La candidata ideal para perpetuar la Dinastía
Con tan solo ocho meses su familia se instaló en Alemania, pero ante el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial decidieron regresar a Irán en 1937. Esa no sería su parada definitiva, ya que terminado el conflicto se instalaron en Suiza. Como resultado de todo este bagaje, la educación de Soraya sería muy cosmopolita: recibió clases de cultura islámica, aprendió francés en un internado de Lausana y mejoró su inglés en Londres.
Se inició así la búsqueda de una candidata ideal para engendrar al Heredero al Trono y en la que, casi por casualidad, apareció el nombre de Soraya Esfiandary. Fue una de las damas de compañía de la Reina Madre quien le habló de esta joven que por entonces estudiaba en Londres y, tras mostrarle unas fotografías, se tomó en consideración su candidatura.
El siguiente paso fue poner su existencia en conocimiento del Sah, quien tras ver las citadas fotografías ordenó que llevaran a la joven al Palacio Real. En cuestión de días se celebró una cena en la que estuvo presente toda la Familia Real Iraní y en la que por primera vez se vieron Soraya y Mohamed Reza Pahlavi. La conexión entre ambos fue inmediata y esa misma noche se produjo la pedida de mano. El 11 de octubre de 1950 se anunció oficialmente el compromiso.
Una boda majestuosa que casi no se celebra
Al contrario que en las relaciones normales, el noviazgo entre el Sah y su prometida transcurrió entre los meses que separaban la fecha de su compromiso y el día de su boda. Un periodo de tiempo muy escaso, ya que si la pedida se produjo en el mes de octubre, la ceremonia nupcial se organizó para el mes de diciembre. Por lo tanto, poco más de dos meses tuvieron los novios para conocerse el uno al otro.
Debido el precipitado y vertiginoso devenir de los acontecimientos, Soraya comenzó a sufrir los síntomas de una fiebre tifoidea. Las pruebas médicas lo confirmaron y la boda tuvo que posponerse hasta que la novia recuperase las fuerzas. Fue entonces cuando ésta pudo comprobar los sentimientos que Mohamed Reza Pahlavi sentía hacia ella: cada mañana le enviaba un ramo de 60 rosas al hospital donde estaba ingresaba y a lo largo del día buscaba la manera de encontrar tiempo para ir a visitarla.
El 12 de febrero de 1951 una todavía débil, aunque considerablemente recuperada, Soraya Esfiandary sacó fuerzas de donde no las tenía para enfundarse un exclusivo diseño de Christian Dior con un peso cercano a los 30 kilos y hecho a base de lamé plateado, 6.000 diamantes y 20.000 plumas. Ese era el vestido de novia con el que daría el 'sí, quiero' al Sah de Irán y pasaría a convertirse en reina consorte con tan solo 19 años.
La ceremonia en sí, pese a ser la segunda para Mohamed Reza Pahlavi, no se caracterizó precisamente por su austeridad: el Palacio de Golestán fue decorado con 1'5 toneladas de orquídeas, tulipanes y claveles traídos expresamente de Holanda, acudieron 2.000 invitados y disfrutaron de un espectáculo circense en directo venido desde Roma.
Un matrimonio condenado al fracaso
El objetivo de esta unión tenía un único y claro objetivo: proporcionar un heredero varón a la Dinastía Pahlavi. Algo que los recién casados intentaron de todos los modos posibles durante los siguientes años pero de manera infructuosa. El tiempo pasaba y el heredero no llegaba. A pesar de haber recorrido las clínicas ginecológicas más prestigiosas del mundo, nadie conseguía descubrir por qué la esposa del Sah no conseguía quedarse embarazada.
No fue hasta 1954 cuando un médico sentenció que Soraya tendría serias dificultades para poder tener hijos debido al estrés que sufría. Y es que para entonces las presiones al matrimonio no habían hecho más que incrementarse, tanto por parte de la Familia Real como del Gobierno: mientras que desde la Corte se malmetía contra la reina, los políticos del país la criticaban por su comportamiento occidental. Una situación que llegó a su punto álgido tras la muerte del Príncipe Alí Reza (hermano del Sah y Heredero al Trono) en un accidente de avión. A partir de este último incidente Irán se convirtió oficialmente en la única monarquía en el mundo sin heredero.
Ante la imposibilidad de tener hijos con su esposa y la perspectiva de que la Dinastía Pahlavi llegase a su fin, el Sah llegó a proponerle a Soraya la opción de casarse con otra mujer. Ella se negó en rotundo y, sin saberlo, sentenció su destino. El Consejo de Sabios dio un ultimátum al líder del país: o se casaba con otra mujer o se divorciaba de la primera. Mohamed Reza Pahlavi, al contrario de lo que había hecho en su día Eduardo VIII de Inglaterra, renunció al amor por el Trono y el 14 de marzo de 1958 se anunció oficialmente el divorcio del matrimonio real.
