"Si algún día logramos proclamar la república, Juliana sería la primera Presidenta de Holanda". Esta sorprendente afirmación pronunciada por el líder del Partido Republicano holandés en los años 80 es la mejor demostración de la popularidad de la que gozaba la Reina Juliana. Una mujer que estuvo sentada en el trono durante más de 30 años y que gozó del incondicional cariño y apoyo del pueblo holandés a lo largo de esas tres décadas. Eso sí, no faltaron momentos en los que su posición fue puesta en entredicho...
1 La presión dinástica
Juliana Emma Luisa María Guillermina de Orange-Nassau nació el 30 de abril de 1909 después de que su madre, la Reina Guillermina de Holanda, hubiese sufrido dos abortos involuntarios y padecido el trauma de dar a luz a un niño muerto. El nacimiento de la tan esperada heredera era clave para la perpetuación de la Dinastía Orange-Nassau en el Trono de Holanda.
El Rey Guillermo III había muerto en 1890 sin dejar más descendencia que su hija Guillermina: la única de sus cuatro hijos que consiguió sobrevivir a su padre. Debido a su corta edad por aquel entonces fue su madre quien asumió la regencia hasta 1898. A partir de ese momento, siendo ya reina en plenitud de funciones, Guillermina tenía que centrarse en un único objetivo: dar un Heredero al Trono. Y es que, en caso de que ella falleciese sin descendencia, Holanda habría pasado a manos del Archiduque Willem Ernst de Sajonia-Weimar-Eisenach (el familiar varón más cercano) y el país se anexionaría al Imperio Alemán.
El nacimiento de Juliana fue por lo tanto un gran alivio tanto para su madre como para todo el pueblo holandés, ya que la perpetuación de la dinastía estaba garantizada al menos durante una generación más. Lo que nadie podría imaginarse entonces es que en el futuro la heredera de Juliana también sería una mujer. Produciéndose así una situación casi sin precedentes: la Monarquía Holandesa será la única del mundo gobernada ininterrumpidamente por reinas durante más de un siglo. Y es que desde Guillermo III, ningún otro hombre se ha vuelto a sentar en el trono hasta el actual monarca, el Rey Guillermo Alejandro de Holanda.
Consciente de la responsabilidad que estaba llamada asumir, la Princesa Juliana recibió una educación muy estricta por parte de su madre, a quien únicamente podía dirigirse como "Madame" y no como "mamá". Su formación corrió a cargo de profesores particulares contratados especialmente para educarla en palacio y luego ingresaría en la Universidad de Leiden. Cuando cumplió 18 años fue nombrada oficialmente Heredera al Trono y pasó a formar parte del Consejo de Estado.
2 Un marido infiel y corrupto
Del mismo modo que la Reina Guillermina había sufrido la presión de tener que dar descendencia a la Corona, su hija también debía hacerlo. Es por ello por lo que a medida que Juliana iba haciéndose mayor, el interés de su madre por hallar un marido adecuado para ella iba creciendo paralelamente. Eso sí, por desgracia para la Reina, dicho marido no iba a encontrarlo entre las grandes familias de la realeza.
Fue en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936 donde la Princesa Juliana conoció a Bernardo de Lippe-Biesterfeld, descendiente de una importante familia aristocrática de Alemania con notables vinculaciones al nazismo. Varios de sus parientes daban apoyo explícito a Adolf Hitler y él mismo había servido en las SS durante su juventud, por lo que el hecho de que Juliana se enamorase de él supuso un gran problema.
A la Reina Guillermina le costó mucho - por razones obvias - dar su consentimiento a esta unión, pero al final no tuvo más remedio que aceptarlo. Eso sí, no sin antes obligar a su hija y a su futuro yerno a firmar unas capitulaciones matrimoniales en las que quedaba muy claro que Bernardo debería renunciar a su pasado y estar dispuesto a servir a Juliana el día que ésta fuese reina.
