Un rey que no quería serlo y una mujer que quería medrar
La mujer que sustituyó el hueco que la señora Ward dejó en el corazón del príncipe fue Lady Thelma Furness, esposa de un importante aristócrata. La conoció en una cena a finales de los años 20 y rápidamente se convirtieron en inseparables. Ella fue quien le presentó, pocos años después, a una amiga suya que sin saberlo acabaría "robándole" a su amante y casi convirtiéndose en Reina de Inglaterra. Se trataba de la estadounidense Wallis Simpson.
Ella en cierto modo le correspondió y se separó de su marido (el divorcio tardaría en llegar), pero eso no quiere decir que colmase a su nuevo amante de los mismos halagos con los que este la idolatraba. Más bien todo lo contrario, ya que en 2003 se desclasificaron numerosos archivos de los servicios de inteligencia inglesa y se destapó que durante aquellos años Wallis Simpson mantenía otra relación paralela con un vendedor de coches llamado Guy Trundle. Así describían dichos informes su actitud: "La señora Simpson teme perder el afecto del Príncipe de Gales, lo cual está muy ansiosa de evitar por cuestiones financieras. Toma, por tanto, extremadas precauciones y pasa el mayor tiempo posible con el príncipe, pero mantiene a su amante secreto en la retaguardia".
Una crisis que casi destruye la Monarquía Británica
El Príncipe Eduardo vivía completamente ajeno a estos devaneos de su amada y estaba convencido de querer casarse con ella. Pero si ya de por sí la situación era complicada dada la condición de divorciada de ella y la negativa del Rey Jorge V a aceptar esta unión, las cosas se complicaron todavía más cuando éste falleció el 20 de enero de 1936. El Príncipe Eduardo se convirtió automáticamente en su sucesor como nuevo Rey de Inglaterra y Emperador de la India con el nombre de Eduardo VIII.
En Inglaterra, el soberano no solo es Jefe de Estado, sino también cabeza de la Iglesia Anglicana; la cual por aquel entonces no permitía el matrimonio para personas divorciadas cuyo cónyuge seguía vivo (como era el caso de Wallis respecto a sus dos maridos). Suponía una enorme contradicción que el máximo representante de una doctrina religiosa contraviniese dicha doctrina, por lo que desde esta perspectiva la opción de que Eduardo VIII se casase con una divorciada era totalmente inviable. Aparte de esto, el gobierno en pleno se oponía a su relación amorosa y, si se casase sin su autorización, todos los ministros tendrían que dimitir y el caos institucional se apoderaría de Reino Unido.
Ante todas estas dificultades, todo parece indicar que Wallis intentó hacerse a un lado y no interferir en el devenir de la Monarquía Británica. Al menos, eso se deja entrever en la biografía 'The Real Wallis Simpson' (2019), donde la autora pone en su boca la siguiente afirmación: "Recabé toda mi capacidad de persuasión e intenté convencerle de lo desesperada que era su situación. Su empeño en combatir lo inevitable solo supondría una tragedia para él y una catástrofe para mí". La autora Anne Sebba, por el contrario, sostiene en su libro 'Esa mujer' (2012) que en realidad "no estaba entre sus planes ser reina, que deseaba estar con Ernest Simpson pero que el rey la amenazó con suicidarse si no se casaban y, que si se iba de sus brazos, recorrería el mundo para encontrarla".
Nada ni nadie pudo cambiar la opinión de Eduardo VIII, por lo que ante la imposibilidad de seguir siendo rey con Wallis a su lado, decidió abdicar. Se trató del primer monarca británico que abdicaba de manera voluntaria en siglos de historia y lo hizo el 10 de diciembre de 1936. Al día siguiente pronunció el que sería su último discurso dirigido al pueblo: "Pueden creerme si les digo que me ha resultado imposible soportar la pesada carga de la responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo".
Tras renunciar al trono, el ya exmonarca tenía vía libre para casarse con su amada. El problema era que ésta todavía no había obtenido oficialmente el divorcio de su segundo marido y no lo consiguió hasta mayo de 1937. Solo un mes después, el 3 de junio de 1937 se dieron el 'sí quiero' en el Castillo de Candé (Francia) sin la presencia de ningún miembro de la Familia Real Británica. La Reina María, de hecho, consideró un "insulto" que su primogénito eligiese como fecha de la boda el día del cumpleaños de su padre y jamás le perdonaría el daño que había hecho a la Corona anteponiendo sus deseos personales a sus obligaciones.
Un oscuro episodio durante la Segunda Guerra Mundial
La pareja de recién casados, a los que el nuevo Rey Jorge VI concedió el título de Duques de Windsor, decidió instalarse a Francia y desde allí fueron testigos del clima de tensión que empezaba a asolar a Europa con el auge de los movimientos fascistas. Algo con lo que los duques parecían estar bastante familiarizados, puesto que en su círculo de amistades había personalidades muy vinculadas al nazismo alemán y al fascismo italiano. Es más, corría el rumor de que Wallis había sido amante de Joachim von Ribbentrop, embajador alemán en Londres y posterior Ministro de Exteriores de Adolf Hitler.
