Alfonso de Borbón: el heredero que renunció por amor
El nacimiento de un varón aparentemente sano era un motivo de júbilo porque garantizaba la perdurabilidad de la dinastía, pero rápidamente se dieron cuenta de que el recién nacido no estaba tan sano como parecía. Y es que, según el periodista Juan Balansó, por aquel entonces existía la tradición en la Corte Española de circuncidar a los príncipes recién nacidos. Cuando se dispusieron a realizar la operación al Príncipe de Asturias se encontraron con que la hemorragia no se detenía y solo con muchas dificultades consiguieron que el bebé sobreviviera. Los peores miedos de su madre se habían cumplido: el heredero tenía hemofilia.
El 14 de abril de 1931, cuando se proclamó la Segunda República en España, el Príncipe Alfonso sufrió una grave crisis que le obligó a ser sacado en brazos del Palacio Real y a ser trasladado en camilla al tren con el que la Familia Real Española partió al exilio. Una vez en Francia, sus padres decidieron ingresarlo en un sanatorio en Lausana (Suiza). El joven solo tenía 24 años y parecía que la soledad que le había acompañado durante toda su infancia sería una constante el resto de sus días.
Fue eso lo que motivó al Príncipe de Asturias a renunciar a sus derechos dinásticos en una carta enviada a su padre el 11 de junio de 1933: "Mi elección de esposa se ha fijado en una persona dotada de todas las cualidades para hacerme dichoso, por lo que, decidido a seguir los impulsos de mi corazón, considero mi deber renunciar a los derechos de sucesión a la Corona". De esa forma dejaba de ser Príncipe de Asturias, pero conservaba el tratamiento de Alteza Real y se adjudicaba un nuevo título (extensivo también a su esposa): Conde de Covadonga. Para mostrar su disconformidad con la decisión de su hijo, Alfonso XIII declinó acudir al enlace celebrado el 21 de junio de 1933 en la Iglesia del Sagrado Corazón de Lausana. Los únicos miembros de la Familia Real en estar presentes serían la Reina Victoria Eugenia y las infantas Beatriz y María Cristina.
Los flamantes Condes de Covadonga se trasladaron a vivir a París, donde llevaron una vida de lujos y excesos en la que la dolencia de Alfonso parecía estar totalmente erradicada. Eso sí, por muchas fiestas a la que acudiesen y muchos aduladores que los rodeasen, la existencia de la pareja era totalmente insustancial, tal y como revelaba el propio Alfonso: "Yo no tengo importancia alguna. No soy nada ni nadie y lo más triste es que no lo fui nunca".
Cansada de estar casada con un "don nadie", Edelmira abandonó a su esposo para volverse a Cuba. Él fue tras ella e intentaron reconciliarse, pero lo único que consiguieron fue firmar el divorcio en 1937. A los dos meses, el hijo de Alfonso XIII volvería a casarse con una modelo llamada Marta Esther Rocafort y Altuzarra, a la que había conocido en Nueva York. Pero con ella tampoco encontró la felicidad que siempre había buscado, ya que se separaron a los dos meses de la boda.
Con la esperanza de haber descubierto por fin al amor de su vida, años después Alfonso inició un romance con la bailarina Mildred Gaydon. Lo que nadie se esperaba era que su trágica existencia llegaría a su fin de manera totalmente inesperada al poco tiempo: el 6 de septiembre de 1938, saliendo del club de Miami en el que actuaba su amada, tuvo un fatídico accidente de tráfico en el que la hemofilia volvió a manifestarse. Su coche se estrelló contra un poste telefónico y la irrefrenable hemorragia interna que le provocó el golpe acabó con su vida a los 31 años.
Jaime de Borbón: el Infante sordo
El segundo hijo de los Reyes de España nació el 23 de junio de 1908 y fue bautizado como Jaime Leopoldo Isabelino Enrique Alejandro Alberto Alfonso Víctor Acacio Pedro Pablo María de la Santísima Trinidad de Borbón y Battenberg. Con este segundo varón la continuidad dinástica parecía doblemente asegurada en un primer momento, sabiendo ya que su hermano mayor padecía hemofilia. El Infante Jaime era, por el momento, un niño sano.
