La Princesa Charlene de Mónaco no es solo una mujer que acude como acompañante a actos frívolos en el Príncipado que rige su marido. También es una consorte comprometida que de vez en cuando realiza viajes solidarios para intentar cambiar la realidad que viven muchos millones de personas que no son tan afortunados como ella.
Su último periplo le ha llevado a La India junto a Paris Match, que ejercerá de portavoz de lo ocurrido en el país asiático. Allí ha sorprendido revelando algunos aspectos de su vida que habían pasado de puntillas hasta ahora, y que muestran que no ha tenido una existencia tan apacible como se pudiera pensar.
Durante su infancia sufrió los estragos de la Guerra Civil de Rodesia, actual Zimbabue, país en el que nació en 1978. A los 11 años tuvo que escapar del país junto a su familia para instalarse en Sudáfrica, país en el que vivió hasta que se instaló definitivamente en Mónaco al casarse con el Príncipe Alberto.
Los momentos más duros de los Wittstock
Al llegar a Sudáfica, país más tranquilo y próspero, se encontró los últimos envites del Apartheid. Ella se enfrentó a la segregación racial, aunque al ser blanca no sufrió los padecimientos de los negros; pese a ello, lo pasó muy mal tanto por ella, como por todos: " Me separaron de otros niños. He sido testigo de injusticias y desigualdades a las cuales los niños pueden resultar particularmente afectados. Estoy orgullosa de pertenecer hoy a un principado que ha hecho del combate por los derechos una prioridad".
Además, ha recordado que los lujos entre los que vive ahora, o que puede dar a sus hijos, están muy alejados de la situación que pasaron los Wittstock en el pasado: "Cuando yo era pequeña tenía que terminar mi plato. Por respeto a la gente que no muy lejos de nosotros moría de hambre... Desperdiciar la comida o el agua era un sacrilegio. Mi padre tenía dos empleos, mi madre daba clases de natación cuando ni siquiera tenían los medios de tener dos coches. Sé lo que es hacer kilómetros a pie bajo la lluvia al volver de la escuela ".