MOUNTBATTEN-WINDSOR

Así son y así se llevan el Príncipe Carlos, la Princesa Ana, el Príncipe Andrés y el Príncipe Eduardo

Marcados por la diferencia de edad y por su diferente puesto en la línea de sucesión, los hijos de la Reina de Inglaterra tienen una intrahistoria llena de luces y sombras.

Juan Salgado 08 Julio 2019 en Bekia

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Uno de los requisitos básicos para la continuidad temporal de cualquier monarquía es el obvio aunque indispensable hecho de tener descendencia y esto es algo que la Reina Isabel II tuvo claro desde el primer momento. Mucho antes incluso de ser coronada, decidió que no podía seguir el ejemplo de la última Isabel que se había sentado en el trono de Inglaterra (Isabel I, última monarca de la dinastía Tudor) y para cuando se convirtió en reina en 1952 ya tenía dos hijos. Todavía tendría otros dos años más tarde y, de ese modo, la monarquía británica parecía asegurada.

No obstante, a pesar de haber triunfado en su papel como soberana, Isabel II no puede presumir de haber sido una buena madre y eso ha acarreado serias consecuencias en la relación fraternal de sus cuatro hijos en forma de envidias, discusiones, reproches, etc. Pero... ¿cómo es realmente la relación de los hermanos Mountbatten-Windsor?

El Príncipe Carlos

Carlos Felipe Arturo Jorge Mountbatten-Windsor nació el 14 de noviembre de 1948 y aunque con el tiempo se convertiría en el Príncipe Heredero, por aquel entonces solo era el nieto del Rey Jorge VI. Con él, por el mero hecho de ser varón, la continuidad dinástica ya estaba garantizada y la alegría se adueñó de la Familia Real Británica al completo con su nacimiento. No obstante, los primeros años del retoño no se caracterizarían especialmente por ser demasiado alegres.

Fue criado por niñeras e institutrices en el interior del Palacio de Buckingham, privado de contacto con otros niños (únicamente se relacionaba con su hermana Ana, nacida dos años después que él) e incluso del cariño de sus padres. Y es que mientras la Reina Isabel estaba muy ocupada con el oficio de reinar, su consorte no dudaba en mostrar una clara preferencia por la Princesa Ana y no por ese niño sensible que era Carlos.

La situación no mejoraría mucho tras su estancia años después en el internado de Gordonstoun, por lo que el que sería nombrado Príncipe de Gales en 1958 arrastró durante toda su juventud un trauma que intentó superar en brazos de numerosas amantes. Se dice que llegó a salir con más de 20 mujeres, entre las Camilla Shand destacó por encima de todas. Pero ella no fue la elegida para convertirse en su consorte, sino la inocente y virginal Diana Spencer.

Se casaron el 29 de julio de 1981 en la que fue considerada como "la boda del siglo", pero bajo los pétalos y las fanfarrias de ese día se escondían numerosos problemas e incompatibilidades entre la pareja: Carlos seguía enamorado de Camilla, lo cual provocaba en Diana unos celos enfermizos que acabaron derivando en cambios de humor, bulimia y varias tentativas de suicidio. Ni siquiera el nacimiento de los Príncipes Guillermo (1982) y Harry (1984) consiguió rebajar la tensión entre la pareja y, aunque intentaron aparentar que todo iba bien de cara al público, la relación acabó por romperse y llegar a un punto muerto.

Aunque los Príncipes de Gales se separaron oficialmente en 1992 el divorcio no llegaría hasta el 28 de agosto de 1996. Exactamente un año y dos días después, la Princesa Diana fallecía en un accidente de tráfico en Paris. Sin duda, un trágico desenlace para esa historia de cuento de hadas que acabó en pesadilla y en la que Camilla Parker-Bowles era percibida como la villana.

Con el tiempo, el Príncipe Carlos y Camilla se convertirían en marido y mujer (el 9 de abril de 2005) y en cierto modo han conseguido superar las reticencias que los británicos en general y la Familia Real en particular tenían hacia su historia de amor. Juntos forman una pareja estable y muy consciente del papel que algún día están llamados a desempeñar: él como Rey de Inglaterra y ella como su consorte (aunque su título esté todavía en el aire).

