Lo curioso es que este tiempo de libertades se produjo durante los años 60 y 70 del siglo pasado, antes de estallar la revolución islámica que acabó con la Dinastía Pahlavi. La Emperatriz Farah Pahlavi encarnaba todo ello, tal y como reconoció a Vanity Fair una trabajadora de la Oficina de Turismo iraní en aquellos años: "Cuando las mujeres iraníes vieron que la tercera esposa del Sah era una adolescente con estudios universitarios en Europa que se paseaba con el pelo al aire, sintieron que había comenzado, también para ellas, una nueva era". Pero... ¿qué papel jugó la emperatriz en el desarrollo de su país?
A la tercera llegó la vencida: por fin un heredero
El Sah (o Emperador) Mohamed Reza Pahlavi gobernaba Irán desde 1941, siendo el segundo monarca de su dinastía y el último representante de un imperio con 2.500 años de historia. Pero para que este sistema pudiese perpetuarse debía tener descendencia masculina y esta cuestión suponía para él más de un quebradero de cabeza.
Sólo un año después de su última separación conoció a la que se convertiría en su tercera y última esposa: una joven llamada Farah Diba que estudiaba arquitectura en París. El 21 de diciembre de 1959, con tan sólo 19 años y tras haberse realizado las pruebas de fertilidad pertinentes, se convirtió en la consorte de uno de los hombres más poderosos del mundo vestida con un diseño exclusivo de Yves Saint Laurent.
El ansiado heredero llegó por fin a los diez meses del enlace: Reza Ciro Pahlavi nació el 31 de octubre de 1960. A falta de uno, el matrimonio tendría durante los siguientes años otros tres hijos: Farahnaz (1963), Alí Reza (1966) y Leila (1970). De este modo, el Sah encontró por fin la estabilidad familiar y pudo dedicarse plenamente a su labor política.
De la Revolución Blanca a la Revolución Islámica
Obsesionado por modernizar y enriquecer el país, Reza Pahlavi llevó a cabo una serie de medidas aperturistas que se bautizaron como "Revolución Blanca" y con las que buscaba rentabilizar la riqueza del petróleo en beneficio del pueblo. Irán se convirtió en el segundo productor mundial de este recurso y en uno de los países más ricos del mundo. Sin embargo, esa riqueza no era equitativa ni estaba repartida entre toda la sociedad: mientras que la capital vivía del lujo y la ostentación, el campesinado vivía en la miseria.
La corrupción, la riqueza de las élites y el intrusismo de los Estados Unidos en la política nacional fueron el caldo de cultivo para un descontento popular que iba creciendo y que llegó a su punto álgido en 1971. Ese año se celebraban los 2.500 años de la Monarquía Persa y el Sah se propuso hacer una fiesta por todo lo alto que, lejos de alegrar al pueblo, no hizo más que enfrentarlo todavía más a él.
Con un coste estimado entre los 200 y los 300 millones de dólares, fue considerada la "mayor fiesta del siglo" y las cifras que la acompañaban eran en todos los sentidos astronómicas: 37 kilómetros de seda para realizar las carpas de los invitados, 50.000 ruiseñores importados para poblar los árboles traídos de Versalles, 5.000 botellas de champán francés, 18 toneladas de comida a cargo del prestigioso restaurante Maxim's de París... Una celebración por todo lo alto que no hizo más que evidenciar la diferencia que existía entre la élite y el pueblo iraní.
Sólo un año después, la gente comenzó a salir a las calles y las manifestaciones contrarias al régimen se sucederían durante los siguientes años. Finalmente, el 16 enero de 1979, el Sah y su familia se vieron obligados a abandonar el país y partir hacia el exilio tras casi cuatro décadas de reinado. A partir de ese momento Irán se convirtió en una República Islámica bajo el liderazgo del ayatolá Jomeini y ya nunca nada volvería a ser igual.
Los años de peregrinación: exilio y muerte
Los años siguientes a su partida estarían marcados por la decepción, la incertidumbre y el desarraigo. Las potencias occidentales que durante su reinado habían sido aliadas y amigas, ahora no querían saber ya nada del Sah. Ninguna de ellas - incluida España, a pesar de la buena relación entre ambas familias reales - le brindó su apoyo en estos difíciles momentos y los Pahlavi se encontraron con que no tenían a dónde ir.
