Esas enseñanzas fueron sin duda de gran utilidad para la joven reina durante sus primeros años en el cargo, pero con el tiempo Isabel II acabaría desarrollando una personalidad propia que ha hecho de su reinado uno de los más populares en la historia del Reino Unido. Aún así, es inevitable hacer una comparación entre la vida y obra de estas dos mujeres trascendentales para el devenir de la Monarquía Británica: ¿Qué tienen en común? ¿Qué las ha diferenciado? ¿En qué aspectos ha querido Isabel II seguir el ejemplo de su abuela y en cuáles no?
De una boda concertada a otra por amor
En pleno 1947, cuando la Princesa Isabel de Inglaterra y el Príncipe Felipe de Grecia anunciaron su compromiso matrimonial, las bodas concertadas entre la realeza todavía eran algo común (aunque cada vez más residual). Sin embargo, en su caso se trató de una historia de amor real que tuvo que luchar contra muchas oposiciones para finalmente poderse dar el 'sí, quiero'. Una oposición que vino principalmente de dentro de la Familia Real Británica, que veía con recelo al príncipe griego y atribuían el enamoramiento de Isabel a un "capricho". Sea como fuere, la pareja ha demostrado su solidez y en 2017 celebraron sus Bodas de Titanio tras 70 años de unión.
El príncipe era el hijo mayor del Príncipe de Gales y ocupaba el tercer puesto en la Línea de Sucesión al Trono. Sin embargo, llevaba un ritmo de vida muy poco apropiado para alguien de su rango: tenía numerosas amantes, participaba en orgías (tanto con hombres como con mujeres) e incluso llegó a correr el rumor de que él era quien se escondía tras la identidad de Jack "El Destripador". Cansada de aguantar esta situación, su abuela la Reina Victoria se propuso encontrarle una esposa entre cuyas cualidades estuvieran la responsabilidad y la tranquilidad necesarias para poder encauzar a quien estaba llamado a reinar.
El compromiso del Príncipe Alberto y la Princesa María se anunció el 2 de diciembre de 1981 y se llegó a programar la boda para el 27 de febrero de 1892, pero a pocas semanas de que ésta se celebrase ocurrió una inesperada tragedia: el novio contrajo una neumonía que le provocó la muerte el 14 de enero de 1892 a los 28 años. Un duro golpe para la Familia Real del que, de una manera totalmente desnaturalizada, supieron reponerse reprogramando el compromiso matrimonial: en 1893 se anunció que la Princesa María de Teck se casaría finalmente con el hermano menor de su anterior prometido, el Príncipe Jorge de York. Una boda que, esta vez sí, llegó a celebrarse el 6 de julio de 1893.
Aunque de primeras pueda parecer que, partiendo de los respectivos inicios de sus relaciones, la vida marital de Isabel II haya sido más satisfactoria que la de sus abuelos, nada más lejos de la realidad. Pese a que durante sus primeros años de matrimonio reinó el amor entre ella y el Duque de Edimburgo, conforme fueron pasando los años y sobre todo en el momento en que fue coronada como Reina en 1953, el consorte prefirió refugiarse en brazos de otras mujeres y así ha sido durante sus largas décadas de unión.
Por el contrario, sus abuelos si bien no gozaron de una relación excesivamente pasional (en aquella época ninguna lo era), al menos no faltó entre ellos el respeto y el afecto. Algo que, dicho sea de paso, era poco frecuente por aquel entonces y sobre todo teniendo en cuenta que Jorge V era una persona muy inculta y calificado como "grosero" por sus propios hijos. Estuvieron casados durante más de 40 años y, según el biógrafo James Pope-Hennessy, las cualidades que el rey más apreciaba de su esposa eran "la discreción, la inteligencia y el juicio". Algo que reflejan sus propias palabras, cuando durante sus últimos años de vida confesó a uno de sus ayudantes: "No puedo confiar en mí al hablar de la Reina cuando pienso en todo lo que le debo".
Dos madres frías y distantes
Tanto Isabel como su abuela fueron conscientes desde el primer momento de que, en calidad de mujeres, su principal servicio a la Corona consistiría en darle herederos y, a ser posible, herederos varones. Algo que en ninguno de los dos casos se hizo mucho esperar, ya que ambas tuvieron a su primer hijo al año de haberse casado. La suerte hizo que sus primogénitos fuesen hombres: la Reina María dio a luz al Príncipe Eduardo (futuro Rey Eduardo VIII) en 1894 y la Reina Isabel al Príncipe Carlos (actual Heredero al Trono) en 1948.