La boda finalmente tuvo lugar el 7 de enero de 1936: primero se celebró una ceremonia civil en el ayuntamiento de La Haya y a continuación un oficio religioso en la Gran Iglesia de San Jacobo. Fue una boda bastante deslucida debido a la escasa presencia de miembros de la realeza y, por otro lado, porque el gobierno nazi se negó a conceder un visado a muchos de los familiares y amigos del novio. Aún así, nada pudo empañar la felicidad de los contrayentes.
No cabe duda de que el suyo fue un matrimonio por amor, pero las personalidades opuestas de ambos no tardaron en hacer mella en la relación y, en lo que respecta al a partir de entonces Príncipe Bernardo, no tardaron en aparecer las infidelidades. Muchas serían las amantes que el consorte iría alternando a lo largo de su vida y en 2004 él mismo reconoció la existencia de dos hijas ilegítimas. Una de ellas nacida en 1952 y la otra en 1967.
Lo realmente sorprendente era que Juliana tuvo conocimiento de ello en todo momento. Es más, la mayor de estas hijas ilegítimas llegó a convivir con ella y su familia en su residencia de verano. Unos hechos que no pasaron inadvertidos para la opinión pública y que derivaron en la publicación del libro 'Juliana, una princesa en un mundo de hombres' en 2016. En dicha obra su autora Jolande Withuis sostiene que " la relación estuvo rota desde el principio y sin ninguna posibilidad de reparación ", pero que aún así " Juliana siempre siguió enamorada de él y tenía la esperanza de que su relación fuera a mejor ".
Por si las infidelidades no fueran suficiente, el Príncipe Bernardo protagonizó un escándalo todavía mayor en 1976 y que a punto estuvo de costarle el trono a su esposa. Ese año se hizo público que el consorte había aceptado un soborno millonario por parte de una empresa armamentística estadounidense (Lockheed Aircraft Corporation) a cambio de influir en el gobierno holandés para que éste les comprase aviones de combate. En un enésimo intento por dar la cara por su marido, la Reina Juliana llegó a amenazar con abdicar si juzgaban a su marido y presionó al Gobierno para que el asunto no llegase a los tribunales. Lo que no pudo evitar fue la creación de una comisión de investigación cuyo informe confirmaba los hechos. A cambio de no ser procesado, el Príncipe Bernardo tuvo que renunciar a su puesto en el Ejército y a la presidencia de prácticamente todos sus cargos en organizaciones benéficas e instituciones.
3 Los problemas que le dieron sus hijas
La Reina Juliana y el Príncipe Bernardo tendrían en común cuatro hijas: Beatriz (1938), Irene (1939), Margarita (1943) y Cristina (1945). Con ellas se confirmó el 'matriarcado' que había iniciado la Reina Guillermina pero, a diferencia de ésta, sus nietas se caracterizarían más bien por anteponer sus deseos a sus obligaciones. Las consecuencias que sus actos tendrían para su madre fueron notorias y la abdicación sobrevolaría el Palacio Real varias veces.
La Princesa Beatriz fue nombrada Heredera al Trono tras la abdicación de la Reina Guillermina en 1948 y por ello recibió una educación especial y diferente a la de sus hermanas. En su caso el deber hacia la Corona estaba por encima de todo, pero esta premisa quedó en un segundo plano cuando se enamoró del aristócrata alemán Claus von Amsberg. El caso recordaba mucho al de sus propios padres, ya que Claus tenía también unos vínculos muy fuertes con el nazismo. Sin embargo, la gran diferencia desde entonces había sido el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana de Holanda. El pueblo en este caso no estaba dispuesto a transigir por segunda vez y los actos en contra de esta unión deslucirían su boda el 10 de marzo de 1965. Cabría señalar que la Reina Juliana solo accedió a aceptar el enlace debido a la huelga de hambre que inició su hija como medida de presión.
Los líos amorosos de la Princesa Irene tampoco le pondrían las cosas fáciles a la soberana holandesa. Aunque en este caso la religión pesó más que la nacionalidad. El elegido por la segunda hija de la reina para casarse fue el Príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma, pretendiente carlista al trono español. Era un príncipe, sí, pero católico. Debido a que Holanda es un país de religión protestante, no estaba permitido a ningún miembro de la Familia Real Holandesa casarse con alguien que profesase otra fe distinta a esta. Ni corta ni perezosa, la Princesa Irene se convirtió al catolicismo y no hizo más que empeorar las cosas. Al final acabó casándose en España sin la aprobación ni la presencia de su familia.
