La Monarquía tiene adeptos y detractores en todos los países europeos en los que todavía está vigente. En general, los ciudadanos de los 10 países que tienen este sistema aprueban a su Familia Real, si bien es cierto que en concreto en España, la Casa Real ha pasado momentos duros desde 2011, acosada por el Caso Urdangarín, los escándalos protagonizados por el Rey Juan Carlos, el desembarco mediático de Corinna zu Sayn-Wittgenstein y por la crisis económica que asola a nuestro país desde 2007, que también ha contribuido a bajar los índices de valoración de la primera Institución.
Dentro de las Casas Reales siempre hay favoritos en los estadísticas, que suelen ser lideradas por las princesas más bellas y carismáticas, así como por las y los más competentes y cercanos. Sin embargo, no todos los miembros de la realeza son vistos por igual por los ciudadanos a los que representan, y mientras hay quienes se llevan los aplausos y la admiración de los contribuyentes, hay princesas que generan controversia e incluso odio. No siempre ha sido así, ya que hay royals que inspiraban respeto y caían bien, pero sus actuaciones les han llevado a colocarse en una difícil posición de la que salir es harto complicado.
La Infanta Cristina, imputada y juzgada
El caso más llamativo es el de la Infanta Cristina. Cristina de Borbón y Grecia (1965) es la segunda hija del Rey Juan Carlos y la Reina Sofía. Fue miembro de la Familia Real Española hasta que el 19 de junio de 2014 subió al Trono Felipe VI, pasando a ser tan solo considerada como Familia del Rey. Desde su juventud, fue uno de las más valoradas de la Casa Real por ser una Infanta de España moderna, alejada de tradiciones anacrónicas que tradicionalmente han viajado de la mano de la Monarquía Hispánica.
Estudió Ciencias Políticas, siendo la primera de la realeza española en obtener una licenciatura. Después realizó un máster en Relaciones Internacionales en Nueva York. Fue abanderada de España en los Juegos Olímpicos de Seúl 88 y miembro del equipo olímpico de Vela. Era simpática, deportista, abierta y cercana, y aunque era imposible que gustara a todo el mundo, su figura estaba más alejada de la controversia que otros Borbones.
Sumó enteros cuando se instaló en Barcelona para participar en la Organización de Campeonato Mundial de Vela Adaptada. Aunque su estancia era temporal, terminó quedándose allí durante casi dos décadas al fichar por La Caixa. En la ciudad condal residió con el que es su marido desde 1997, Iñaki Urdangarín, y con sus 4 hijos, un marido presuntamente ideal y unos niños perfectos de anuncio que contribuyeron a dulcificar todavía más la buena imagen de la Infanta Cristina. Eran la familia perfecta. Sin embargo, la conocida en Barcelona como 'la nostra infanta' tenía un destino que difícilmente creyó que pudiera hacerse realidad.
En 2009, los entonces Duques de Palma abandonaron Barcelona para instalarse en Washington debido a que Telefónica nombró a Iñaki Urdangarín delegado de Latinoamérica y Estados Unidos. Lo que parecía una oportunidad profesional tenía otros fines, ya que pretendía alejar a la familia Urdangarín de Borbón de un escándalo de corrupción que terminó por saltar en otoño de 2011: el Caso Nóos.
El 12 de diciembre de 2011, Casa Real apartó a Urdangarín de la agenda oficial por su comportamiento "no ejemplar", mientras que para la Infanta Cristina se ofreció un "ya veremos" que terminó siendo un ostracismo total y absoluto para un miembro de la realeza que era todo un lastre para la Monarquía. Después de cuatro años de instrucción, de persecución mediática, de comportamientos no ejemplares, de rechazo social en todas las capas de la sociedad, de imputaciones que iban y venían y de la retirada del Ducado de Palma que ostentaba desde 1997, gran parte de la sociedad española aplaude que Cristina de Borbón esté sentada en el banquillo de los acusados por dos delitos fiscales. Su imagen pública comenzó a romperse a finales de 2011 y acabó hecha añicos. Casi nadie quiere ya a una mujer que vio cómo el respeto del que gozaba se fue para siempre.
Magdalena de Suecia, el exilio voluntario que le costó el prestigio
Aunque lo de la Infanta Cristina es lo más grave por haber incurrido en el delito y acabar expiando sus pecados ante un Tribunal, Magdalena de Suecia (1982) también ha visto cómo pasaba de ser muy querida por los suecos a ser la menos valorada por los ciudadanos de su país. La que antaño fue llamada la Party Princess por sus míticas juergas, era guapa, elegante, profesional y cumplía con el papel que se esperaba de ella. No todo eran maravillas, ya que siempre salía vencedora Victoria en las comparaciones, al considerar a Magdalena como más quejica y malcriada, pero también un modelo a imitar por muchas mujeres y deseada por los hombres.