La Princesa Ana

La segunda hija de la Reina Isabel y el Duque de Edimburgo nació el 15 de agosto de 1950 y ya desde una edad muy temprana dio muestras de un carácter muy diferente al de su hermano mayor: era una niña extrovertida, descarada, atrevida... En definitiva, todo lo que su padre esperaba del tímido y sensible Carlos. Esto provocó que la Princesa Ana fuese, prácticamente desde su nacimiento, la hija favorita del Duque de Edimburgo (a quien el Príncipe Carlos nunca conseguiría hacer sentir orgulloso).

De nuevo a diferencia de su hermano, la Princesa Real destacó por su afición al deporte y concretamente por la hípica. Hasta tal punto disfrutaba a lomos de un caballo que se convirtió en el primer miembro de la Familia Real en convertir en unos Juegos Olímpicos (los de Montreal, en 1976) en la categoría hípica y su padre llegaría a decir: "Si algo no se tira pedos ni come heno, a Ana no le interesa".

En el terreno sentimental, tras un breve romance de juventud con Andrew Parker-Bowles (primer marido de la actual Duquesa de Cornualles), la Princesa Ana cayó en los brazos del jinete Mark Phillips en 1973. En cuestión de meses se comprometieron oficialmente y la boda se celebró el 14 de noviembre de 1973, convirtiendo así a la princesa en la primera de sus hermanos en pasar por el altar. Eso sí, no tendría mejor destino que el Príncipe Carlos ni que el Príncipe Andrés en lo que respecta a sus matrimonios: los tres se divorciaron y, curiosamente, los tres lo hicieron en el famoso "annus horribilis" de 1992.

Ese mismo año la Princesa Ana contrajo segundas nupcias con el capitán Timothy Laurence. Una persona que, al igual que ella, rige su vida en base a dos valores: la laboriosidad y la discreción. De hecho, a pesar de no gozar de demasiada simpatía popular debido a su carácter un tanto arisco, la hija de Isabel II tiene en su haber el récord de ser el miembro más trabajador de la Familia Real Británica. Por ejemplo, en 2017 cumplió un total de 540 compromisos oficiales. Es decir, más que su propia madre, que su hermano mayor y que los Duques de Cambridge y el Príncipe Harry.

El Príncipe Andrés

Una década después de su último embarazo, Isabel II sorprendió a propios y extraños anunciando un tercer embarazo. Muchos adujeron la demora a las responsabilidades que la Reina había asumido desde que fuera coronada en 1952, pero también hubo quien vio en este tiempo un signo de crisis matrimonial. Cualquiera de estos rumores quedó disipado el 19 de febrero de 1960 con el nacimiento de Andrés Alberto Cristian Eduardo Mountbatten-Windsor.

Del mismo modo que la Princesa Ana era el ojo derecho de su padre, el Príncipe Andrés se convirtió en el favorito de su madre. Se desconoce el motivo, pero en cualquier caso este dato sí resulta explicativo de por qué la Reina transigió con todas las travesuras y polémicas que protagonizó el Duque de York durante su juventud: desde sus juergas nocturnas a sus amantes inapropiadas (incluida una actriz porno). Una serie de hechos que lo llevaron a ser protagonista de la prensa más sensacionalista y a ser apodado "Andy el caliente".

Al final consiguieron que encarrilase en cierto modo su vida: se enroló en la Marina Real y se propuso buscar a una esposa adecuada que no dañase la imagen de la monarquía. La elegida fue una joven aristócrata llamada Sarah Ferguson, a quien conocía desde su infancia pero con la que nunca había tenido demasiado trato. Sin embargo, según la escritora Kitty Kelley, tenían más en común de lo que pensaban: "Eran un par de salvajes aficionados al humor escatológicos, a los ruidos corporales, gruñidos, eructos y demás".