Un exilio errante en busca de la felicidad
Un día antes de que el pueblo iraní tuviese conocimiento de la noticia, su reina ya había abandonado el país al que ya nunca más volvería. Su primera parada fue Alemania, hogar de sus padres y lugar desde donde durante las siguientes semanas negociaría los términos de su situación tras haber sido repudiada. El 6 de abril se llegó a un acuerdo: la exreina recibiría el título de Princesa Imperial, un ático en París, una pensión vitalicia (de 7.000 dólares al mes), las la propiedad de las joyas y regalos habidos en el matrimonio y un pasaporte diplomático para que viajase a donde quisiera sin problema alguno.
Haciendo uso de su nuevo estatus y en un intento por olvidar lo vivido, la Princesa Soraya inició un periplo por todo el mundo durante los siguientes años: Alemania, París, Mónaco, Roma... Tal y como ella misma declararía: "No quiero quedarme en ningún sitio fijo. Necesito espacios abiertos". Aunque hubo un país en el que sí vio la oportunidad de empezar una nueva etapa: Italia.
Fue en su capital donde se establecería a finales de los años 60, en pleno apogeo de la 'Dolce Vita', con el objetivo de cumplir su sueño de la infancia: convertirse en actriz. Puesta en contacto con el prestigioso productor Dino de Laurentiis, consiguió convencerle de protagonizar su siguiente película: 'Tres perfiles de mujer' (1965). El proyecto fue un rotundo fracaso y la carrera como actriz de Soraya terminó nada más empezar.
Lo único bueno que le reportó la experiencia fue el haber podido conocer al director Franco Indovina, con quien mantuvo un romance durante el rodaje y en los cinco años posteriores. La vida parecía sonreír por fin a la princesa, pero no por mucho tiempo. El 4 de mayo de 1972, poco después de que Indovina consiguiese el divorcio de su esposa, fallecía en un accidente de avión. De nuevo la tragedia se cebaba con, tal y como empezaba ya a llamarla la prensa, la 'princesa de los ojos tristes'. Aquellos ojos verdes que irradiaban luminosidad en su juventud iban apagándose inexorablemente hasta que la oscuridad terminó por apoderarse de ellos.
Sus últimos años de vida
Tras la pérdida de su amante, Soraya volvió a poner tierra de por medio y continuó su particular vuelta al mundo. Y en esas estaba cuando a finales de los años 70 recibió la llamada del Príncipe Alfonso de Hohenloe, quien la invitó a alojarse en su célebre Marbella Club y descubrir por sí misma el esplendor de esta ciudad costera que empezaba a emerger. A falta de algo mejor, la princesa decidió mitigar sus penas en el cálido clima de la Costa del Sol y ahogar sus recuerdos en alcohol.
De ese modo la Princesa Soraya de Irán se convirtió en personaje recurrente en la época dorada de Marbella, compartiendo fiestas y juergas con personalidades de la jet-set como Gunilla Von Bismarck, Jaime de Mora y Aragón o el inefable Jesús Gil. Su afición a la bebida comenzó a ser más que notoria y los cronistas de la época hacían referencia a ello lo más elegante posible con expresiones como que "se evaporaban botellas y botellas de vino de su mesa". Otros como Pilar Eyre no eran tan delicados: "Se cogía unas cogorzas descomunales y acababa en brazos de algún camarero".
Tras la fiesta su chofer personal la llevaba a Casa Maryam (la residencia que la princesa se compró en Marbella), donde, incapaz de llegar al dormitorio por su propio pie, muchas veces se quedaba dormida en el sofá hasta que a la mañana siguiente el servicio le llevaba el desayuno.
Mientras Soraya trasnochaba y lidiaba con las resacas, en Irán tenía lugar una Revolución Islámica que amenazaba con derrocar la monarquía. Algo que se consiguió el 16 de enero de 1979: ese día el Sah Mohamed Reza Pahlavi partió al exilio en compañía de su tercera esposa, Farah Diba, y los hijos que tuvo con ella. Nada más saberlo, Soraya llamó por teléfono al que siempre consideró el gran amor de su vida y le dijo todo lo que sentía por él. Él le respondió que sentía lo mismo.
Planearon verse una última vez, ya que el Sah sufría un cáncer linfático en estado muy avanzado y sería cuestión de tiempo que falleciese. Algo que finalmente ocurrió antes de que pudiese reencontrarse de nuevo con aquellos ojos tristes que lo enamoraron a través de una fotografía y a los que tuvo que renunciar para poder conservar un Trono que acabó perdiendo. Un último golpe del que Soraya ya nunca se recuperaría.
La Princesa Imperial murió el 26 de octubre de 2001 a los 69 años en la soledad de su apartamento de París. Ese mismo que le había regalado su marido y donde durante los últimos años se encerró para intentar olvidar. Al fin y al cabo, ella misma lo reconocía en sus memorias: "La vida se esfuma pero continúa".