En 2010 dejó para siempre su Suecia natal para iniciar una nueva vida en Nueva York, donde cambió los actos oficiales por un trabajo no remunerado en la entidad solidaria World Childhood Foundation. El motivo que le llevó a cruzar el Atlántico fue la ruptura de su compromiso matrimonial con Jonas Bergström, el que era su novio desde 2002 y con el que llevaba años conviviendo. El joven fue infiel, la Duquesa de Hälsingland y Gästrikland se enteró, el escándalo fue mayúsculo y aireado por la prensa, y la triste y llorosa hija menor de los Reyes puso tierra y océano de por medio para poder salir adelante sin tener a los paparazzi siempre detrás. El pueblo sueco se puso del lado de su entonces rubia princesa, que estaba deprimida y desolada.
Poco podía imaginar entonces que iba a terminar siendo denostada por parte de esos ciudadanos pasado un tiempo. Tras una temporada de soledad, conoció a Chris O'Neill, un multimillonario de origen británico del que quedó prendada instantáneamente. Al vivir en Nueva York, Magdalena comenzó a ahondar en la dejadez de funciones institucionales, lo cual no gustó nada a los suecos, que seguían manteniendo a una princesa que no trabajaba por su país más que en contadas ocasiones. Su boda con Chris O'Neill el 8 de junio de 2013 fue un acontecimiento muy celebrado, pero la Casa Real tiró la casa por la ventana, algo que tampoco gustó. Además, los suecos querían que su princesa volviera a su tierra, mientras que ella no estaba dispuesta a decir adiós a su cómoda existencia en la Gran Manzana.
La llegada de los hijos tampoco ayudó. Su primogénita, Leonor, vino al mundo el 20 de febrero de 2014 en Nueva York, y el segundo, Nicolás, lo hizo en Estocolmo el 15 de junio de 2015. Aunque los bebés hacen sumar enteros a los padres, molestó que los niños recibieran títulos y dignidades reales si no viven y se crían en Suecia, que es lo que marca la Constitución para los miembros de la Familia Real. La dejadez de funciones iba subiendo, y Magdalena apenas aparecía en público en Escandinavia más que en los actos más solemnes, a veces sola y a veces junto a Chris O'Neill, un hombre serio y distante que no cae especialmente bien.
El nacimiento del Príncipe Nicolás fue una oportunidad para la hija de los Reyes de Suecia, ya que Magdalena se instaló una temporada en Estocolmo. El problema es que aunque la familia dejó para siempre Nueva York, Chris O'Neill solo podía llevar sus negocios desde Londres, y no deseaba vivir solo mientras su mujer y sus hijos residían en Suecia.
De este modo, la Duquesa de Hälsingland y Gästrikland eligió mantener unidos a los suyos y se instaló en la capital británica después del nacimiento del Príncipe Nicolás. Cada vez está más ausente y recibe muchas críticas, incluso de la clase política, no representa su papel como debería e incluso ha sido vapuleada por su cuñada y rival, Sofia Hellqvist, que pasó de ser rechazada a ser un miembro muy popular en los Bernardotte. Si quiere volver a ganarse el corazón de los 'súbditos' de su padre, le queda una ardua labor por delante.
Mette-Marit, la 'Princesa Prada'
La tercera en discordia es sin lugar a dudas la más polémica de las princesas de sangre o consortes. Se trata de Mette-Marit de Noruega (1973), que entró en la Familia Real que comanda el Rey Harald V al casarse con el Príncipe Heredero el 25 de agosto de 2001. No fue fácil llegar hasta allí, habida cuenta que era madre soltera, que su pasado era escandaloso y que ni los Reyes ni los ciudadanos noruegos veían apropiada a la joven como futura reina. Al final se impuso el amor, y Mette-Marit comenzó a ganarse poco a poco el cariño de los ciudadanos a los que deberá representar hasta el final de sus días.
Hasta 2012 las cosas iban bien para la Heredera, pero todo cambió irremediablemente. El motivo es que los noruegos no ven a Mette-Marit entusiasmada con su trabajo, ni tampoco lo bastante natural ni comprometida ni con sus labores institucionales ni con su apoyo al Príncipe Haakon. Sus problemas de la espalda le hicieron disfrutar de bajas, algo que no agradó a un país en el que el Jefe del Estado tiene una salud delicada pero sigue al pie del cañón, tampoco su intención de destacar, ni su armario de lujo, que le llevó a ser conocida con el sobrenombre 'Princesa Prada'. Esto último resulta curioso, pues aunque adquiere prendas de firmas caras, luego su estilo suele ser criticado por desaliñado e inapropiado.
Lo cierto es que también ha sufrido críticas por acciones que no deberían salpicarle solo a ella. Son muy comentadas sus vacaciones a todo lujo con Haakon de Noruega, así como su decisión de escolarizar a sus hijos Ingrid y Sverre en colegios privados, lo cual le valió la desaprobación de amplios espectros de su país. Quizás algún día sea una reina querida y respetada, pero de momento como princesa le queda mucho que hacer si quiere que los noruegos vuelvan a creer en el cuento de la Cenicienta moderna que representó hace década y media.