Por suerte, la Reina Isabel solo tiene que llevarla una vez al año (en la ceremonia de apertura del Parlamento) y durante el resto del tiempo tiene a su disposición la mayor y más valiosa colección de joyas del mundo. Se trata de un conjunto de piezas que incluyen broches, gargantillas, pendientes y sobre todo tiaras cuyo valor es incalculable no solo por la historia que albergan, sino también por la variedad de materiales utilizados en su elaboración: diamantes, perlas, rubíes, esmeraldas, aguamarinas, etc. Pero de toda esta colección... ¿Cuáles son las tiaras favoritas de la soberana británica? ¿Cuáles son las que más ha utilizado a lo largo de su longevo reinado?
La simbólica Tiara de Estado
La "pesada" Corona Imperial es sin duda la gran protagonista de la inauguración del año parlamentario en Reino Unido, pero realmente la Reina solo se la pone en el interior de Westminster y mientras dura la ceremonia. Tanto en los momentos anteriores como en los posteriores, mientras hace el trayecto en carroza, Isabel II opta por la comodidad y la sencillez de otra pieza igualmente simbólica pero mucho más ligera: la Tiara de Estado.
Las tiaras rusas
Entre los siglos XIX y XX se pusieron muy de moda entre la realeza europea unas tiaras conocidas como "fringes" (barras) y que se caracterizan por su disposición gradual de barras en forma de espiga más o menos puntiagudas. Tuvieron su origen en la Corte de los Romanov, ya que imitan la forma de las diademas "kokoshnik" de las campesinas rusas. Prácticamente todos los joyeros reales tienen una (en Mónaco, en Suecia, en Liechtenstein...) a excepción del joyero de los Windsor, quienes curiosamente poseen dos tiaras diferentes pero de este mismo estilo.
La más antigua - por la procedencia de sus piedras - tiene su origen en el collar que la Reina Victoria le regaló a María de Teck en 1893 con motivo de su enlace con el futuro Rey Jorge V. Este collar fue creado por la joyería Garrard con unos diamantes que pertenecían al Rey Jorge III y que se distribuyeron en 47 barras separadas por 46 púas de menor tamaño. Su conversión en tiara no tuvo lugar hasta 1919, aunque se transformó de tal modo que puede ser utilizada de una forma y de otra.
En 1936 la pieza pasó a manos de la Reina Madre, quien apenas la utilizó porque la consideraba "fea y picuda". No pensaba lo mismo su hija y la por entonces Princesa Isabel no dudó en elegirla como tiara nupcial el día de su boda con el Príncipe Felipe de Grecia en 1947. Fue de hecho la primera tiara que utilizó la actual soberana y por ello, con doble motivo, le guarda un especial cariño.
Esta pieza también fue utilizada como tiara nupcial por la Princesa Ana en su boda con Mark Phillips en 1973 y más recientemente por la Princesa Beatriz de York en 2020. En lo que respecta a la Reina, quien sigue siendo su propietaria a pesar de haberla cedido en préstamo en estas dos ocasiones, no volvió a ponérsela en demasiadas ocasiones desde su boda. Sí lo hizo para posar en el retrato conmemorativo de su Jubileo de Diamante en 2011.
Su preferencia es clara hacia la otra diadema fringe de su joyero, conocida como Tiara Kokoshnik para diferenciarla de la anterior (denominada simplemente como Tiara Fringe). En este caso, las barras son menos puntiagudas y su estructura es más compacta. Está hecha igualmente con una estructura de platino y 488 diamantes incrustados.
Se trató de un regalo que las damas de honor de la Reina Alexandra le hicieron en 1888 por sus bodas de plata con el Rey Eduardo VII. Ella misma eligió el diseño, puesto que quería tener una tiara al estilo ruso como la de su hermana, la emperatriz María Fiodorovna de Rusia (madre del Zar Nicolás II). La Reina Alexandra se la legó posteriormente a su nuera, la Reina María, y ésta a su vez a la Reina Isabel II, que la utilizó por primera vez en 1954 y desde entonces la ha convertido en una de sus joyas predilectas.
Pero mientras que estas dos tiaras al estilo ruso fueron realizadas en Londres, hay una tiara que verdaderamente procede de Rusia y perteneció a la Gran Duquesa María Pablovna (esposa del Gran Duque Vladimir de Rusia). Su origen se remonta al año 1880 y su diseño es muy diferente al típicamente ruso: se compone de 15 círculos de diamantes entrecruzados y de los cuales cuelgan sus respectivas 15 perlas en forma de pera. La tiara es conocida como Tiara Vladimir en honor a su primera propietaria.