Teniendo esto en cuenta, no resulta extraña la visita que los Duques de Windsor realizaron en 1937 a Alemania, donde fueron recibidos con todos los honores y tuvieron la oportunidad de saludar de manera muy afectuosa al mismísimo Hitler. Los términos de dicho encuentro todavía son hoy un misterio, pero lo que sí se sabe es el plan que urdieron mano a mano el Duque de Windsor y las autoridades nazis para devolverle el trono.
Dicha estrategia pasaría por fingir un secuestro del exmonarca y reinstaurarle en el trono como rey títere de Alemania una vez invadido Reino Unido. El plan fue descubierto por los servicios secretos británicos y se hizo todo lo posible para ocultarlo, pero cuando finalmente se hizo público en 1957 el escándalo fue mayúsculo y la imagen de la pareja nunca volvería a recuperarse de ese duro golpe.
Al fin y al cabo, durante la Segunda Guerra Mundial Londres fue bombardeado incesantemente por los alemanes y su población tuvo que sufrir las penurias de la guerra. Cuentan que cuando le contaban cómo estaban transcurriendo las cosas en el país, la duquesa se limitaba a decir: "No puedo decir que sienta lástima por ellos". Y es que, en contraposición a la situación del pueblo británico, los Duques de Windsor pudieron disfrutar de una relativa tranquilidad en los diversos lugares donde recalaron esos años (Biarritz, España y Lisboa) hasta finalmente acabar en las Islas Bahamas, donde el duque fue nombrado gobernador. Desde allí su esposa no dudaba en coger un avión privado para viajar a Nueva York y gastarse ingentes cantidades de dinero en ropa y joyas.
Una existencia intrascendente a cuerpo de reyes
Finalizada la contienda, el Duque de Windsor fue relegado de su puesto como gobernador y ya nunca volvería a desempeñar ninguna función pública. A partir de ese momento él y su esposa se instalaron en una mansión cercana a París que mantenían con el dinero que el Rey Jorge VI transfería a su hermano de manera privada. El vínculo fraternal que existía entre ellos estaba por encima de todo, pero su relación nunca volvería a ser la misma ni desde la abdicación ni mucho menos desde que el padre de Isabel II descubrió los planes conspiratorios de su hermano.
Quien sí desarrolló un odio enfermizo hacia la pareja fue la Reina Isabel, que no podía evitar culparles de la enorme carga que tenía que asumir su inexperto esposo. Prohibió a Jorge VI hablar con su hermano y ella misma intermedió para conseguir negarle a Wallis Simpson el tratamiento de "Alteza Real" que por matrimonio le correspondía. Ella prefería llamarle simplemente "esa mujer", mientras que la Duquesa de Windsor se refería a la reina como "Cookie" (debido a sus redondeces). A decir verdad, los motes no se restringían únicamente a las dos cuñadas enfrentadas, sino que Eduardo VIII y su esposa se referían a la futura Reina Isabel II como "Shirley Temple".
Los Duques de Windsor iniciaron así una nueva etapa de sus vidas en la que las continuas fiestas, las joyas y la ropa cara no conseguirían nunca ocultar su total intrascendencia. Se supone que eran miembros de la realeza, pero en realidad vivían al margen de las actividades de la Familia Real Británica y únicamente sus amigos más cercanos los trataban con la deferencia que creían merecerse.
Sirva este relato del propio Duque de Windsor a un amigo para hacerse una idea de lo aburrido de su día a día: "¿Sabe qué he hecho hoy? Me levanté tarde, acompañé a la duquesa a comprarse un sombrero y luego, de regreso a casa, paré en el Bois para ver un partido de rugby. Después se me ocurrió ir a dar un paseo, pero hacía frío. Cuando llegué a casa, la duquesa estaba dando sus clases de francés, así que como no había nadie con quien hablar, me puse a curiosear el contenido de unas cajas que me mandó mi madre".
En el terreno más íntimo, con el tiempo se ha sabido además que la relación de pareja era cuanto menos poco convencional. Todos los testimonios de amantes previas de Eduardo VIII corroboran su atracción sexual por mujeres mayores que él y con actitudes autoritarias y dominantes. Una de ellas llegará a decir: "Él se convertía a sí mismo en esclavo de aquella a quien amaba. Estaba en su naturaleza. Era un masoquista. Le gustaba que lo humillaran, que lo degradaran ¡Rogaba que le hicieran eso!". Todo apunta a que Wallis Simpson colmó de sobra estos deseos, puesto que sus amigos reconocían que ella lo trataba muy mal (hasta el punto de hacerle llorar) y que en una ocasión llegó a hacerle ponerse de rodillas y suplicarle como un perro para que le diese fuego para encender su cigarro.