Así lo fue hasta que con cuatro años sufrió una doble mastoiditis (infección en el hueso del oído provocada generalmente por una otitis mal curada) de la que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente. Una negligencia médica durante la operación, debida principalmente a la falta de medios en aquellos años, provocó una rotura del hueso con consecuencias irreversibles: a partir de ese momento el Infante Jaime se convertiría en una persona sorda de por vida. Sorda, que no sordomuda, ya que con el tiempo aprendió a leer los labios de la gente y gracias a la ayuda de una monja que le cuidaba consiguió llegar a hablar (aunque con dificultades).
De nuevo la tragedia volvía a cebarse con los Borbones, pero muy especialmente con Jaime, en cuya educación sus padres nunca se esmeraron demasiado (por considerarlo incapacitado para desempeñar responsabilidad alguna) y quien tendría que sufrir un rechazo constante por parte de su familia y allegados. Personas cercanas a la Familia Real por aquel entonces contaban posteriormente cómo en los bailes de sociedad ninguna chica quería bailar con el Infante Jaime: al no oír la música era incapaz de seguir el ritmo y, por lo tanto, la experiencia de bailar con él no era demasiado grata.
La renuncia de su hermano mayor en 1933 le convertía a él automáticamente en el nuevo Príncipe de Asturias y Heredero al Trono, pero Alfonso XIII le obligó a que también renunciase debido a sus limitaciones físicas. Consciente de su responsabilidad, Jaime obedeció las órdenes de su padre y el 21 de junio de 1933 (el mismo día de la boda de Alfonso de Borbón y Edelmira Sampedro) renunció por carta a sus derechos dinásticos.
Pero por si todavía había alguna remota posibilidad de sentarse algún día en el trono, la perdió al comprometerse con la aristócrata italiana Emmanuela Dampierre. Una unión no exenta de amor pero indudablemente interesada por ambas partes: los Borbones conseguían que su hijo discapacitado se casase y los Dampierre lograban emparentar con la realeza. La boda se celebró el 4 de marzo de 1935 en la Iglesia de San Ignacio de Loyola (Roma) y, para no repetir el mismo error cometido con su primogénito, Alfonso XIII concedió a la pareja el título de Duques de Segovia pero restringiendo el tratamiento de Alteza Real únicamente a su hijo. Es decir, Emmanuela Dampierre era únicamente Su Excelencia la Duquesa de Segovia.
El matrimonio tuvo dos hijos - Alfonso (1936) y Gonzalo (1937) - pero rápidamente comenzaron a aflorar las infidelidades por ambas partes, especialmente por parte de Emmanuela, que en 1946 no tuvo reparo en abandonar al Infante Jaime para irse con su amante Antonio Sozzani. Al año siguiente se divorciaron y, demostrando un total desinterés en sus hijos, decidieron enviarlos a un internado en Suiza. Sin duda, una curiosa forma de evitar problemas con la custodia...
A su vez el Infante Jaime contrajo segundas nupcias con la cantante alemana Carlota Tiedemann, con quien mantendría durante años una pasional relación de amor-odio marcada por el temperamento de ella y la debilidad de él. Al menos en una ocasión la descubrió en la cama con otro hombre, pero siempre la perdonó porque, al fin y al cabo, no tenía a nadie más. Y es que para entonces la relación con sus hijos ya estaba prácticamente rota. De hecho, Alfonso y Gonzalo de Borbón llevaron a juicio a su padre en 1960 con el objetivo de inhabilitarlo, alegando que estaba dilapidando su patrimonio y que estaba desequilibrado. Los tribunales no les dieron la razón, pero en cierto modo tenían motivos para quejarse.