¿Cómo acabó esta joya de la Familia Imperial Rusa en el joyero de sus parientes británicos? Su increíble periplo empezó en 1917, cuando la Gran Duquesa tuvo que huir y abandonar su palacio de San Petesburgo a causa de la revolución bolchevique. Debido a la urgencia del momento solo pudo llevarse consigo las alhajas menos valiosas y dejó las piezas más importantes en su anterior residencia. Desde su escondite en el Cáucaso organizó una operación secreta para que un joyero amigo suyo - el británico Albert Stopford - se infiltrase en el palacio y las recuperase. El objetivo era aprovechar el pasaporte diplomático de Stopford para llevar las joyas a Londres y guardarlas a buen recaudo. Sorprendentemente la operación salió según lo previsto, pero la Gran Duquesa ya no pudo volver a lucirlas debido a su fallecimiento en 1920.
Para poder sobrellevar su precaria situación económica en el exilio, los hijos de María Pablovna pusieron a la venta las joyas de su madre y fue así como llegó a manos de la Reina María de Teck. La consorte del Rey Jorge V adquirió la tiara en 1921 y pidió que se transformase para poder poner en ella esmeraldas en lugar de perlas. De ese modo, la Tiara Vladimir tiene tres posibles opciones de uso: con perlas, con esmeraldas o sin nada. Isabel II la ha lucido de las tres maneras en las incontables veces que se la ha puesto desde que la heredó de su abuela.
El legado de la Reina María
Como se puede comprobar, gran parte de las tiaras que actualmente posee la Reina Isabel proceden de su abuela, la Reina María de Teck. Ella fue sin duda la que mayor cantidad de alhajas aportó al joyero real, ya que su afición por este tipo de piezas era de sobra conocida. Hasta el punto de que si quería una tiara y no podía conseguirla, no dudaba en encargar a sus joyeros de confianza una copia de la misma.
Eso es lo que ocurrió con la conocida como Tiara Cambridge o Tiara Lover's Knot que la Reina María encargó a Garrard en 1913/1914. La original a la que imitaba tenía ese mismo nombre y pertenecía a su abuela materna, la Princesa Augusta de Hesse (esposa del Duque de Cambridge). A pesar de que la Reina María la lució en calidad de préstamo en varias ocasiones durante su juventud, tras el reparto de la herencia de su abuela en 1889 quedó claro que nunca la podría disfrutar como poseedora plena. Por ello decidió encargar una copia.
La tiara se realizó siguiendo un diseño de estilo neoclásico, con diamantes de talla brillante y con unos motivos decorativos imitando nudos de los que penden 19 perlas en forma de lágrima. Tanto la tiara original como la copia posterior tenían además otras 19 perlas colocadas verticalmente en la parte superior, pero la Reina Isabel II decidió prescindir de ellas cuando la recibió de su abuela en 1953.
La actual soberana la utilizó bastante durante el principio de su reinado, pero quien haría mundialmente famosa esta tiara fue la Princesa Diana de Gales durante sus años de matrimonio con el Príncipe Carlos. Su suegra se la dejó tras su boda en 1981 y desde entonces fue la única que utilizó - junto a la tiara de la familia Spencer - en los actos o ceremonias de gala donde la etiqueta requería su uso. Aún a pesar de que, tal y como ella misma reconoció en su día, el peso de los brillantes y el ruido de las perlas en movimiento le provocaban intensos dolores de cabeza.
Tras el divorcio de los Príncipes de Gales en 1995 la tiara volvió al joyero real y allí permaneció sin que nadie lo utilizase hasta que en 2015 la esposa del Príncipe Guillermo decidió coronar su peinado con ella durante una recepción al cuerpo diplomático en el Palacio de Buckingham. Desde entonces ya son varias las ocasiones en las que la Duquesa de Cambridge la ha vuelto a utilizar. Y es que se trata de una pieza con mucha significado por ella por dos razones: la dueña de la tiara original ostentaba el mismo título que ella y quien la hizo famosa fue su malograda suegra.
Otra de las tiaras de la Reina María que siguen siendo usadas a día de hoy es la Tiara de las Niñas de Gran Bretaña e Irlanda, comúnmente conocida como Tiara Girls of Great Britain and Ireland o simplemente como Tiara de la Reina María. Fue uno de los muchos regalos de boda que la reina recibió en 1893 y que en este caso procedía de una recaudación de donativos en representación de la juventud femenina del país (de ahí su nombre).
Contiene motivos decorativos en forma de flores de lis y está hecha a base de diamantes en talla brillante engastados en plata y oro. Originalmente tenía 14 perlas en su parte superior, pero en 1920 fueron sustituidas por pequeños diamantes de forma circular y así se conserva actualmente en el joyero de la Reina Isabel. Es sin lugar a dudas la tiara favorita de la soberana británica y especialmente durante los últimos años, ya que la sencillez y comodidad de su diseño la convierten en una opción mucho más práctica para una persona que supera ya los 90 años.
