El Príncipe Enrique de Dinamarca falleció el 13 de febrero de 2018, dos meses antes de que culminase el proyecto sepulcral de su esposa y habiendo dejado expresado de manera clara y nítida su rechazo a ser enterrado en el mismo templo que su esposa: "Si la Reina quiere que me entierren junto a ella, que me haga Rey consorte. Y punto". Algo que no ocurrió y que supuso una última reivindicación por parte del consorte más polémico de la realeza europea (con permiso del Duque de Edimburgo), sumándose así a los continuos desplantes producidos durante sus 50 años de matrimonio con la Reina de Dinamarca.
La lucha por un puesto anhelado para el que no estaba preparado
La por entonces Princesa Heredera y el joven diplomático francés Enrique de Laborde se conocieron a mediados de los años 60 en Londres - donde ella estudiaba Económicas y él trabajaba como secretario en la Embajada Francesa - y el flechazo fue instantáneo. Ella misma lo describiría más adelante con estas palabras: "Cuando le vi por primera vez, sentí que el cielo explotaba".
Pero lo peor vendría tras la subida al trono de su esposa en 1972: ella pasó de Princesa a Reina, mientras que él conservó el título de Príncipe (ni siquiera Príncipe Consorte). No se trató de discriminarle, sino de cumplir la tradición dentro de la Monarquía Danesa, si bien es cierto que podría haberse cambiado para adaptarla a los tiempos. Sin embargo, él nunca aceptaría este puesto secundario al que le relegaba el protocolo: "Soy hombre, estoy casado con una Reina y espero que los varones alcancen la igualdad con la mujer. Hoy a la mujer de un Rey se le da el título de Reina, pero el marido de una Reina no se convierte en Rey al casarse. En estas condiciones la relación de pareja queda desequilibrada, no en privado, pero sí a los ojos de la opinión pública. Es algo traumático".
Su obsesión por escalar puestos en lo que a tratamiento protocolario se refiere llegó al extremo de enemistarse hasta con su propio hijo, el Príncipe Heredero Federico de Dinamarca, por considerar que ocupaba el segundo puesto que a él le correspondía. Algo prácticamente inaudito y que supuso un continuo quebradero de cabeza para la Reina Margarita, quien a pesar de todo le apoyó siempre (aunque su única concesión en este sentido fuese otorgarle el título de Príncipe Consorte y Conde de Monpezat) por una simple razón: lo amaba.
Con el paso de los años, a su queja por el tratamiento protocolario - según él - inadecuado que recibía se le uniría un incesante alarde de una forma de ser extravagante y muy alejada de lo que se esperaba de alguien de su estatus: reconoció públicamente comer carne de perro, trataba con continuos desprecios a la prensa, utilizó los servicios de prostitutas... Algo a lo que habría que sumar sus continuas salidas de tono, con frases tan inapropiadas como aquella en la que afirmaba: "Los niños son como los perros o los caballos. Deben ser domesticados con el fin de tener una buena relación con ellos. Yo mismo he recibido alguna bofetada de vez en cuando y no sufrí daño alguno".
Sus últimos años: retirada, demencia y muerte
En 2016 la Reina Margarita hizo un sorprendente anuncio en su discurso de Año Nuevo: su marido se retiraba de la vida pública y renunciaba al título de Príncipe Consorte. Sin duda apenada, se mostró aún así "agradecida por todo el apoyo, la ayuda y la inspiración" recibida por el Príncipe Enrique hasta entonces. La noticia fue celebrada por todos aquellos que - tanto en la Corte como entre el pueblo - estaban hartos de él y sobre todo de su actitud.
Todos creyeron entonces que ese sería el fin de años de escándalos, pero Enrique de Monpezat todavía tenía algo más que decir. Unas declaraciones polémicas como nunca antes y en las que por primera vez atacaba a su esposa. Fue en el verano de 2017, cuando sin ningún tipo de reparo se atrevió a declarar en una entrevista: "La Reina no me respeta. Me convierte en un bufón. No me casé con ella para que me entierren en Roskilde. Como persona debe saber que, si un hombre y una mujer están casados, deben ser iguales. Si quiere que me entierren con ella, que me haga Rey consorte. Y punto".
La oficina de prensa del Palacio Real, acostumbrada a lidiar con este tipo de exabruptos, se vio obligada a hacer oficial poco después que el Príncipe Enrique padecía demencia y con ello intentaron justificar las "alteraciones en su comportamiento, en sus reacciones, juicio y vida emocional". A partir de entonces ni las capacidades psíquicas ni físicas del marido de la Reina permitirían tener en consideración su conducta hasta entonces injustificable.
Durante los años siguientes la salud del Príncipe Enrique se vio notablemente resentida: en el verano de 2017 fue operado de la ingle derecha y se le realizó una angioplastia, lo cual le obligó a depender de asistencia médica permanentemente. Al final, una neumonía sufrida a principios de 2018 acabaría por arrebatarle la poca vitalidad que su avejentado corazón bombeaba. Murió el 13 de febrero de 2018 a los 83 años en el Palacio de Fredensborg tras ser trasladado allí en estado terminal desde el hospital Rigshospitalet de Copenhague.
Conforme a sus deseos no recibió un funeral de Estado, sino que fue despedido en un servicio religioso privado (aunque retransmitido por televisión) en la Iglesia de Christianborg. Allí se pudo ver a la Reina Margarita totalmente abatida y sin consuelo alguno: le tocaba despedir no solo a su marido, sino al hombre que la acompañó durante más de medio siglo y que, a pesar de todos los problemas, nunca había dejado de amarla. ¿Sintió algún tipo de remordimiento por los deseos incumplidos de su esposo? Nunca lo sabremos, pero al menos ella sí puede tener la conciencia tranquila tras haber cumplido lo que se esperaba de su cargo.