Princesa sueca de nacimiento
El hecho de que su padre perteneciese a una dinastía implantada por Napoleón Bonaparte en 1818 y que su madre fuese nieta de la Reina Victoria de Inglaterra no impidió, a pesar de todo, que Ingrid tuviese una infancia relativamente normal dada su condición regia: le gustaba dibujar, participaba en representaciones teatrales y era una gran aficionada a la equitación, el esquí, el tenis y la natación. Eso sí, su madre tuvo especial interés en inculcar a la única niña de sus cinco hijos una serie de valores muy vinculados a la realeza como son la responsabilidad, el saber estar y el espíritu de servicio. Al fin y al cabo, ella se había criado en la corte victoriana y no conocía otro tipo de formación.
La boda que unió a dos naciones enfrentadas
La tarea de emparejar a Ingrid con algún príncipe ya la había iniciado su madre antes de morir: había hablado con su primo Jorge V de Inglaterra para juntar a su hija con el por entonces Príncipe de Gales (futuro Eduardo VIII) o, en su defecto, con el Príncipe Jorge de Kent. Se desconoce cómo transcurrieron estas negociaciones, pero es muy probable que se vieran truncadas por el fallecimiento de Marta de Connaught. Aún así, cabría señalar que la Princesa Ingrid sería dama de honor en la boda de Jorge de Kent con la Princesa Marina de Grecia en 1934.
Sea como fuere, todos se sorprendieron cuando el 15 de marzo de 1935 se anunció el compromiso entre la Princesa Ingrid de Suecia y el Príncipe Federico de Dinamarca. Sorpresa no solo por el hecho de que fuesen primos lejanos (comparten como antepasados al Rey Oscar I de Suecia, al Gran Duque Leopoldo I de Baden y al Zar Pablo I de Rusia), sino porque su romance había transcurrido poco menos que en secreto y sin que apenas hubiese sospechas. Es más, Federico había estado comprometido hasta ese momento con la Princesa Olga de Suecia.
Se trató en cualquier caso de una historia de amor de esas que en aquella época eran poco usuales entre la realeza. La princesa sueca y el príncipe danés se complementaban a la perfección: él ponía la espontaneidad y la cercanía, ella la seriedad y el protocolo. Su boda tuvo lugar finalmente el 24 de mayo de 1935 en la Catedral de San Nicolás de Estocolmo y se convirtió en el último enlace real antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Teniendo en cuenta el árbol genealógico de ambos contrayentes, no resulta extraño que ese día se dieran cita en la capital representantes de prácticamente todas las Familias Reales de Europa. Eso sí, a pesar del gran número de invitados y de la grandiosidad del evento, Ingrid prescindió de las tradicionales damas de honor y únicamente requirió a dos niñas para que llevasen las flores: las princesas Astrid y Ragnhild de Noruega.
La anécdota de la jornada estuvo protagonizada por una estatua en el interior del templo que representaba la leyenda de San Jorge luchando contra un dragón. Dicha estatua simbolizaba para los suecos su victoria ante la invasión danesa en el siglo XV y la eterna rivalidad entre ambos países. Ahora, sin embargo, con la unión de dos de sus príncipes, las dos naciones dejarán a un lado las rencillas pasadas y crearán un vínculo permanente.
La resistencia durante la Segunda Guerra Mundial
A la vuelta de su luna de miel los recién casados se instalaron en el Palacio de Amalienborg, en pleno centro de Copenhage. La Princesa Ingrid rápidamente se puso manos a la obra para aprender y dominar el idioma danés (cosa que consiguió en muy poco tiempo), pero hubo una tarea a la que no tendría que ponerle demasiado esfuerzo: entablar una buena relación con su suegro. Y es que a pesar de que Christian X tenía fama de ser una persona autoritaria a la que incluso sus hijos temían, no tuvo problema en acoger a su nuera y hasta su muerte ambos se profesarían un gran afecto mutuo.
