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El Duque de Edimburgo y la Reina Madre: dos pilares fundamentales en la vida de la Reina Isabel II

El marido y la madre de la Reina de Inglaterra tuvieron sonados enfrentamientos durante años, pero consiguieron dejar a un lado sus diferencias para remar juntos en beneficio de la Corona.

Juan Salgado 08 Septiembre 2022 en Bekia

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Galería: La Reina Isabel y el Duque de Edimburgo, una vida juntos

Cuando con tan solo 25 años la Princesa Isabel se convirtió en Reina de Reino Unido, la inexperiencia en el cargo y las inseguridades personales amenazaron con apoderarse de ella y minar el inicio de su reinado. Sin embargo, tuvo la suerte de contar con dos personas clave que marcarían tanto su vida personal como su tarea como soberana. Por un lado, su madre se convirtió en el mejor ejemplo a seguir y en la voz de la experiencia siempre dispuesta a aconsejar. Por otro, su marido demostró ser el mejor apoyo puertas adentro y la persona dispuesta a renunciar a su individualidad por convertirse en su más fiel servidor.

Pero lo cierto es que no fue tarea fácil para la Reina Isabel lidiar con estas dos personas que no solo tenían cierta animadversión el uno hacia el otro, sino que además representaban dos caracteres opuestos y dos formas totalmente diferentes de ver la monarquía. Es por eso por lo que, según los expertos, los primeros años de reinado de Isabel II fueron un tira y afloja entre la Reina Madre y el Duque de Edimburgo por ver quién conseguía atraer más su atención.

La llegada del Príncipe Felipe a la familia Windsor

Esos roces se hicieron evidentes ya desde el inicio del noviazgo de la pareja debido a que al Rey Jorge VI y a su esposa no les atraía especialmente la idea de tener al Príncipe Felipe como yerno. Tal y como cuenta la periodista Kitty Kelley en su libro 'Los Windsor' (1997): "Al Rey Jorge, en tanto que padre excesivamente protector, la perspectiva de ver casada a su querida Lilibet le resultaba inimaginable y más aún con un hombre tan rudo como Felipe. Para colmo, no era rico, ni vestía como un caballero. Tenía la impresión de que Felipe no había sido educado como exigía su sangre real".

Parece ser que gran parte del problema es que consideraban que la situación de inestabilidad familiar y económica del por entonces Príncipe de Grecia no era digna de un consorte de la futura Reina de Inglaterra. Algo que confirma la propia Lady Pamela Hicks, prima hermana del Duque de Edimburgo y amiga de juventud de la Reina Isabel: "Cuando Isabel se enamoró de Felipe sus padres estaban horrorizados. La idea de tenerle como yerno no era especialmente agradable para ellos. Se preguntaban por qué su hija no se casaba con algún aristócrata inglés respetable. Él era Príncipe de Grecia y Dinamarca, pero ya se sabe que en Grecia se deshacen de su Familia Real con regularidad. Aparte no tenía dinero".

Pero según otras fuentes también pudo haber influido en este rechazo el hecho de que el Príncipe Felipe tuviese sangre alemana y que sus hermanas se hubieran casado con aristócratas alemanes vinculados al Partido Nazi. Esto incomodaba especialmente a la Reina Madre, quien siempre profesó un odio acérrimo hacia Adolf Hitler porque le culpaba de todo el sufrimiento del pueblo británico y de su propia familia durante la Segunda Guerra Mundial. Según Christopher Wilson, periodista en el Daily Mail: "A la Reina Madre no le gustaban los alemanes por razones más o menos entendibles y, de todos los países del mundo donde buscar marido, ella esperaba que su hija descartara a un alemán".

Ian Lloyd, autor de la biografía 'The Duke: 100 chapters in the life of Prince Philip', también corrobora esta versión y hace extensible ese rechazo a todos los miembros de la corte: "Había un elemento de xenofobia en algunas de las críticas que recibió. A pesar de haber servido en la Royal Navy, se le consideraba un extranjero y no lo veían adecuado para una princesa británica. Fue visto con gran sospecha, no solo por los cortesanos, sino también por los amigos del Rey y la Reina, que lo despreciaban". Pero con desprecio o sin él, al final la pareja consiguió que su amor venciese toda oposición y se casaron el 20 de noviembre de 1947. Desde ese mismo momento, el Príncipe Felipe se convirtió en uno más de la familia y comenzó su lucha para encontrar su lugar en ella.