Igualmente problemática sería en 1967 la boda entre la Princesa Margarita y el profesor Pieter van Vollenhoven. ¿Cuál era el motivo del problema esta vez? Pues que el novio de la princesa era un plebeyo y por aquel entonces los matrimonios morganáticos estaban vetados entre la realeza. La Reina Juliana se vio obligada nuevamente a oponerse (por obligación) a la felicidad de una de sus hijas, pero de nada sirvió. La boda se celebró el 10 de enero de 1967 y Margarita de Holanda se convirtió así en el primer miembro de la Dinastía Orange-Nassau en casarse con un ciudadano sin sangre real.
La Princesa Cristina, pese a que también se casó con un plebeyo y perdió sus derechos al trono, merece una mención aparte por unos motivos muy distintos. Durante su embarazo la Reina Juliana contrajo la rubeola y debido a ello su hija pequeña nació casi ciega. La soberana no pudo evitar sentirse culpable y eso la llevó a depositar toda su confianza en una curandera que, al más puro estilo Rasputín, afirmaba ser capaz de sanar a su hija. Llegó tanto a confiar en Greet Hofmans que ésta no dudó en mover muy bien sus hilos: opinaba sobre su matrimonio con el Príncipe Bernardo, le aconsejaba sobre asuntos de Estado e incluso llegó a escribirle discursos. La situación llegó a un límite en el que el Parlamento tuvo que intervenir de manera directa y Hofmans fue expulsada definitivamente de Palacio en 1965.
4 La reina que odiaba el protocolo
Juliana fue coronada Reina de Holanda el 6 de septiembre de 1948 después de que su madre decidiese abdicar por su avanzada edad y problemas de salud. Su estilo estaría marcado desde el primer momento por una mayor relajación en lo que a protocolo y tratamientos reverenciales se refiere y por una cercanía al pueblo como nunca antes. Ella misma llegó a confesar en una ocasión que el protocolo era su "enemigo natural".
Sería siempre una mujer de contrastes: si bien por un lado se mostraba cercana en el trato personal ( pedía a todos que se dirigieran a ella como 'Señora' y no como 'Majestad' ), en todo aquello relacionado con la institución a la que representaba se mostraba inflexible. Durante su reinado tendrían en lugar en el Palacio Real grandes y suntuosas cenas de gala en las que nunca dudó en presumir de sus mejores joyas. Al fin y al cabo, las alhajas de los Orange-Nassau son de las mejores de Europa. Tiaras, broches, pulseras, pendientes... Todo estaba siempre a su disposición para lucirlo como ahora hace la esposa de su nieto, la Reina Máxima de Holanda. Sin duda, la mayor continuadora de su legado.
Durante los años que se vio obligada a vivir exiliada en Canadá debido a la Segunda Guerra Mundial, Juliana y sus hijas pudieron disfrutar de una vida corriente y prácticamente anónima: las pequeñas princesas iban a colegios públicos y su madre no dudaba en vestirse como cualquier otra ama de casa, ir a hacer ella misma la compra y pasearse en bicicleta por las calles de Ottawa.
Siguiendo el ejemplo de su predecesora, la Reina Juliana decidió abdicar a favor de su hija Beatriz el 30 de abril de 1980, coincidiendo con su 71 cumpleaños: " Tarde o temprano los que envejecen deben enfrentar el hecho grave de que su fortaleza se desvanece y que es irresponsable seguir ". Aún así, ella seguiría participando en actos públicos hasta que el Alzheimer y su avanzada edad le impidieron continuar haciendo lo que más le gustaba y para lo que había sido educada. Murió el 20 de marzo de 2004 a los 94 años y, a día de hoy, ni su hija ni su nieto han conseguido arrebatarle el título de soberana más popular y querida en la historia de Holanda.