La posibilidad de llevar una vida tranquila y libre de conflictos saltó por los aires el 9 de abril de 1940. Ese fue el día en que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán entró en Dinamarca y ocupó el país sin encontrarse apenas oposición. De hecho, Adolf Hitler permitió al parlamento poder seguir funcionando con relativa normalidad y la Familia Real no tuvo que partir al exilio. Pero que permaneciesen allí no significaba que los Glücksburg estuviesen dispuestos a colaborar con los nazis. Más bien todo lo contrario.
La Familia Real danesa se convirtió desde el primer momento en uno de los más simbólicos movimientos de resistencia hacia los alemanes. La Princesa Ingrid no solo rechazó el ofrecimiento alemán de refugiarse en su Suecia natal alegando "Yo me quedo en el lugar al que pertenezco", sino que convenció a su suegro para que continuase con sus habituales paseos a caballo por Copenhague y transmitiera así a su pueblo una imagen de normalidad.
El 16 de abril de 1940 los daneses recibirían, apenas una semana después de la invasión alemana, una noticia que llenó sus corazones de esperanza en un futuro mejor: el nacimiento de la primera hija de los Príncipes Herederos. La Princesa Margarita llegó al mundo en el peor momento posible, pero su nacimiento supuso un motivo de felicidad y su madre no dudó en pasearla por toda la ciudad. No solo para mostrársela al pueblo, sino para demostrar a los alemanes que la Casa Real Danesa tenía futuro.
Fue así como la Familia Real fue ganándose el cariño y el respeto popular hasta que el 5 de mayo de 1945 el ejército británico liberó a Dinamarca de la ocupación. Solo dos años después, el Rey Cristian X fallecía y su primogénito sería proclamado como Rey Federico IX de Dinamarca el 20 de abril de 1947. Se inició así el reinado más popular en la historia del país y en el que la nueva consorte tendría un papel fundamental.
Tres princesas para tres reinos
Al nacimiento de la Princesa Margarita en 1940 se le unió el de la Princesa Benedicta en 1944 y el de la Princesa Ana María en 1946. Tras la llegada de esta última, la Corte y los políticos del país parecían tener claro que la Reina Ingrid no tendría más hijos y mucho menos un varón. Lo cual suponía un serio problema, ya que la Ley Sálica que regía la sucesión a la Corona impedía que una mujer se sentase en el trono y en caso de que Federico IX falleciese, sería su hermano Canuto el encargado de sucederle.
La Reina Ingrid, en su empeño por modernizar la monarquía, supo utilizar sus influencias para convencer a su marido y a los líderes políticos de que lo más conveniente era modificar dicha ley para hacerla más compatible con los nuevos tiempos. Fue así como consiguió que en 1953 se aprobase en referéndum la supresión de Ley Sálica y la igualdad entre hombres y mujeres en la sucesión. La Princesa Margarita se convirtió oficialmente en Heredera al Trono y pasado el tiempo llegó a ser la primera soberana danesa desde Margarita I (1353-1412). Un papel para el que su madre la formó con dedicación, tal y como la había formado su madre a ella. De hecho, la actual Reina de Dinamarca recibió su nombre en honor a su abuela materna: Margarita de Connaught.
A pesar de haber seguido el ejemplo de su madre a la hora de educar a sus tres hijas, lo que Ingrid no hizo fue intervenir en la elección de sus futuros maridos. Aún así, no le salió mal de todo su abstención: casó a su hija pequeña con el Rey de Grecia y a la mediana con el Jefe de la Casa de zu Sayn-Wittgenstein-Berleburg. El único plebeyo de sus yernos sería Enrique de Monpezat. Eso sí, las bodas de sus hijas no estuvieron exentas de polémica.
La primera en pasar por el altar fue la Princesa Ana María, con tan solo 18 años. Durante su adolescencia había conocido al Rey Constantino de Grecia y ambos iniciaron un romance que tuvo que ser llevado en secreto debido a que la princesa danesa era menor de edad: tenía 13 años cuando conoció a su futuro marido y 15 cuando éste le propuso matrimonio. Tanto la Reina Ingrid como su marido rechazaron esta boda por considerar que su hija era demasiado joven y tal decisión era prematura. Finalmente tuvieron que ceder y la boda se celebró en Atenas el 18 de septiembre de 1964. Ella se convirtió 'de facto' en Reina de Grecia, pero a costa de convertirse a la fe ortodoxa y renunciar a sus derechos al trono danés.