Se casaron el 23 de julio de 1986 y tras tener a sus dos hijas - las princesas Beatriz y Eugenia de York - la relación conyugal comenzó a deteriorarse inevitablemente por las continuas ausencias del Duque de York debido a su puesto en la Marina Real y a las sonadas infidelidades de Sarah Ferguson. Estaba claro que como pareja no funcionaban, por lo que se divorciaron en 1992. No obstante, a partir de ese momento demostraron que como amigos sí tenían futuro y desde entonces se han convertido en una feliz pareja de divorciados que incluso convive bajo el mismo techo.

Mientras que su exmujer ha sentado cabeza y dejado atrás sus años más escandalosos, no se puede decir lo mismo del Príncipe Andrés. En calidad de segundo hijo varón de la Reina de Inglaterra (segundo en la línea de sucesión hasta el nacimiento de los príncipes Guillermo y Harry), siempre ha gozado de un puesto preferente en la agenda real. Pero en 2011 fue acusado de violación por una joven estadounidense y aunque los hechos no se demostraron, fue relevado de su puesto como representante especial de comercio e inversión de Reino Unido. A esto habría que añadir sus continuas salidas de tono, sus cuestionables amistades y sus despilfarros a costa del erario público. Algo que solo él, hijo favorito de Isabel II, puede permitirse.

El Príncipe Eduardo

El benjamín de la familia nació el 10 de marzo de 1964 y su existencia ha transcurrido, desde el primer momento, en un discreto segundo plano. Tanto que, según reveló la periodista Ingrid Seward: "Un año, por su cumpleaños, desayunó con su madre y no le felicitó. No le dio ni un regalo ni una tarjeta. Sencillamente no sabía que era su cumpleaños". Una anécdota muy ilustrativa del vacío y cierto aislamiento que el Príncipe Eduardo sufrió en el seno de la Familia Real Británica desde muy pequeño.

Sus decisiones en lo que a formación se refiere no ayudarían demasiado a estrechar su vínculo con sus padres y hermanos: tras estudiar Historia en la Universidad de Cambridge se alistó a la Marina Real, como manda la regla no escrita de la realeza británica, pero a solo unos meses para la graduación decidió abandonar la carrera militar. Un hecho inaudito, puesto que todos los hombres de su familia tenían un alto rango dentro de las fuerzas armadas. El escándalo fue mayúsculo y llegaron a escribirse titulares en la prensa tan críticos como este: "Puedes convertir a una rana en príncipe, pero no a un príncipe en marine".

Su padre se mostró muy crítico con él y entre ambos llegó a haber acaloradas discusiones sobre la cuestión. Para un hombre tan masculino como el Duque de Edimburgo, resultaba incomprensible que su hijo renunciara a formarse militarmente y que, sin embargo, prefiriese enrolarse en una compañía de teatro e incluso fundar su propia productora de televisión (Ardent TV). Los rumores sobre una posible homosexualidad del Príncipe Eduardo no tardaron en surgir a raíz de esto y marcarían sus años de juventud.

Así fue hasta que en 1999, tras varios años de noviazgo, el Palacio de Buckingham anunció su compromiso matrimonial con la publicista Sophie Rhys-Jones. Tras su boda, ya nadie volvió a hablar sobre su supuesta homosexualidad, pero sí de los escándalos protagonizados por su esposa: fue acusada de usar sus vínculos con la realeza para atraer clientes para su agencia y con una cámara oculta fue pillada hablando mal de su suegra y de su cuñado, el Príncipe Carlos. Al final, tanto el Príncipe Eduardo como Sophie Rhys-Jones se vieron obligados a renunciar a sus trabajos (él como productor televisivo y ella como relaciones públicas) para centrarse exclusivamente en la Corona.

Con él tiempo, los Condes de Wessex han acabado formando una familia idílica junto a sus dos hijos y han sabido ganarse el respeto de los ingleses y, sobre todo, de la Reina Isabel. La soberana, quizás con el objetivo de enmendar los errores cometidos con él en el pasado, delega en su hijo pequeño cada vez más responsabilidades y es más que notorio el cariño sincero que profesa hacia su nuera.

