Todo comenzó con el "Domingo Sangriento" de 1905, cuando miles de trabajadores se manifestaron ante el Palacio Real reclamando mejores condiciones laborales y fueron acribillados a tiros por los soldados imperiales. Esto no fue más que la mecha encargada de prender la ira del pueblo y desencadenar la Revolución de Febrero de 1917. La inestabilidad política del país obligó al Zar Nicolás II a abdicar y el nuevo gobierno bolchevique les apresó a él y a su familia.
Jorge V, el rey que dejó caer a su primo
Todos estos hechos tenían lugar con el telón de fondo de la Primera Guerra Mundial, en la que Rusia estaba inmersa y en la que también Reino Unido era contendiente. Precisamente en este último país el conflicto estaba generando un gran malestar social, hasta el punto de que para los británicos la caída del Zar supuso incluso una alegría. En este sentido, el historiador Theo Aronson afirma que "para la mayoría de la población, el Zar era visto como un tirano sangriento".
Lo cierto es que a pesar de esto, los Gobiernos de ambos países mantuvieron durante esos meses unas arduas negociaciones con un único objetivo: la huida de la Familia Imperial Rusa a Reino Unido. Los lazos que los unían eran muy intensos, puesto que el Zar Nicolás II era primo-hermano del Rey Jorge V y la Zarina Alejandra, a su vez, era nieta de la Reina Victoria. De hecho, el Monarca británico no dudó en mostrar su apoyo incondicional a su primo cuando tuvo conocimiento de su abdicación a través de un telegrama en el que decía: "Lo ocurrido la semana pasada me ha afectado mucho, tienes mi apoyo. Siempre seré tu verdadero y fiel amigo".
Las negociaciones avanzaban y parecían llegar a buen puerto hasta que en el mes de abril se produjo un cambio en los acontecimientos. Viendo el clima de malestar de la población, el secretario personal del Rey Jorge V decidió aconsejarle que retirase su ofrecimiento de asilo a sus parientes rusos apelando a las posibles consecuencias negativas que eso podría conllevar para la propia Familia Real Británica.
Alfonso XIII, el gran benefactor olvidado
A diferencia del Reino Unido, España consiguió mantener su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial. Esto se debió en gran parte a la complicada situación de la Familia Real Española: la Reina María Cristina era austriaca y su nuera, la Reina Victoria Eugenia, era inglesa. Además, la esposa de Alfonso XIII era prima-hermana de la Zarina Alejandra.
Precisamente este último dato es de vital importancia para entender el interés con el que el Monarca español siguió desde Madrid todos los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Rusia. Unos acontecimientos que a medida que pasaba el tiempo se complicaban cada vez más hasta el punto de que Alfonso XIII decidió encabezar una misión destinada a liberar a la Familia Imperial Rusa de su cautiverio.
Para ello intentó lograr el apoyo del resto de Monarcas europeos, que aunque veían bien que el Zar y su familia se refugiasen en España, no estaban muy por la labor de facilitar los medios para que esto ocurriese. Ni Jorge V de Reino Unido, ni Gustavo V de Suecia, ni Haakon VII de Noruega. Nadie quiso contribuir a la causa, pero el Rey de España no cesó y siguió adelante hasta que estuvo casi a punto de conseguir su objetivo. No obstante, lo que él desconocía era que mientras sus ministros y él mismo negociaban la liberación con el gobierno bolchevique, éste a su vez ya tenía una decisión tomada y no pensaba cambiarla. Es más, mantuvo un juego a dos bandas durante meses con el único objetivo de sacar beneficios políticos de la situación.
En septiembre de 1918 las noticias que circulaban por Europa ya apuntaban a un trágico desenlace, pero Alfonso XIII mantuvo la esperanza hasta el final. El historiador César Vidal lo tiene claro: "Si las negociaciones fracasaron fue porque los bolcheviques actuaron deslealmente con el Gobierno español. De ellos había partido la orden de asesinar a los Romanov pero, aún así, no solo ocultaron el hecho, sino que además pretendieron usarlo para obtener concesiones de España".
Un desenlace cruel y sangriento
Sin la ayuda de sus países vecinos y ni siquiera de sus parientes, la Familia Imperial Rusa quedó a merced de los revolucionarios bolcheviques. En un primer momento, el gobierno provisional de Kerenski intentó mantenerlos bajo protección y los trasladaron a un palacio a las afueras de Petrogrado. Sin embargo, ante la inseguridad creciente en agosto de 1917, los Romanov tuvieron que cambiar de residencia de nuevo. En esta ocasión fue Tobolsk (Siberia), aunque este no sería su último destino.
Cuando cayó el gobierno de Kerenski, los radicales se hicieron con el poder y ellos no pensaban ser tan benévolos con el Zar y su familia. Fue por ello que en abril de 1918 fueron nuevamente trasladados a Ekaterimburgo, a la que con el paso del tiempo se conocería como "casa del propósito especial". Se trataba de poco menos que una prisión donde durante meses permanecieron confinados.
Ante el avance de las fuerzas anticomunistas y prozaristas, temiendo que la Familia Imperial pudiese ser rescatada, el gobierno de Moscú tomó una drástica decisión: había que acabar con ellos. Todo lo que ocurrió después fue digno de una película de terror.
La noche del 16 al 17 de julio de 1918, el soldado que estaba al frente de la casa ordenó a la familia que se despertase y les ordenaron bajar al sótano. Allí se llevó a cabo la brutal masacre: los soldados comenzaron a disparar indiscriminadamente contra el Zar y su familia hasta que los cuerpos cayeron al suelo. Las jóvenes princesas fueron quienes más sufrieron, debido a que las joyas que tenían incrustadas en sus corsés esquivaron en cierto modo las balas y tuvieron que ser rematadas a bayonetazos.
Los cuerpos fueron enterrados al día siguiente en una fosa y cubiertos de ácido. Nada se volvió a saber de ellos hasta finales de siglo: fueron encontrados en 1979, pero la exhumación no se produjo hasta 1991, una vez caído el sistema comunista que había puesto fin a sus vidas. Desde entonces reposan en la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petesburgo. Sin embargo, ese no fue el final de su historia, puesto que los Romanov siguen, más de un siglo después, protagonizando numerosas leyendas y descabellados descubrimientos.