Casualmente, las dos serían madres de familia numerosa (la actual monarca tiene cuatro hijos y su abuela tuvo seis) y únicamente tendrían una hija mujer (las princesas Ana y María). Pero, más allá de todas estas coincidencias... ¿en qué se diferenció la relación materno-filial que tuvieron María de Teck e Isabel II con sus hijos? ¿Fueron buenas madres?
Por proximidad temporal, abordaremos primero la faceta como madre de la actual monarca, a quien siempre se ha acusado de ser demasiado fría y distante con sus hijos. Algo que la escritora Kitty Kelley confirma en su libro 'Los Windsor' (1997): "La Reina ordenó sus prioridades y colocó a la monarquía en cabeza, seguida por el matrimonio y, por último, los hijos". En la realidad, esto se traducía en que la reina solo veía a sus hijos media hora cada mañana y luego un rato antes de irse a dormir. El resto del día lo pasaban en compañía de niñeras e institutrices. Así la definió hace unos años el propio Príncipe Carlos: "No era una madre indiferente, más bien desapegada".
En su favor habría que decir que se encontró muy joven con la responsabilidad de ser la nueva Reina de Inglaterra y no fue fácil para ella lidiar con ello y con las dificultades que rápidamente comenzaron a asolar su matrimonio. La Corona debía estar siempre por encima de todo, pero necesitaba tener a su marido a su lado y es por ello por lo que se produjo ese ordenamiento de prioridades del que habla Kelley. Quienes más sufrieron esta situación fueron los hermanos mayores, Carlos y Ana, porque su actitud se fue ablandando con el paso del tiempo y los dos hermanos menores, Andrés y Eduardo, ya disfrutarían de una madre mucho más relajada en su papel pero igualmente estricta.
En el caso de la Reina María de Teck, la relación materno-filial fue todavía más gélida y casi impersonal. Educada dentro de los estrictos valores victorianos, la consorte de Jorge V no sabía realmente cómo tratar con niños y uno de sus asistentes personales la describió en el libro 'The Quest for Queen Mary' (2018) como "uno de los seres humanos más egoístas que he conocido nunca". Dicho asistente aseguraba que "no tenía ningún tipo de instinto maternal" y que, una vez, mirando a uno de sus bebés en la cuna dijo: "Me pregunto qué estará pensando. Pues nada de nada, claro, el pobrecito estúpido".
Una anécdota muy ilustrativa sobre cómo era esta relación la constata una escena que se vivió tras su vuelta de una gira por todo el Imperio Británico de casi un año, siendo sus hijos todavía muy pequeños: al bajar los reyes del tren, el Príncipe Enrique se puso a llorar al verlos y la Princesa María se fue a esconder a las faldas de su abuela, la Reina Alexandra. Al fin y al cabo, sus padres eran prácticamente unos desconocidos para ellos, a quienes veían un par de veces al día y siempre en compañía del personal de servicio. Con el tiempo, los hermanos confesarían no tener recuerdo alguno de haber estado a solas con su madre.
De todos ellos, el que siempre se mostró más crítico con ella fue el primogénito. El Rey Eduardo VIII fue, curiosamente, el favorito de su madre, pero también el que le causó el mayor sufrimiento debido a la traición que supuso su abdicación para casarse con Wallis Simpson en 1936. La Reina María nunca le perdonó que, además, escogiese la fecha del cumpleaños de su padre para celebrar la boda. Tal y como reveló una de sus damas de compañía: "La furia que sentía hacia su hijo era lo único que la ayudó a soportar la humillación".
Para una persona como ella, cuya vida se basaba en servir a la Corona por encima de todo, resultaba incomprensible llegar a entender cómo su hijo había sido capaz de anteponer sus deseos personales a sus obligaciones. Él mismo lo reconoció en una entrevista años después de la muerte de la reina: "Mi madre había sido entrenada para anteponer el deber a la vida en un estoico sentido victoriano. Desde su invencible virtud y corrección, se veía desde una fortaleza sobre el resto de la humanidad con todas sus tremendas incertidumbres y distracciones".
