Durante décadas, la Familia Real Holandesa estuvo al margen de cualquier crítica por parte de sus súbditos, pero a mediados del siglo XX las cosas empezaron a cambiar y una serie de escándalos sacudieron el reinado de la Reina Juliana. El primero de ellos estuvo protagonizado por su hija, la Princesa Irene. Durante años ha sido considerada por ello la 'oveja negra' de la familia, pero su historia bien merece ser contada y que cada uno juzgue por sí mismo...
La princesa que trajo la paz
La segunda hija de la Reina Juliana de Holanda y el Príncipe Bernardo nació el 5 de agosto de 1939 en el Palacio de Soestdjik, residencia oficial de la soberana por aquel entonces. No obstante, las paredes de este edificio no pudieron disfrutar de su nueva inquilina durante mucho tiempo, ya que tras la invasión alemana la Familia Real Holandesa tuvo que huir a Inglaterra en mayo de 1940.
La princesa todavía no había podido ser bautizada, por lo que los Windsor cedieron la capilla del Palacio de Buckingham para que recibiese el nombre de Irene Emma Isabel de Orange-Nassau. Una elección con mucho significado en aquellos convulsos momentos dado que Irene en griego significa "paz". Su madrina fue ni más ni menos que la mismísima Reina Isabel (posteriormente Reina Madre).
La Familia Real Holandesa no demoró mucho su estancia en Inglaterra y al poco tiempo se vieron obligados a establecerse en Ottawa (Canadá). Allí, paradójicamente, encontraron la felicidad y pudieron vivir como una familia normal. De hecho, las princesas Beatriz e Irene iban juntas al colegio público Rockcliffe Park y era frecuente verlas jugando con sus compañeras de clase y sus vecinas. En 1943 se unió a ellas una tercera hermana (la Princesa Margarita) y, ya de vuelta en Holanda, en 1947 nació la Princesa Cristina.
Las dos hijas mayores de la Reina Juliana, a las que solo separaba un año de diferencia, estuvieron durante esos años muy unidas. Sin embargo, con el tiempo el desarrollo de ambas fue muy diferente y la Princesa Irene se convirtió en una de las princesas más guapas y elegantes de Europa. La fascinación que sus súbditos tenían por ella increíble. A diferencia de la Princesa Beatriz, que nunca ha destacado especialmente por su belleza.
Junto a esto, la principal diferencia entre ambas radica en que mientras que la Princesa Beatriz fue educada para reinar, su hermana menor pudo gozar de mayor libertad de elección en cuanto a sus estudios y, tras formarse en la Universidad de Lausana y posteriormente en la de Utrecht, se mudó a Madrid con el objetivo de aprender castellano. Con el tiempo llegaría a tener el título de intérprete de esta lengua.
El sacrificio de dejarlo todo por amor
Durante su estancia en la capital de España, la princesa holandesa no solo se dedicó a formarse lingüísticamente, sino que tuvo además la oportunidad de conocer con mayor profundidad al Príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma. Ambos habían coincidido en la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía en 1962 y, tras la llegada de la Princesa Irene a Madrid, sus contactos se intensificaron hasta dar inicio a un romance secreto.
Él era el pretendiente carlista al Trono de España y uno de los tres candidatos que Francisco Franco barajó como posibles sucesores tras la aprobación de la Ley de Sucesión en 1964. A priori podría parecer que su romance estaba destinado a ser un cuento de hadas dados los orígenes de ambos, pero nada más lejos de la realidad. El problema de su relación radicaba básicamente en dos cuestiones : la diferencia de religión (Irene era protestante y Carlos Hugo católico) y las pretensiones al trono español del príncipe.
En aquellos años, este tipo de detalles eran de vital importancia para la realeza a la hora de aprobar o no el matrimonio de uno de sus miembros. En el caso de la Familia Real Holandesa, desde el primer momento mostraron su oposición al noviazgo y a la posibilidad de una boda que no estaban dispuestos a aprobar ni la Reina Juliana ni el Parlamento.
En un intento de desencallar la situación, la Princesa Irene tomó una decisión que ella creyó correcta pero que acabó constituyendo un remedio peor que la enfermedad: se convirtió al catolicismo. Sus imágenes comulgando de rodillas en una iglesia de Madrid fueron publicadas por la prensa holandesa y provocaron un gran revuelo entre la población. Fue tan mayúsculo el escándalo que sus padres mandaron un avión a España para llevarla de vuelta a Holanda. Tan convencida estaba ella de su decisión que el avión se fue de vuelta como había venido: vacío.
