El 4 de octubre de 1997, Barcelona era una fiesta por esta boda. La pareja se casó allí porque era la ciudad en la que residían, en la que habían vivido su rápida e intensa historia de amor. Habría muchos a los que no les interesaba, no les caían bien los novios, eran republicanos... numerosas razones, pero otros muchos (tampoco una barbaridad) sí estaban pendientes de la celebración.
Un cuento de hadas con final amargo
Pasadas las 11:00 horas, sonó el Himno Nacional con la llegada del cortejo nupcial, formado por la Infanta Margarita y Carlos Zurita, Duques de Soria, la Infanta Pilar y su hijo Juan Gómez-Acebo, Vizconde de la Torre, la Infanta Elena y Jaime de Marichalar, y finalmente la Reina Sofía y el entonces Príncipe de Asturias. Detrás aparecieron la Infanta Cristina y su padre y padrino, el Rey Juan Carlos, que se bajaron de un Rolls-Royce descapotable. Ella estaba radiante, él no tanto...
En ese momento se vio el secreto mejor guardado de toda boda: el vestido de novia. La recién nombrada Duquesa de Palma, título que le fue retirado por Felipe VI en 2015, llevaba un traje obra de su amigo, el diseñador Lorenzo Caprile, que para la ocasión creó un diseño en color marfil con escote barco y corte imperio de manga larga. El velo, de encaje de Bruselas que fue de la Reina María Cristina, adornaba su cabeza junto a una tiara, una joya familiar que le prestó la Reina Sofía, la tiara floral. La floral, que data del siglo XIX, perteneció a la Familia Real hasta que se perdió su pista. Regresó al joyero real cuando Franco la consiguió y se la regaló a la Reina Sofía por su boda con el Rey Juan Carlos en 1962. Los pendientes pertenecieron a la Reina Victoria Eugenia y son de las llamadas 'joyas de pasar'.
Una vez en el altar, Iñaki Urdangarin besó a su inminente esposa, mientras que ella dio otro beso a su padre antes de colocarse cada uno en sus respectivos sitios. Comenzó así una liturgia que comandó el arzobispo de Barcelona, monseñor Ricard María Carles, apoyado por el arzobispo castrense José Manuel Estepa y el deán Joan Guiteras i Vilanova. Una media hora más tarde, la Infanta Cristina pidió la bendición al Rey Juan Carlos, que dio el sí. Después de dar el 'sí, quiero', los ya Duques de Palma salieron de la catedral y montaron en un Rolls Royce que paseó por las calles de Barcelona entre vítores y aplausos.
El banquete se celebró en el Palacio Real de Pedralbes, que había estado de obras meses atrás para estar perfecto para ese 4 de octubre. Se sirvió un aperitivo y después una comida compuesta por sorpresa de quinoa real con verduritas y pasta fresca y lomo de lubina con suflé de langostinos y emulsión de aceite virgen. Para el postre, los invitados tomaron un dulce a base de preludio de chocolate y crema inglesa y tarta nupcial de fresa. Comenzaba la vida en común de una pareja que ha vivido grandes alegrías y enormes disgustos y sinsabores.
La boda fue un éxito, pero si hubiera tenido lugar años después habría sido poco viable que hubiera sido en Barcelona. Al margen de que la pareja haya caído en desgracia, y que sus actuaciones hayan puesto en peligro la supervivencia de la Casa Real en los peores años de la crisis, haciendo caer en el fango los años finales del reinado de Juan Carlos (además de por sus propios escándalos), la ciudad condal ya no les quiere como entonces. No les aprecia no solo por el Caso Nóos, sino debido a la situación en Catalunya, que no haría posible o al menos cómodo que un miembro de la Familia Real Española se casara en Barcelona. Los tiempos cambiaron... y mucho. Aquella boda fue el principio de una historia de amor gracias a la que nacieron cuatro hijos, una relación que se mantuvo durante 24 años contra viento y marea y que acabó oficialmente en enero de 2022 con un comunicado de separación emitido tras la publicación de unas imágenes de Iñaki Urdangarin con Ainhoa Armentia.