Galería: Funeral del Duque de Edimburgo
La muerte del Duque de Edimburgo ha llenado de dolor a sus hijos, nietos y otros familiares. A parientes, amigos, trabajadores que estuvieron a su lado durante años, a las asociaciones con las que colaboró, a Reino Unido, a la Commonwealth y a personas de todo el mundo. Pero quizás nadie ha sentido tanto el fallecimiento del Príncipe Felipe como la Reina Isabel. Fue su roca, su fortaleza, su marido, su compañero de reinado y ese anclaje que tenía con aquellos tiempos pasados, tan complicados, pero también tan felices.
El último año de vida del Duque de Edimburgo lo pasó junto a la Reina Isabel, un enorme consuelo para la Monarca, que ha podido disfrutar como no hacía en estos años de su marido. Esta etapa estuvo marcada por el confinamiento y por unos últimos meses en los que la salud del Príncipe Felipe se deterioró hasta que murió el 9 de abril de 2021 a los 99 años. Pero también disfrutaron de la boda de su nieta, la Princesa Beatriz, o del nacimiento de dos bisnietos. Lamentablemente, el Duque de Edimburgo nunca podrá conocer a la segunda hija del Príncipe Harry y Meghan Markle ni a otros bisnietos que vendrán.
Emocionada, pero contenida
A la Reina le queda un gran consuelo, pero también un gran vacío, un vacío que siente desde que perdió al que fue su marido durante 73 años y al que tuvo que decir adiós el 17 de abril de 2021 en Windsor Castle, donde fue despedido en un funeral ceremonial marcado por la pandemia, pero en el que se respetaron todos los gustos, deseos y órdenes del Príncipe Felipe. Isabel II se aseguró de que fuera así. Además, en un gesto de cariño y nostalgia, mandó divulgar una bonita imagen tomada en 2003 durante sus vacaciones en Escocia, una forma de decirle adiós antes de que la despedida fuera definitiva.
La Monarca no era la protagonista del funeral, ni quiso serlo, pero ante todo es la Reina. Apareció en un Bentley junto a su dama de compañía, Lady Susan Hussey. Fue la señal para que sonara el Himno Nacional. El vehículo se paró para contemplar el Land Rover que portaba el ataúd del Duque de Edimburgo. Pudo dar comienzo entonces la procesión en la que el vehículo fue seguido por el Príncipe de Gales, Princesa Ana, Príncipe Andrés, Príncipe Eduardo, el Príncipe Guillermo, Peter Phillips, el Príncipe Harry, Sir Timothy Laurence y el Conde de Snowdon. Cuando se bajó del coche, la Reina se dirigió al Pórtico Galileo, donde le esperaba el Deán de Windsor. Seriedad y dolor, pero ni una lágrima.
Al colocarse en el lugar que le corresponde dentro de la Capilla de St George, lo hizo sola. Debido a la pandemia, solo podían sentarse juntos los convivientes, pero la Reina ahora está sola. La emoción le desbordó cuando el ataúd del Duque de Edimburgo fue colocado en el lugar que se le había reservado. Durante la ceremonia agachó la cabeza en numerosas ocasiones, consciente de que si la levantaba podría verse el rostro emocionado de la viuda que ha perdido al amor de su vida, a su único amor.
La Reina, experta en guardarse las emociones para sí misma, evitó las lágrimas o mostrarse demasiado vulnerable en público. Las lágrimas para su Philip, en privado, como en privado fue el enterramiento del Duque de Edimburgo, sepultado en la Bóveda Real hasta que cuando muera la Reina, ambos sean enterrados juntos en la Capilla Conmemorativa de Jorge VI. Será ese el momento de su reencuentro para toda la eternidad.