En un primer momento se trasladaron a Marruecos, pero tuvieron que huir cuando se enteraron de que el Rey Hassan estaba aliado con Jomeini. De ahí pasarían a Bahamas, México, Estados Unidos, Ecuador, Panamá y finalmente Egipto. Eso sí, en términos económicos podría hablarse de "exilio dorado", ya que la Familia Imperial disponía de unas abultadas cuentas a buen recaudo en bancos suizos.
A pesar de todo, hubo algo que ni todo el dinero del mundo podría haber evitado: Reza Pahlavi fue diagnosticado de cáncer linfático. Todo apunta a que la dolencia venía de años atrás, pero se mantuvo en secreto hasta que una serie de complicaciones obligaron a operarlo en octubre de 1979. A pesar del éxito inicial de la intervención, no se pudo hacer nada por salvar su vida y falleció el 27 de julio de 1980 en El Cairo.
Su esposa estuvo con él sosteniendo su mano hasta el último momento y ella misma fue quien presidió la comitiva en su multitudinario funeral en las calles de la capital egipcia. La última parada de su exilio se convirtió en su lugar de reposo y las únicas autoridades que estuvieron presentes en su adiós fueron el presidente Sadat, Richard Nixon, el Rey Constantino de Grecia y el Príncipe Víctor Manuel de Saboya. Desde entonces los restos del último Emperador de Irán reposan en la mezquita Al Rifai, a donde ininterrumpidamente su viuda sigue acudiendo año tras año en el aniversario de su muerte.
La matriarca de una familia que se rompe
Tras la muerte del Sah, su hijo y heredero - Reza Ciro Pahlavi - se convirtió en nuevo jefe de la Familia Imperial Persa a los 20 años. Aún así, Farah Diba siguió siendo considerada la verdadera Emperatriz de Irán ya no tanto por haber sido la consorte, sino por la inestimable labor llevada a cabo durante sus años en el trono impulsando el voto femenino, los derechos de las mujeres y el mundo de la cultura.
Pero una vez que el trono y posteriormente su marido desaparecieron, el mantenimiento de la unidad familiar se convertiría en su objetivo prioritario. Al fin y al cabo, la revolución y posteriormente el exilio supusieron un gran shock emocional para todos sus miembros y especialmente para sus dos hijos pequeños, quienes no llegarían a resistir la presión y pondrían fin a sus vidas demasiado pronto.
En el caso de la Princesa Leila, todo apunta a que nunca llegó a superar la muerte de su padre, a quien estaba muy unida. Debido a eso, empezó a sufrir fatiga crónica y recurría a somníferos y calmantes de manera habitual para mitigar su dolor. A esto habría que añadir que también sufría depresión y probablemente anorexia. Un "cocktail" que explotó el 10 de junio de 2001, cuando con tan sólo 31 años decidió que la vida ya no merecía la pena para ella.
Su madre había hablado por teléfono con ella días antes y le había prometido ir a buscarla a Londres para llevársela consigo a París, pero para cuando llegó ya era demasiado tarde. El sentimiento de culpabilidad que le generó la motivó a escribir sus 'Memorias' (2003), en las que afirma lo siguiente: "Nunca te sobrepones a la muerte de un hijo. Yo que soy capaz, según dicen, de ayudar a jóvenes iraníes desarraigados y a una comunidad expulsada de su tierra, no conseguí ayudar a mi propia hija. Esta impotencia me atormentará mientras viva".
Por desgracia ese no sería el último capítulo trágico en la vida de la esposa del último Sah, ya que diez años después volvería a vivir la experiencia con su hijo Alí Reza. Físicamente parecido a su padre y favorito de su madre, el príncipe era una persona introvertida y poco sociable que a pesar de todo había estudiado en las mejores universidades de los Estados Unidos. Aún así, las drogas entraron en su vida y el 4 de enero de 2011 se suicidó de un tiro en la cabeza a los 44 años. Fue su novia embarazada quien encontró el cadáver. Su hija póstuma nacería seis meses después.
Farah Diba mantiene que todas estas desgracias continuadas en el tiempo han sido a causa de la Revolución Islámica que les arrebató el trono hace décadas y sigue luchando infatigablemente por los derechos del pueblo iraní: "Estoy convencida de que la gente de Irán, como el mítico fénix, se alzará de nuevo de sus cenizas y que la luz prevalecerá sobre la oscuridad".