Finalmente, sin la aprobación del Parlamento holandés, la pareja se casó el 29 de abril de 1964 en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma y sin la presencia de ningún miembro de la Familia Real Holandesa. A partir de ese momento, la Princesa Irene ganó en calidad de consorte los títulos de Princesa de Parma, Duquesa de Plasencia y Duquesa de Guastalla. Sin embargo, perdió sus derechos al trono de Holanda, quedó excluida de la Casa Real a la que pertenecía por nacimiento y se le prohibió volver a su país de origen durante un largo tiempo.
Una princesa en busca de su lugar en el mundo
Tras la boda y ante la falta de tareas oficiales que cumplir, la Princesa Irene se volcó de lleno en las aspiraciones dinásticas de su marido al Trono español. Unas aspiraciones que llegaron a su fin tras la designación oficial de Don Juan Carlos como sucesor de Franco en 1969 pero que viraron en un compromiso político por parte del Príncipe Carlos Hugo durante los siguientes años.
El marido de la Princesa Irene se propuso reideologizar el movimiento carlista y desvincularlo definitivamente del franquismo. Fundó a principios de los 70 el Partido Carlista (que no fue legalizado por el Régimen) y, tras la muerte de Franco, se presentó a las primeras elecciones generales como cabeza de lista de dicha formación por Navarra. Los resultados no fueron los esperados y, cansado ya de acumular fracasos, decidió mudarse con su familia a los Estados Unidos con su mujer y sus hijos.
Para aquel entonces ya habían nacido sus cuatro hijos - Carlos Javier (1970), los gemelos Margarita y Jaime (1972) y Carolina (1974) - y el matrimonio empezó a resentirse después de años en los que los intereses del Príncipe Carlos Hugo habían capitalizado todas las energías conyugales. La Princesa Irene se dio cuenta de que quizás el gran sacrificio que había hecho al casarse con él no había merecido la pena y a principios de los años 80 decidió volver a Holanda cual hija pródiga. Finalmente el matrimonio se disolvió en 1981.
Fueron tiempos difíciles para la hija de la Reina Juliana y esto la llevó a intentar encontrarse a sí misma. Finalmente lo consiguió gracias a la naturaleza. Tal y como ella misma reveló en un discurso pronunciado en 2016, se dio cuenta de que " estar en armonía con la naturaleza es estar en armonía con nosotros mismos " y por ello se lanzó de lleno a la lucha ecologista.
En 1983 participó en una manifestación en La Haya contra la OTAN y en 1995 escribió un libro titulado 'Diálogo con la naturaleza'. También fundó la organización Nature Wise para promover los estudios naturistas y, con el mismo objetivo, la Lippe-Biesterfeld Nature College Foundation en 2001. La culminación de su nueva faceta como ecologista llegó tras la adquisición de un terreno de 5.000 hectáreas en Sudáfrica que convirtió en la Reserva Natural Bergplaas.
Una vez hallado este nuevo propósito vital, la Princesa Irene todavía tenía pendiente una tarea: la reconciliación familiar. Aunque su madre se lo había perdonado todo en la intimidad, formalmente seguía estando excluida de la Familia Real Holandesa. Como resultado de eso, era conocida simplemente como Irene van Lippe-Biesterfeld (apellido paterno). En 2008, sin embargo, decidió retomar el uso de su título de Princesa de Holanda que le correspondía en calidad de hija de Reina y que, a pesar de todo, nunca había perdido.
Tras conseguir sus propósitos ha vivido enteramente dedicada a sus hijos, a sus nietos y a las causas ecologistas. Atrás han quedado ya sus escandalosos años de juventud y los conflictos político-dinásticos que protagonizó de manera más o menos voluntaria. Sigue sin formar parte oficialmente de la Casa Real, pero no duda en acudir a las celebraciones familiares de los Orange-Nassau cada vez que puede y tanto sus hermanas como sus sobrinos disfrutan con ella al máximo. Al fin y al cabo, pocos miembros de la Familia Real Holandesa atesoran tantas vivencias a sus espaldas dignas de ser contadas.