Así se llevan los hermanos Mountbatten-Windsor

La relación fraternal entre los hijos de la Reina de Inglaterra ha estado notablemente condicionada por el orden de sucesión y, en este sentido, por el hecho de que el Príncipe Carlos sea el heredero. Es más, el Príncipe de Gales ya ha expresado que, cuando él sea rey, su intención será reducir la Familia Real a su consorte, sus hijos y sus nietos. Es decir, sus hermanos y demás parientes pasarán a ser únicamente "familia del rey", tal y como ocurrió en España tras la proclamación de Felipe VI.

A quien más le está costando asimilar su futura posición es al Príncipe Eduardo, quien según los expertos en realeza siempre ha sentido una profunda envidia de su hermano mayor. Incluso el propio Príncipe Carlos ha llegado a confesar: "El problema con mi hermano Andrés es que a él le gustaría ser yo". Durante estos años, el Duque de York ha estado luchando infructuosamente para que tanto él como sus hijas tengan mayor peso en la agenda real y, a fin de cuentas, si no lo ha conseguido siendo el favorito de la actual monarca no lo hará cuando esta sea sustituida por su hermano.

A quien no le preocupan en absoluto este tipo de cuestiones es a la Princesa Ana. Ella, siempre discreta y trabajadora, incluso agradecerá en cierto modo estar alejada del foco mediático. Además, dada su buena relación con el Príncipe Carlos, no resultaría extraño que este siguiese apoyándose en ella para desempeñar ciertas labores de representación y beneficencia. Siempre se han mostrado especialmente unidos, pero durante los últimos tiempos han surgido a la luz varios episodios que podrían haber deteriorado su estrecha relación fraternal.

Según la ya citada periodista Ingrid Seward, cuando ambos eran pequeños hubo un día que, tras volver de una clase de equitación y tener una discusión, la Princesa Ana azotó con la fusta a su hermano mayor y él no pudo contener las lágrimas. Un hecho que no resulta tan sorprendente si tenemos en cuenta el carácter autoritario de la Princesa Real en contraste con el del heredero pero que, en cualquier caso, no pasaría de una rencilla propia de niños.

En cualquier caso, la afinidad mutua que sienten entre sí el Príncipe de Gales y su hermana es indudable y a todas luces superior a la que sienten con sus hermanos pequeños. Al fin y al cabo, la diferencia de edad es muy notable entre ellos y poco hay que una a la Princesa Ana con el Conde de Wessex, por ejemplo.

Este último, de hecho, es sin duda el más aislado del entorno familiar. Precisamente por esa diferencia de edad nunca ha tenido un trato cercano con sus hermanos, sino más bien todo lo contrario. Con el Príncipe Carlos es con quien mantiene sin duda una relación más tensa y, tras varios episodios producidos a lo largo de los últimos años, esa tensión ha ido en aumento.

Uno de ellos se produjo cuando el Príncipe Guillermo estudiaba en la Universidad de Saint Andrews. Por aquel entonces, había un acuerdo entre el Palacio de Buckingham y los medios de comunicación para que respetasen la privacidad del príncipe. No obstante, en 2001 unas cámaras se saltaron ese acuerdo, lo grabaron y destaparon que trabajaban para la productora del Príncipe Eduardo. La reacción del Príncipe Carlos fue colérica y dicen que mantuvieron una acalorada discusión telefónica en la que el heredero no dudó en calificar a su hermano pequeño de "idiota".

Sea como fuere, al igual que ocurre en todas las monarquías del mundo, los Mountbatten-Windsor son expertos en saber disimular estas rencillas y ofrecer al público una imagen que, en muchas ocasiones, poco tiene que ver con la realidad. Ahí es precisamente donde radica la magia (o la contradicción, depende de cómo se mire) de los miembros de la realeza: son y actúan como seres humanos, pero pretenden mostrarse como seres divinos. Al fin y al cabo, antiguamente el poder de un rey emanaba directamente de Dios.

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