Una Reina entrante, otra saliente y un Príncipe buscando su sitio

La estabilidad familiar que vino durante esos primeros años de matrimonio llegó a su fin tras la muerte del Rey Jorge VI en 1947. Su hija y heredera se convirtió automáticamente en la nueva Reina de Inglaterra y esto conllevó un importante cambio en los roles que los diferentes miembros de la Familia Real ocupaban hasta entonces. La Reina Madre, que ejercía de todopoderosa matriarca, debía ahora dar un paso atrás y ceder ahora todo el protagonismo a su hija y a su yerno.

En uno de los episodios de la serie 'The Crown', el director Peter Morgan se permite la licencia artística de poner en boca de la viuda de Jorge VI unas conmovedoras palabras que bien podrían reflejar cómo se sentía realmente al confesar abiertamente: "Ha sido una pérdida tras otra. Ante todo he perdido a mi marido. Después he perdido mi hogar, al tener que dejar el palacio. He perdido mi faceta de madre, ahora que mis hijas son adultas. He perdido mi rutina, mi razón de ser. Imaginaos diecisiete años de experiencia como reina y cabeza de familia y ahora, justo cuando deberían darme más cosas que hacer, me lo arrebatan todo y lo ponen en manos de una joven que no está preparada en absoluto".

Obviamente los diálogos de la serie son ficticios, pero en este caso se corresponden bastante con la realidad. Al menos según la opinión del historiador Christopher Warwick, quien sostiene que la Reina Madre llegó a sentir celos de su propia hija: "Cuando el Rey Jorge murió tan solo tenía 56 años y su esposa 51. Ella sintió que los habían cortado en su mejor momento, porque adoraba su posición como reina y de repente ya no lo era. Se aferró a su título de Reina Madre y estaba celosa de que su hija se hubiese convertido en la nueva Reina de Inglaterra".

El por entonces Primer Ministro, Winston Churchill, sentía una gran compasión hacia la antigua consorte y no dudó en apoyarla en sus reivindicaciones. Aunque su verdadera motivación para ello fuese, tal y como sostiene el también historiador Piers Brendon, frenar la influencia del Príncipe Felipe como nuevo consorte: "Churchill tenía la idea de que la Reina Madre podría desempeñar un papel útil ayudando a su hija a convertirse en reina. Aspiraba a mantenerla como una aliada que pudiese hacer presión frente a la influencia de Felipe. Se veía a Felipe como un peligroso progresista, mientras que la Reina Madre era profundamente conservadora y reaccionaria".

El Príncipe Felipe, por su juventud y dinamismo, estaba convencido de que había que modernizar no solo las costumbres diarias en el Palacio de Buckingham; sino también hacer de la Casa Real una institución mucho más cercana y humana. Esto provocó que entrase en colisión con su suegra por cuestiones tan insignificantes como la instalación de un sistema de comunicación vía telefónica en el palacio. Y es que antes de su llegada los miembros de la Familia Real no usaban el teléfono para comunicarse entre ellos, sino que enviaban a un lacayo con una nota de un lugar a otro. Una costumbre que, al igual que muchas otras, el Príncipe Felipe no entendía. El ya citado periodista Christopher Wilson profundiza en este sentido: "Felipe veía ridículas estas costumbres y pensaba que podrían desecharse, modernizando la mentalidad de muchas de las personas que vivían y trabajaban en el palacio. Pero su suegra no estaba dispuesta a hacer ningún cambio. Ella pensaba que si algo no estaba roto, no había necesidad de repararlo".

La gota que colmó el vaso fue la organización de la coronación de la Reina Isabel, en la que tanto la Reina Madre como el Duque de Edimburgo volvieron a rivalizar por ver quién tenía mayor capacidad de decisión. La propia protagonista del histórico acontecimiento, en un intento por contentar a ambas partes, nombró a su marido presidente de la comisión organizadora. Pero, al mismo tiempo, mantuvo al Duque de Norfolk -un aliado de la Reina Madre- en su puesto como Presidente del comité encargado de los pormenores del evento.