Las contribuciones personales de la Reina Isabel
La Reina Isabel ha querido hacer su propia contribución personal para incrementar la colección de joyas de la Casa Real británica y por ello a lo largo de todos estos años ha adquirido sus propias tiaras. A día de hoy se desconoce cuáles de ellas se mantendrán dentro de las Joyas de la Corona y cuáles serán legadas a en posesión privada a sus descendientes, puesto que si bien hay algunas de ellas que recibió en calidad de Reina de Inglaterra, otras fueron compradas a título individual.
Ejemplo de esto último es la tiara de zafiros que adquirió en 1963. Se desconocen los términos exactos en los que llegó a su colección - si fue por subasta o por intermediación de alguno de sus joyeros de confianza - pero sí se conocen tanto el origen de la pieza como la motivación que la llevó a comprarla. Y es que, por curioso que parezca, la Familia Real no poseía hasta entonces ninguna tiara que hiciera juego con el aderezo de zafiros que adquirió el Rey Jorge VI (compuesto por una gargantilla, unos pendientes y un broche).
La tiara en cuestión era en principio una gargantilla del siglo XIX que pertenecía a la Princesa Luisa María de Bélgica (1858-1924), hija mayor del Rey Leopoldo II. Famosa por su vida de polémicas y excesos, en los últimos años de su vida se vio obligada a vender gran parte de sus joyas para saldar sus deudas. Entre esas piezas estaba la gargantilla de zafiros décadas después adquirió la Reina Isabel y que hizo convertir en tiara.
Los expertos en joyería a menudo se sorprenden de que no se modificase la estructura de la gargantilla al convertirla en tiara, ya que de haberlo hecho no tendría esa apariencia tan rígida y carente de armonía. A nadie habría sorprendido un cambio, ya que Isabel II tiene otras dos tiaras personales que no ha dudado en hacer y rehacer en multitud de ocasiones.
El caso más llamativo es el de su tiara de aguamarinas brasileñas. Todo empezó cuando en 1953 el gobierno de Brasil le regaló un aderezo compuesto de collar y pendientes de diamantes y aguamarinas, que posteriormente en 1958 se completó con un brazalete y un broche. Pero aún así seguía faltando una tiara, por lo que la Reina encargó que le hiciesen una en 1957 utilizando algunas aguamarinas sobrantes de las otras alhajas del aderezo.
Esta primera tiara consistía en una banda de platino sobre la que se situaban verticalmente tres aguamarinas que eran desmontables como broches. Después de que en 1968 el Gobernador de São Paulo le regalase un tocado también de aguamarinas, Isabel II decidió desmontar esta última e incluirla en la tiara original. El resultado es la pieza actual, en la que se conservan dos de los broches originales (el central fue sustituido por una gran piedra extraída del collar) y se añaden cuatro motivos en forma de abanico con aguamarinas de diferente tamaño en su interior.
El aderezo en su conjunto tiene un valor incalculable y no tiene rival alguno en el resto de joyeros de la realeza europea, carentes de este tipo de piedras. La única que en su día podría haberle hecho la competencia era la Reina Victoria Eugenia de España con su tiara y collar de aguamarinas. De hecho, cuando los Reyes Felipe y Letizia visitaron Gran Bretaña en 2017, Isabel II eligió curiosamente llevar este conjunto. ¿Un mensaje subliminal para reivindicar que las suyas son las mejores?
No sería descabellada la teoría de los mensajes subliminales a través de las tiaras y en 2019 la prensa volvió a hacerse eco de una tras ver las joyas que había elegido la Reina para recibir a Donald Trump. Para la cena de gala que ofreció al presidente estadounidense, la soberana británica lució su tiara de rubíes birmanos. Es otra de las piezas personales de Isabel II y además la más moderna de toda la colección: fue hecha en 1973 por la mítica joyería Garrard.
Está hecha con los diamantes que se extrajeron de una tiara que le regaló por su coronación el Nizam de Hyderabad y con los 96 rubíes que recibió del pueblo de Birmania. Según cuentan, el número de rubíes se corresponde al número de enfermedades que los birmanos creen que afectan al ser humano y a las que, a través de esta piedra (considerada protectora del mal y de las enfermedades), intentan hacer frente. ¿Acaso la Reina eligió ponerse los rubíes para protegerse del mal que representaba Donald Trump?
Con significado o sin él, no cabe duda del inconmensurable valor de todas estas tiaras y de muchas otras que se guardan en el sótano del Palacio de Buckingham esperando a que la ocasión requiera de su uso. Es entonces cuando brillan con luz propia y sobre los blancos cabellos de Isabel II demuestran por qué ella es la "Reina de Reinas".