El elegido por la Princesa Benedicta no era un soberano reinante, pero sí el Príncipe Heredero de una de las dinastías nobiliarias más importantes de Alemania y cuyos orígenes datan del siglo XVI: Richard zu Sayn-Wittgenstein-Berleburg. Se conocieron en la boda de la Princesa Beatriz de Holanda (1966) y la nacionalidad de él supuso desde el principio el principal inconveniente: el pueblo danés no aceptaba que su princesa se casase con un alemán con vinculaciones familiares al nazismo después de haber vivido la ocupación de ese país durante la Segunda Guerra Mundial. La boda pudo celebrarse el 3 de febrero de 1968, pero no sin antes acatar una serie de requisitos: Benedicta pudo compatibilizar los títulos de Princesa de Dinamarca y Princesa de zu Sayn-Wittgenstein-Berleburg, pero sus hijos quedarían excluidos de la línea de sucesión al trono danés.
El Príncipe Federico, su ojito derecho
Con la conciencia tranquila después de haber conseguido junto a su mujer modernizar la monarquía danesa y hacerla más cercana al pueblo, el Rey Federico IX falleció el 14 de enero de 1972 y al día siguiente su hija fue proclamada como Reina Margarita II. Un puesto que le correspondía por nacimiento, pero por el que había tenido que luchar su madre. Es por ello por lo que en una de sus primeras medidas y en agradecimiento a su progenitora, la Reina Margarita nombró "regente formal" a la Reina Ingrid. Esto se traducía en que, en ausencia de la soberana o sus hijos, la viuda de Federico IX asumiría el control de la Corona. Algo inaudito desde 1871.
Tras la muerte de su marido, la Reina Ingrid pasó a un segundo plano y prefirió ceder todo el protagonismo a su hija. Margarita era ahora la Reina de Dinamarca y muchas eran las obligaciones de las que tenía que hacerse cargo, por lo que no siempre gozó de todo el tiempo libre que le gustaría para dedicarle a sus dos hijos: los príncipes Federico y Joaquín. El mayor de los hermanos llegó a revelar en una entrevista que no fue hasta que tuvo 4 o 5 años cuando se sentó a la mesa por primera vez con sus padres.
Lo cierto es que el Príncipe Federico siempre fue un niño de gran sensibilidad y durante prácticamente toda su infancia se sintió muy incomprendido: creció sabiendo que estaba destinado a ser rey y nunca se sintió demasiado cómodo con esa responsabilidad que consideraba demasiada para él. Incapaz de confesarse a su madre, el Príncipe Heredero encontró en su abuela al mejor apoyo: "Mi abuela era la única persona que me prestaba toda su atención, sin importar de qué le estuviese hablando".
De ese modo la Reina Ingrid se convirtió en una segunda madre para su nieto y, pasado el tiempo, estando ella en su lecho de muerte, él no dudó ni un instante en volver rápidamente desde Australia (donde estaba con la que sería su esposa, Mary Donaldson) en cuanto tuvo conocimiento del empeoramiento de su salud. Federico llegó a tiempo para despedirse de ella y decirle que al fin, tras años de soltería y novias inadecuadas, había encontrado a la mujer ideal.
La Reina Ingrid murió el 7 de noviembre del 2000 a los 90 años rodeada del cariño de toda su familia y dejando un vacío que nadie ha sido capaz de ocupar. No pudo llegar a conocer a la hoy Princesa Mary, destinada a compartir el trono con el que en su día será coronado como Rey Federico X. Aún así, ésta ha tenido en su trayectoria el mejor de los ejemplos a seguir y prueba de ello es que ha tenido acceso a algunas de las tiaras de la Reina Ingrid a las cuales ni la Reina Margarita ha podido acceder. Eso sí, los daneses no volverán a conocer a otra soberana como fue esa princesa sueca que llenó de optimismo su existencia.