Durante las últimas décadas de su vida, influenciado por muchos aduladores de su entorno, Don Jaime pretendió revocar la renuncia a sus derechos realizada en 1933 y no dudó en autoproclamarse Jefe de la Casa Real de Borbón e incluso Duque de Anjou (lo cual llevaba implícito ser el Heredero al Trono Francés). Un delirio al que solo puso fin su muerte el 20 de marzo de 1975 a los 66 años tras una acalorada discusión (con botellazo en la cabeza incluido) con su esposa.
Beatriz y María Cristina: las portadoras de la enfermedad
Con solamente dos años de diferencia, en 1909 y en 1911 los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia dieron la bienvenida a dos hijas: las infantas Beatriz y María Cristina. En su caso no hizo falta esperar diagnóstico médico alguno, porque si algo ya sabían los reyes acerca de la hemofilia era el siguiente dato determinante: la padecen mayoritariamente los hombres pero son las mujeres las únicas que pueden transmitirlo. Por lo tanto, las infantas estaban ya marcadas de nacimiento.
El hecho de que acarreasen el mismo problema que ella hizo que la Reina Victoria Eugenia se volcase especialmente con sus hijas. Al fin y al cabo, solo alguien que conocía el drama que suponía portar dicha enfermedad podía enseñarles a lidiar con ello. En lo que respecta a su padre, si bien adoraba a las dos por igual, con el paso del tiempo se vio obligado a tomar una drástica decisión: les prohibió casarse por miedo a que se propagase la hemofilia. Aunque lo cierto es que ya de por sí ninguna Casa Real quería emparentar con ellas precisamente por eso.
La Infanta Beatriz sería la primera en desobedecer el mandato paterno tras conocer durante unas vacaciones junto a la Familia Real Italiana a un aristócrata llamado Alejandro Torlonia. Aunque se auto-adjudicaba el título de Príncipe de Civitella-Cesi, lo cierto es que no era miembro de la realeza, sino que descendía de una exitosa familia de empresarios a cuyo fundador el Papa Pío VII le concedió el título de Príncipe Torlonia en el siglo XIX. Por lo tanto, si quería casarse con él, la Infanta debería renunciar a sus derechos dinásticos.
Si bien contaba a regañadientes con el apoyo materno (la Reina Victoria Eugenia pensaba que dadas las circunstancias, no era del todo un mal partido), a Alfonso XIII le costó bastante más dar el brazo a torcer y solo accedió ante las amenazas de su hija de ingresar en un convento si no conseguía casarse con el hombre al que amaba. Finalmente la boda se celebró el 14 de enero de 1935 en Roma y con los años tendrían cuatro hijos: Sandra (1936), Marco (1937), Marino (1939) y Olimpia (1943). Ninguno de ellos hemofílico.
Como dato a destacar cabría decir que Sandra Torlonia se casó con Clemente Lequio, un hombre adinerado con fama de playboy que por intermediación del Rey Umberto de Italia se convirtió de la noche a la mañana en Conde Lequio. Un título nunca reconocido legalmente pero que a día de hoy ostenta el hijo de la pareja: Alessandro Lequio. Sí, el exnovio de Ana Obregón.
La Infanta Beatriz se convirtió en el paso del tiempo en la única hija superviviente de Alfonso XIII, ya que murió el 22 de noviembre de 2002 a la avanzada edad de 93 años. Su rostro era el vivo retrato del de su abuela paterna, la Reina María Cristina, y siempre destacó por ser la más castiza de las hermanas. De hecho, dicen que la última cosa que pidió antes de morir fue un chocolate con churros. Postre madrileño donde los haya.
En lo que respecta a la Infanta María Cristina, físicamente igual a su madre, no mostró de primeras un gran interés en casarse por dos razones: la atormentaba el miedo a transmitir la hemofilia a sus hijos y sentía sobre ella el peso dinástico de ser la segunda en la línea de sucesión tras las renuncias de sus tres hermanos mayores. De hecho, Alfonso XIII llegó a decirle en un momento dado: "Aguanta, nena, hasta que Juan sea padre un par de veces al menos; es tu deber".