María de Teck nunca perdonó a su primogénito lo que hizo y el daño que eso supuso para la Monarquía Británica. Tras su exilio forzoso, el Duque de Windsor muy pocas veces regresaría a Inglaterra y el contacto vía postal con su madre era más bien por obligación y carente de sentimiento. De hecho, cuando ésta falleció describió sus sentimientos con estas palabras: "Mi tristeza se mezcló con la incredulidad de que una madre pudiera haber sido tan dura y cruel con su hijo mayor por tantos años, tan exigente hasta el final, sin jamás ceder ni un ápice. Me temo que el fluido que corría por sus venas siempre fue tan frío como lo es ahora tras su muerte".
La difícil tarea de reinar
Cuando el Rey Jorge VI murió en 1952, su querida hija "Lilibeth" se convirtió de manera automática en la Reina Isabel II de Inglaterra y en la sexta soberana a la que la Reina María de Teck debía hacer la reverencia protocolaria. A sus 85 años, la anciana ya había vivido cinco reinados diferentes, asistido a tres coronaciones y presenciado la histórica abdicación de su hijo mayor. Un cúmulo de circunstancias y errores que no estaba dispuesta a que se repitiesen en el reinado de su nieta.
Desde el nacimiento de la joven reina se había volcado de manera especial en su educación, pero con más ahínco todavía cuando la pequeña se convirtió en Heredera al Trono tras la coronación de su padre. De hecho, estuvieron juntas en dicha ceremonia y la propia Isabel narró la experiencia en sus diarios: "Al final, la ceremonia se volvió bastante aburrida porque todo eran oraciones. Grannie (así llamaba a su abuela) y yo buscábamos para ver cuántas páginas quedaban para el final y cuando llegábamos a la última palabra de una página decíamos 'Finis'. Ambas nos sonreíamos la una a la otra y volvíamos a concentrarnos en la ceremonia".
A pesar de esa complicidad, a la Reina María no le tembló el pulso a la hora de reprender a su nieta por comportamientos o actitudes que ella consideraba inapropiados para alguien de su rango. Cuentan que una vez se enfadó con ella por llevar un pañuelo en la cabeza (cosa que la reina sigue haciendo todavía a día de hoy) y le dijo: "¡Quítate eso! Pareces un peón de cocina".
Esa estrecha relación abuela-nieta queda brillantemente plasmada en la serie 'The Crown', donde, a pesar de ser una ficción histórica, se refleja con bastante fidelidad el devenir de la Familia Real Británica. Y en lo que se refiere a la influencia que María de Teck tuvo sobre Isabel II, hay una escena especialmente reveladora en la que la viuda de Jorge V escribe una carta a su nieta avisándole de la importancia de hacer prevalecer sus obligaciones sobre cualquier cosa: "He visto tres grandes monarquías derrumbarse por su incapacidad para separar sus caprichos personales del deber. No debes permitirte cometer los mismos errores. Tu faceta como esposa y como reina entrarán frecuentemente en conflicto, pero la Corona debe ganar siempre".
No se ha podido comprobar si dichas palabras llegaron a ser escritas de verdad, pero teniendo en cuenta la personalidad de la Reina María y los conflictos internos que asolaron a la Reina Isabel en sus inicios, no resultaría descabellado considerarlas si no verídicas sí muy próximas a la realidad. Lo mismo podría decirse de otra escena en la que la reina expresa a su abuela el malestar que le produce la imparcialidad de su cargo, a lo que ésta le responde: "La gente querrá siempre que sonrías, asientas o frunzas el ceño y en cuanto lo hagas habrás declarado una posición. Eso es lo único a lo que como soberana no tienes derecho. Cuanto menos hagas, digas, asientas o sonrías, mejor".
Unas lecciones que Isabel II ha sabido aplicarse a lo largo de su vida aún siendo criticada por ello. Gracias a su abuela, supo entender la responsabilidad que acarreaba su cargo y fue consciente de lo que debía o no debía hacer. Eso sí, sin renunciar a trazar su propio camino y marcar su impronta personal (para bien o para mal). Al fin y al cabo, su abuela también lo hizo: María de Teck y Jorge V fueron en su día los modernizadores de la Monarquía Británica y los primeros reyes en acercarse al saludar al pueblo. Hoy, tras más de 60 años de reinado, la Reina Isabel II puede estar satisfecha por haber sabido seguir su ejemplo.