Por si esto no fuera suficiente, la Duquesa de Windsor tampoco decidió poner fin a sus romances una vez casada. Tal y como revela la biografía 'Wallis in Love' (2018) de Andrew Morton, la americana se enamoró de uno de los amigos que les había ayudado a ella y su marido a establecerse en París: Herman Rogers. Durante años compartió con él confidencias y poco más, puesto que él estaba casado; pero en cuanto enviudó intentó llevar su cercanía a un grado mayor. No obstante, otra mujer se cruzó en su camino y Rogers acabaría casándose con esta última. Los Duques de Windsor fueron a la boda y Walllis le dijo a la novia: "Te hago responsable de lo que pueda pasarle a Herman. Es el único hombre al que de verdad he querido".
Según el citado libro, Herman Rogers pudo no ser el único. En los años 50 la duquesa conoció en un crucero a un joven millonario estadounidense llamado Jimmy Donahue y con fama de ser abiertamente homosexual. Su condición no supuso impedimento alguno para entrar a formar parte del círculo más íntimo de los Duques de Windsor: Wallis mantuvo con él una relación sexual durante años con el consentimiento de su resignado marido. Al final acabarían rompiendo, pero aunque la historia parezca inverosímil, fue confirmada por Lady Pamela Mountbatten (hija de Lord Mountbatten y prima de Isabel II): "Recuerdo al duque llorándole a mi padre, diciendo 'Wallis está con Jimmy'".
Los honores póstumos que nunca tuvieron en vida
Tras la subida al trono de Isabel II en 1952, la relación entre la Familia Real Británica y los Duques de Windsor comenzó un lento pero inexorable deshielo. Si bien la nueva reina era consciente del daño que su tío había hecho a la monarquía, no podía evitar tenerle cariño e incluso sentir cierta lástima por su situación. Eso sí, nunca dejó de mostrarse inflexible en su actitud de rechazo hacia los escándalos de sus tíos. Una actitud en la que sin duda influyó mucho el odio que les tenía su progenitora, la Reina Madre.
En 1965, los Duques de Windsor viajaron a Londres juntos por primera vez desde que se habían casado pero por un motivo poco satisfactorio: el exmonarca debía someterse a una intervención quirúrgica de cataratas. La operación fue un éxito, pero durante el tiempo que duró su ingreso solo recibieron la visita de tres miembros de la Casa Real: la Reina Isabel II, la Princesa Marina de Kent y la Duquesa de Kent. Dos años después volverían a verse las caras, ya con la Familia Real Británica al completo, durante un homenaje a la ya fallecida Reina María.
En dicho acto, celebrado el 7 de junio de 1967, la pareja exiliada volvía también a reencontrarse cara a cara, por primera vez en más de tres décadas, con la viuda del Rey Jorge VI. Todos los allí presentes estaban al tanto de la enemistad que existía entre ellos, pero la Reina Madre hizo gala de su profesionalidad y saludó a su cuñado y a "esa mujer" tal y como le correspondía. Eso sí, Wallis se cobró su venganza decidiendo no inclinarse ante ella.
La salud del Duque de Windsor iría empeorando de manera progresiva durante esos años hasta que finalmente en 1971 se le diagnosticó un cáncer de garganta. Recibió el tratamiento pertinente, pero poco se pudo hacer para salvarle. De hecho, cuando en 1972 la Reina Isabel II hizo una visita oficial a Francia y acudió a visitar a sus tíos, únicamente posaron ante los medios ella, Wallis Simpson y el Príncipe Felipe. El duque estaba ya a estas alturas postrado en una cama esperando el desenlace final que llegaría en cuestión de meses: el 28 de mayo de 1972.
Su muerte provocó un gran revuelo entre los expertos de protocolo, puesto que no sabían qué tipo de funeral le correspondía a un rey que había abdicado. Al final se optó por trasladar su cuerpo a la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor y realizar allí el velatorio y posterior funeral. Wallis Simpson viajó en el mismo avión que el cuerpo de su fallecido esposo y, por primera vez en su vida, la Familia Real Británica se apiadó de ella y le permitió alojarse en el Palacio de Buckingham durante los días que duró el sepelio.
Nunca se ha sabido cómo fue el ambiente familiar dentro de la residencia real durante esas fechas, pero al menos de cara al público ambas partes supieron guardar las formas. Al fin y al cabo, la duquesa acababa de perder al hombre que había renunciado a todo por ella y con el que había compartido más de 30 años de su vida. Incapaz de apartar la vista del ataúd, únicamente se la oía repetir: "Sacrificó tanto por tan poca cosa...".
Una vez enterrado el cuerpo de Eduardo VIII en el cementerio real, la duquesa viuda volvió a la soledad de su residencia de París y con el tiempo se vería afectada por una demencia senil que fue minando sus capacidades físicas y mentales hasta el extremo de quedar recluida en una cama y perder la capacidad de habla. Murió el 24 de abril de 1986 y, tras toda una vida de desprecios por parte de la Casa Real y de la negativa a ser tratada como "Alteza Real", la Duquesa de Windsor recibió un funeral similar a su esposo y fue enterrada junto a él en el cementerio real. Eso sí, en su lápida se limitaron a poner: "Wallis, Duquesa de Windsor". Ni más, ni menos.