Eso sí, una vez nacidos los hijos de Don Juan de Borbón, su hermana anunció a su padre que se casaba sí o sí: "Papá, me caso con el hombre que me chifla. Se llama Enrico Morone y es dueño de una conocida marca turinesa de aperitivos, la Cinzano. También tengo que decirte que es viudo y tiene tres hijos preciosos". En efecto, la Infanta no mentía: su prometido era el heredero de los creadores del vermú Cinzano y ya había estado casado en primeras nupcias.
Todo esto lo convertía en un candidato poco deseable, pero de nuevo Alfonso XIII cedió y, gracias a la intermediación del Rey Víctor Manuel III de Italia, la pareja obtuvo el título de Condes Morone-Cinzano tras su boda el 10 de junio de 1940 en la Basílica de San Camilo de Lelis (Roma). Tuvieron cuatro hijas - Victoria (1941), Giovanna (1943), María Teresa (1945) y Ana Sandra (1948) - y la Infanta pudo respirar tranquila: al ser todas mujeres, al menos la hemofilia no se manifestaría en una primera generación y a día de hoy no hay noticias de que ninguno de sus descendientes la padezca.
Pasados los años y ya proclamado el Rey Juan Carlos I, su tía Beatriz se convirtió en asidua en La Zarzuela pero sobre todo en el chalet de Puerta de Hierro (Madrid) que poseían los Condes de Barcelona. Nunca llegó a vivir en España más de seis meses al año, pero la Infanta María Cristina se murió el 23 de diciembre de 1996 con la satisfacción de haber podido regresar al país que la vio nacer tras décadas de exilio.
Juan de Borbón: el hombre que nunca pudo reinar
Juan Carlos Teresa Silverio Alfonso de Borbón y Battenberg vino al mundo el 20 de junio de 1913 en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso con una buena noticia bajo el brazo: al fin un varón sano y sin ninguna tara. Después de haber tenido cuatro hijos, dos de ellos varones pero incapacitados para el cargo, los Reyes de España al fin lograban engendrar un heredero con posibilidades de sobrevivir. Eso sí, su puesto en la Línea de Sucesión era el tercero, por muy sano que estuviese.
Es por ello por lo que nunca recibió una formación destinada para una persona llamada a reinar, lo cual se tradujo en que su día a día se basara en estudiar, hacer deporte y jugar con sus hermanos. Una existencia en cierto modo intrascendente pero en la que, a los 15 años de edad, se produjo un vuelco: el Infante Juan le dijo a su padre que quería ser marinero. Éste no puso ningún inconveniente y fue así como su hijo ingresó primero en la Escuela Naval de San Fernando (Cádiz) y posteriormente en la academia inglesa Darmouth. Una carrera vocacional y exitosa que le llevó de alférez a Teniente Honorario de la Marina Inglesa.
Será precisamente en un barco donde se entere de las renuncias de sus hermanos mayores y de algo que cambiaría su vida para siempre: con tan solo 20 años y sin nunca habérselo esperado, se convirtió de manera casi accidental en Príncipe de Asturias y Heredero al Trono. Algo para lo que nunca había sido preparado y que le obligó a renunciar a su sueño naval. Las responsabilidades de la Corona debían ser a partir de ese momento lo prioritario para él y en consecuencia comenzó a formarse en Derecho, Historia, Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de Florencia.
Una vez superada la preparación académica, el siguiente paso para garantizar la perpetuación dinástica era encontrar una esposa con la que engendrar nuevos herederos. Consciente de que el tiempo apremiaba y la situación de la Familia Real Española era crítica, el Rey Alfonso XIII concertó el matrimonio del Príncipe Heredero con su prima María Mercedes de Borbón y Orleans. Una boda que se celebró el 12 de octubre de 1935 en la Basílica de Santa María de los Ángeles (Roma) y a la que, esta vez sí, el Rey acudió. No hizo lo mismo su esposa, que para entonces evitaba al máximo cualquier encuentro con el hombre que tanto la había hecho sufrir.
