El 5 de junio de 1946 se depositó en una cámara acorazada el banco de Italia un estuche de cuero negro con las joyas de la familia del último Rey de Italia, Humberto II. Se trata de 15 piezas que conforman un tesoro de unas 2000 perlas de diferentes medidas y 6732 diamantes cuyo valor podría rondar los 300 millones de euros que los descendientes del Monarca luchan por recuperar décadas después.
El miércoles 26 de enero de 2022 se celebró una reunión en la que la Familia Real Italiana y los organismos implicados intentaron llegar a un acuerdo. A esta cita solo acudieron Filiberto de Saboya y representantes del Banco de Italia, desatendiendo el Gobierno y el Ministerio de Economía la petición de comparecencia por parte del representante legal de los Saboya al considerar que la mediación no es la forma adecuada para resolver el conflicto.
Un largo conflicto
El fracaso de las negociaciones augura una larga batalla judicial por las joyas de una Corona que ya no existe. El Banco de Italia, único órgano estatal presente en la reunión justificó que su papel se limita exclusivamente a la custodia de las joyas, que se encuentran precintadas y selladas en la citada cámara y a las que no pueden acceder sin coordinación de las instituciones implicadas.
En declaraciones a La Vanguardia, Filiberto de Saboya, que quiere organizar una exposición con las alhajas, ha asegurado que las joyas no se habían reclamado hasta ahora porque los herederos nunca se habían puesto de acuerdo: "Las joyas no tienen nada que ver con las joyas del Estado y lo normal sería devolverlas a la familia. Son piezas de propiedad privada, regaladas en bodas o compradas", asegura al citado medio.
El hijo de Víctor Manuel de Saboya asegura que nunca ha visto físicamente las joyas y que solo las conoce por informes y fotografías. Fue la casa Bulgari la encargada de la catalogación de las piezas en 1976, si nos atenemos a la tasación de aquel momento estaríamos hablando de un valor de 18 millones de euros, pero algunos medios nacionales llegan a valorarlas por 300 millones, algo que no parece importar en exceso a Filiberto de Saboya, que apela al valor histórico y sentimental de esas piezas para su familia.