Al menos en esto las dos fuerzas estaban aparentemente en igualdad de condiciones. Sin embargo, poco después cada una de las partes tuvo su victoria y su derrota. El Príncipe Felipe se salió con la suya al vencer la oposición de la Reina Madre y de Winston Churchill a que la ceremonia fuese retransmitida por televisión, pero tuvo que ceder ante la elección del fotógrafo oficial. Según Christopher Wilson, el marido de la reina quería a Baron Nahum y su suegra prefería a Cecil Beaton: "La Reina Madre estaba encantada con las imágenes que él le había hecho a lo largo de los años y consideraba que solo Beaton podía hacerle justicia a su hija y por supuesto a ella misma. Y dado que Nahum tenía fama de dar atrevidas en su piso de Londres -a las que Felipe asistía regularmente- este era un motivo añadido para que se decidieran por Beaton".

Nuevas ubicaciones y nuevos roles

Con el paso del tiempo fueron quedando un poco más claras las posiciones pero seguía habiendo un notable obstáculo para conseguir la armonía total en la familia: la mudanza de la Reina Madre. Dado que oficialmente el Palacio de Buckingham es el lugar de residencia del monarca reinante y sus hijos, pero no de sus padres o hermanos, esto implicaba que la Reina Madre ya no podía continuar residiendo -al menos oficialmente- en el que había sido su hogar durante casi dos décadas. Debía mudarse a Clarence House con la Princesa Margarita, pero costó mucho convencerla de ello.

La periodista Kitty Kelley narra en su libro cómo tuvo que intervenir personalmente Winston Churchill para conseguir la mudanza y lo difíciles que fueron las negociaciones: "La Reina Madre dijo a Churchill que no le gustaban los colores de Clarence House, por lo que el Primer Ministro le ofreció cambiarlos. Adujo entonces no poder dejar su dormitorio del Palacio de Buckingham porque la chimenea de mármol había sido un regalo personal de su marido, a lo que Churchill propuso trasladarla a Clarence House. La Reina Madre siguió resistiéndose, alegando que ya no podía permitirse tanto lujo. Churchill le aseguró que su presencia era tan vital para la monarquía que el gobierno preveía una partida de 220.000 dólares para reformar la mansión, 360.000 de asignación anual y un personal de quince miembros. Pero aún así, la Reina Madre aún no estaba del todo convencida". El Primer Ministro diría más tarde: "Estuve a punto de ofrecerle el Big Ben, pero cedió justo a tiempo".

Hay una segunda versión de los hechos mucho más cercana al rumor, según la cual la Reina Madre solo accedió a mudarse a Clarence House cuando el Duque de Edimburgo ordenó apagar la calefacción en sus habitaciones. Esto nunca ha podido ser confirmado pero, en cualquier caso, la realidad es que cuando la Reina Madre abandonó el Palacio de Buckingham fue cuando realmente se definieron definitivamente los nuevos roles dentro de la Familia Real: la Reina Isabel se convirtió en la jefa de la Casa Real de Windsor como institución y el Príncipe Felipe en el cabeza de familia encargado de dirigir el día a día de la familia puertas adentro.

La Reina Madre, por su parte, continuó siendo considerada a ojos del pueblo como la "abuela de la nación" y en un discreto segundo plano ejercía su influencia indirecta aconsejando moralmente a su hija en la toma de decisiones personales e institucionales. Nunca volvería a producirse un conflicto entre ella y su yerno, pero eso no significaba que aprobase todas sus actuaciones. Sobre todo en lo que se refería a la educación del Príncipe Carlos.

Según Piers Brendon: "El Duque de Edimburgo estaba decidido a convertir en un hombre a su hijo, pero al final se dio cuenta de que era demasiado endeble. Su hijo acabó convirtiéndose en un motivo de irritación para él, mientras que la Reina Madre insistía en que lo que Carlos realmente necesitaba era un cuidado delicado, simpatía y comprensión". El marido de la Reina Isabel quería que su hijo estudiase en el internado de Gordonstoun, donde él mismo había estado interno durante su infancia. La Reina Madre, por su parte, prefería que fuese a Eton College. Dado que el Príncipe Felipe era la persona a la que se le había designado la tarea de encargarse de la educación de sus hijos, nada ni nadie se interpuso en su decisión.

Solo con el paso del tiempo se vio que la opción de Gordonstoun no fue ni de lejos la mejor para el Príncipe Carlos debido a la dureza de la experiencia. Pero tanto en ese caso como en el resto de hechos vividos por la Familia Real Británica a lo largo de los años, la Reina Isabel mostró su imparcialidad y su escrupuloso respeto tanto hacia las normas escritas como a las no escritas. Ella en el centro, el Duque de Edimburgo en un lado, la Reina Madre en otro, pero todos remando hacia una misma dirección: la supervivencia de la Corona y el éxito en el reinado de Isabel II.

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