En cuanto Juan de Borbón y su esposa tuvieron a su primer hijo varón (el posterior Rey Juan Carlos), Alfonso XIII consideró que la misión dinástica había concluido y el 15 de enero de 1941 decidió abdicar. Con ello Don Juan pasaba a ser en teoría rey, pero un rey sin reino, ya que en España se había instaurado una dictadura liderada por Francisco Franco tras la Guerra Civil que tuvo lugar entre 1936 y 1939. Con lo que él no contaba era con que esa dictadura se prolongaría durante casi 40 años y que al final su hijo le arrebatase el trono.
La antipatía que Franco y el Conde de Barcelona sentían el uno por el otro era más que manifiesta y quizás por ello el dictador decidió saltarse el Orden de Sucesión y eligió como futuro rey de España a Don Juan Carlos en lugar de a su padre. Una decisión que produjo numerosos y graves conflictos familiares y que no se resolvió de forma definitiva hasta el 14 de mayo de 1977, cuando el padre del Rey Juan Carlos renunció a su puesto como Jefe de la Casa Real.
Después de décadas de lucha por devolver la democracia a España a través de una monarquía parlamentaria, Don Juan de Borbón tuvo que resignarse a que fuera su hijo y no él quien lo consiguiese. Éste a su vez quiso compensar el sacrificio de su padre concediéndole los honores que en vida nunca pudo tener: tras el fallecimiento del Conde de Barcelona el 1 de abril de 1993, el Rey Juan Carlos quiso que tuviese un funeral con todos los honores y que fuese enterrado en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial.
Gonzalo de Borbón: una juventud truncada por la hemofilia
El último hijo de los Reyes de España nació el 24 de octubre de 1914 y fue bautizado con el nombre de Gonzalo Manuel María Bernardo Narciso Alfonso Mauricio de Borbón y Battenberg. Con él, tras el casi excepcional caso de Don Juan de Borbón, la hemofilia volvió a hacer acto de presencia. Si bien es cierto que no en un grado tan acentuado como el del primogénito, sí igual de mortífero.
En parte por el hecho de ser el último y también por el desarrollo vital que tuvo, el Infante Gonzalo nunca destacó especialmente entre sus cinco hermanos. Muy unido a su hermano Juan por llevarse solo un año de diferencia, Gonzalo fue siempre un niño muy reservado pero también muy estudioso: llegó a estudiar Ciencia e Ingeniería en la Universidad de Lovaina. Un rasgo poco común entre los Borbones, hasta el punto de que todos en casa le llamaban "la lumbrera de la familia".
De haber podido vivir más años quién sabe si se habría convertido en científico, pero el caso es que el 13 de agosto de 1934 fallecería con tan solo 20 años. La razón de su muerte fue la misma que la de su hermano Alfonso: un fatídico accidente de tráfico agravado por la hemofilia que padecía. Aunque en este caso los hechos han estado siempre menos claros y envueltos en un halo de misterio y rumorología.
En el momento del accidente él y sus hermanos se encontraban de vacaciones en Austria con su padre, invitados por unos amigos. Ese 13 de agosto él y su hermana Beatriz decidieron dar una vuelta en coche y fue la Infanta quien cogió el volante por ser la mayor. En un momento dado del trayecto y para evitar atropellar a un ciclista, Beatriz se vio obligada a dar un volantazo que provocó el descarrilamiento del vehículo. Ambos salieron ilesos, pero Gonzalo sufrió una hemorragia interna que le acabó provocando la muerte horas después
De este modo el Infante Gonzalo se convirtió no solo en el último de los hijos de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, sino en el primero de ellos en morir. Desde entonces son muchas las teorías que apuntan a que era él realmente quien conducía el coche en el momento del accidente y no su hermana. Pero, en cualquier caso, de lo que sí hay certeza es de cómo el destino se cebó con esta dinastía destinada a pasar a la Historia por motivos más dramáticos que grandiosos. Nunca sabremos lo que habría sido de España si los hechos hubiesen ocurrido de otro modo...