Quizás de pequeña Charlene Lynette Wittstock pensaría en cómo sería su vida cuando fuera mayor, y es probable que por muchos cuentos de hadas con los que soñara, jamás imaginara que iba a acabar siendo princesa de un pequeño país del sur de Europa lleno de glamour y de lujos, y que ella debía formar parte de un mundo que le era totalmente desconocido.
La niña Charlene no lo tuvo fácil. De origen anglogermano, nació el 25 de enero de 1978 en Bulawayo, Rodesia (actual Zimbabue). Es la hija mayor de un ejecutivo de ventas llamado Michael Kenneth Wittstock, y de una instructora de natacióm de nombre Lynette. Su hermano Gareth, nacido en 1980, es técnico informático, mientras que Sean, que vino al mundo en 1983, es representante comercial. Su situación económica no era boyante, pero al menos no lo pasaban tan mal como otros compatriotas.
Todo cambió cuando a los 11 años tuvieron que escapar a Sudáfrica para huir del conflicto que vivía en su país. No fueron tiempos fáciles para esta familia refugiada que tuvo que empezar de nuevo. Charlene fue escolarizada en Benoni, cerca de Johannesburgo, un lugar en el que se sintió a salvo hasta que se dio cuenta de la dura realidad que vivían los negros en Sudáfrica " Me separaron de otros niños. He sido testigo de injusticias y desigualdades a las cuales los niños pueden resultar particularmente afectados", confesó.
Las cosas empezaron a cambiar cuando cayó el Apartheid, un logro en el que Nelson Mandela tuvo mucho que ver. El que fuera presidente es por cierto, uno de los hombres a los que más ha admirado Charlene de Mónaco. Aunque las cosas fueron mejorando, Wittstock recuerda las privaciones que pasó en su infancia y lo mal que vivía la gente de su entorno: "Cuando yo era pequeña tenía que terminar toda la comida que había en mi plato por respeto a la gente que no muy lejos de nosotros moría de hambre... Desperdiciar la comida o el agua era un sacrilegio. Mi padre tenía dos empleos, mi madre daba clases de natación cuando ni siquiera tenían los medios de tener dos coches. Sé lo que es hacer kilómetros a pie bajo la lluvia al volver de la escuela".Teniendo una madre profesora de natación no es raro que Charlene se interesara por este deporte. Pronto se dio cuenta que la afición bien podía ser profesión, y vaya sí lo fue. Participó en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 en el equipo de relevos de 4×100 m estilos de Sudáfrica, donde quedó quinta, lo que implica obtener un diploma olímpico. Ese mismo año ganó una medalla de oro en 200 metros espalda en un campeonato celebrado en Mónaco, donde conoció al que poco más de una década más tarde sería su marido, Alberto Grimaldi. Fue coronada también como campeona de Sudáfrica en los 50 metros espalda, uno de los muchos logros que obtuvo en una carrera que abandonó por las lesiones, por el paso del tiempo, y sobre todo por amor.
Tras conocer a Alberto de Mónaco en el año 2000 no pasó nada especial, de hecho a él le dio tiempo a tener un hijo ilegímito con una azafata, Alexandre, nacido el 24 de agosto de 2003. En 2006, cuando Rainiero III ya había muerto y él era Príncipe de Mónaco, estrecharon lazos, hasta el punto que ella le acompañó en los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín. Finalmente, el 23 de junio de 2010 se anunció el compromiso matrimonial.
Adiós a Charlene Wittstock, hola a la Princesa Charlene
Charlene Wittstock dejó para siempre Sudáfrica, abandonó su religión protestante para convertirse al catolicismo, y comenzó a estudiar francés y monegasco, así como a prepararse para lo que le esperaba como Primera Dama de Mónaco. Hubo que esperar un año para que se celebraran dos bodas. El 1 de julio de 2011, Alberto de Mónaco y Charlene Wittstock se casaron por lo civil en el Salón del Trono en un ceremonia tirando a íntima. La gran fiesta fue al día siguiente, el 2 de julio, cuando 3500 invitados, entre ellos miembros de Casas Reales de todo el mundo, (de España no) se dieron cita en la Catedral de Monte-Carlo para el enlace religioso. Poca efusividad, caras raras y lágrimas de la novia llevaron a pensar que podía ser verdad lo que se había dicho días atrás, que la exnadadora había intentado huir antes del enlace, pero que fue retenida antes de tomar un avión en Niza. Ya no había vuelta atrás. Ella decía que lloraba de la emoción y llegó a explicar años después lo que había sentido: " Fue todo tan abrumador y había tantas emociones encontradas a causa de los rumores, y obviamente por la tensión acumulada, que me puse a llorar". Su luna de miel les llevó a Sudáfrica, donde él tenía una reunión del Comité Olímpico Internacional, dando más pábulo a los rumores porque durmieron en hoteles separados.
El tiempo fue pasando, y se notaba que la Princesa Charlene no estaba demasiado contenta con su vida palaciega. Las muestras de cariño con Alberto II eran escasas, aunque sí las había, y en los actos oficiales estaba tensa y le costaba sonreír, pareciendo en ocasiones la mujer más desgraciada del mundo, aunque bien sabía que no lo era. Además, la sucesión no llegaba, lo que alentaba la esperanza de Carolina de Mónaco de que el codiciado Trono recayera sobre ella, y después sobre la cabeza de su hijo mayor. Finalmente, en mayo de 2014 se anunció que la Princesa Charlene estaba embarazada, gestación que culminó el 10 de diciembre de 2014 con el nacimiento de dos herederos, el Príncipe Jacques, que fue nombrado sucesor, y la Princesa Gabriella.
Una feliz madre que ha encontrado su sitio
Desde entonces, la Princesa Charlene se ha centrado en sus mellizos, descuidando así de forma curiosa sus actos oficiales e incluso trasladando su residencia a Córcega durante una temporada y a Roc Agel, lugar que prefiere antes que el Palacio Grimaldi. En su momento se dijo que la Primera Dama iba a volcarse en el bautizo del Marqués de Baux y la Condesa de Carladès, pero una vez pasó, tampoco dio muestras de volcarse en sus compromisos oficiales, en contraste con los muchos quehaceres de otras consortes. De todos modos, lo que más bien ha ocurrido es que se ha apartado del glamour que durante décadas proyectó Grace Kelly y heredó la Princesa Carolina y ha emprendido otro camino. Creó la Fundación Princesa Charlene de Mónaco que centra sus esfuerzos en la promoción de la natación para que todos los niños aprendan a nadar y en ayudar a aquellos pequeños con talento pero sin recursos para progresar en el deporte.
Con el paso de los años, y la llegada de los niños se han alejado los rumores de crisis entre la pareja reinante. Satisfecha con sus labores solidarias, más en el extranjero que en el Principado, parece que al final ha encontrado su sitio. Aunque se nota que es más feliz desde que es madre y ha encontrado su camino, su mirada triste jamás ha desaparecido.