. Unos años después, en 1994, el Estado de Israel le concedió además el título de 'Justa entre las Naciones' (máxima distinción otorgada a personas no judías por su defensa del pueblo judía durante el Holocausto) por haber protegido en su casa a una familia de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Al acto de homenaje acudieron sus dos únicos hijos vivos en ese momento: la Princesa Sofía de Hannover y el Duque de Edimburgo. El consorte pronunció allí un discurso en el que por primera vez en su vida y de una manera pública mostraba su orgullo hacia su madre: "Sospecho que nunca se le ocurrió que sus acciones eran especiales. Ella era una persona con una profunda fe y consideraba como una acción totalmente humana ayudar a otros seres humanos en peligro".
Ningún miembro de la Familia Real Británica volvió a visitar la tumba de la Princesa Alicia hasta que en 2016 el Príncipe Carlos acudió aprovechando su asistencia al funeral del expresidente israelí Shimon Peres. Lo mismo hizo en 2018 su hijo, el Príncipe Guillermo, que finalizó su gira oficial por Israel y Palestina con una visita al lugar donde reposan los restos de su abuela. Aún así, a día de hoy una de las pocas reivindicaciones públicas de su figura por parte de la familia viene precisamente del Príncipe Carlos. En 2020, durante su intervención en el Foro Mundial del Holocausto celebrado en Jerusalén, afirmó sentir un "inmenso orgullo" por su abuela y afirmó que su historia "representa la fuerza del espíritu, el coraje incomparable y el desafío decidido de lo mejor de la humanidad que se enfrenta a lo peor". ¿Qué más se puede añadir?