Una infancia marcada por la guerra
Sin embargo, pese a estar destinado a perpetuar la milenaria dinastía gobernante en Japón, su nombramiento oficial como Príncipe Heredero no se produjo hasta el 10 de noviembre de 1952, poco antes de cumplir los 19 años. Para ese momento, el príncipe ya había completado un arduo y novedoso proceso de formación y, sobre todo, había conseguido sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial.
Una complicada historia de amor
Antes de llegar a sentarse en el trono, Akihito debía encontrar una esposa con la que compartir sus responsabilidades imperiales. Y a decir verdad, candidatas no le faltaban, puesto que tradicionalmente los príncipes herederos se casaban con mujeres de la aristocracia cortesana e incluso se permitía al emperador tener concubinas. Pero para un joven educado fuera de palacio como él, estas costumbres resultaban anticuadas y todo apuntaba a que estaba dispuesto a romper con ellas.
Así lo hizo cuando en el verano de 1957 se enamoró perdidamente de una joven a la que conoció jugando al tenis en Kuraizawa. Se trataba de Michiko Shoda, hija de un millonario fabricante de harinas y salsas de soja y con una trayectoria impecable: había sido educada en los mejores colegios de Japón (donde se licenció en Literatura Internacional) y también en Europa, concretamente en las universidades de Harvard y Oxford. Sin embargo, tenía un defecto contra el que ni el dinero ni la educación recibida podían hacer nada: era plebeya. Una condición que la convertía en poco apropiada para casarse con el futuro Emperador de Japón.
Al menos así lo veían la mayoría de cortesanos e incluso la propia Emperatriz Nagako, que veía esta unión como una "deshonra" para la Familia Imperial. Es más, desde el entorno oficial se dejaba entrever que, dado el carácter divino de la dinastía, este futuro matrimonio era imposible. Pero con lo que nadie contaba era con el insospechado apoyo político y mediático que recibió la pareja desde el primer momento: la sociedad japonesa se mostró ansiosa por abrazar una nueva era de modernidad tras haber superado las heridas de la Segunda Guerra Mundial.
Este apoyo, junto a la determinación del Príncipe Akihito, fueron claves para que el Emperador cediese y anunciara el compromiso de su heredero con su amada plebeya el 27 de noviembre de 1958. La ceremonia oficial de compromiso tendría tener que esperar todavía unos meses, mientras Michiko recibía la formación necesaria para cualquier persona ajena a la realeza que entra a formar parte de una Familia Real. Una vez mentalizada de lo que sería su vida a partir de entonces, todo se preparó para la ceremonia nupcial el 10 de abril de 1959. Se trató de la primera boda real transmitida por televisión en Japón y con ella quedó inaugurada una nueva etapa en la monarquía del país.
Su reinado de "paz exitosa"
Al poco tiempo de casarse, los nuevos Príncipes Herederos dieron la bienvenida a sus tres hijos: Naruhito (1960), Fumihito (1965) y Sayako (1969). La presión para que naciese un varón que pudiese perpetuar la dinastía era grande, por lo que la felicidad se adueñó del Palacio Imperial tras el nacimiento de los dos príncipes y finalmente la princesa. Pero esa alegría inicial se tornó en decepción en cuanto la corte tuvo ocasión de comprobar cómo Akihito y Michiko iban a educar a sus hijos.
Conocedores ambos de cómo era la vida tras los muros del palacio (dado que los dos habían estudiado fuera), los Príncipes Herederos se negaron a separarse de sus hijos y entregarlos a los preceptores una vez que estos cumplieron 3 años. Rompieron así una tradición con siglos de historia y, para mayor escándalo todavía, se propusieron llevar una vida lo más normal posible: Michiko fue la encargada de alimentarlos y bañarlos (como cualquier madre normal) e incluso hizo instalar una cocina en las dependencias reales para poder preparar ella misma la comida a su marido e hijos. Unos comportamientos plebeyos que no gustaban nada a su suegra, quien enviaba a sirvientes para espiar a Michiko y nunca cesaría en su crítica hacia la nueva dirección que estaba tomando la Familia Imperial de Japón.
De este modo, lenta pero inexorablemente, los Príncipes Herederos fueron labrando su propio camino y ganándose una imagen de cercanía y normalidad hasta entonces poco frecuentes en un país que consideraba a su emperador un ser divino al cual no les estaba permitido mirar a la cara. Todo eso cambió tras la nueva Constitución de 1947, que convirtió al emperador en un mero "símbolo del Estado y de la unidad del pueblo" y relegó sus funciones a lo puramente ceremonial: firmar el nombramiento del Presidente y sus ministros, abrir las sesiones parlamentarias, sancionar leyes, recibir a dignatarios extranjeros... En definitiva, lo propio de cualquier monarquía constitucional.
Al Emperador Hirohito le costó mucho acostumbrarse a todos estos cambios, pero no le quedó más remedio y sus 62 años de reinado estarían precisamente marcados por ese tránsito de ser considerado divino a un mero figurante ceremonioso. Como humano que era al fin y al cabo, el paso del tiempo hizo mella en él y con los años su salud fue deteriorándose hasta que en septiembre de 1988 un cáncer intestinal irreversible obligó al Príncipe Akihito a asumir la regencia. Pasarían unos pocos meses hasta que se convirtiese oficialmente en emperador.
Fue el 7 de enero de 1989. El mismo día que su padre moría, Akihito pasaba a ser automáticamente el 125º Emperador de Japón. No obstante, tendría que esperar a que transcurriese el tiempo de luto preceptivo para poder coronarse oficialmente el 12 de noviembre de 1990. Se trató de la primera entronización televisada en la historia del país y con ella quedó inaugurado un nuevo reinado que se bautizó como 'Heisei' (paz exitosa). Junto a él, su fiel esposa Michiko se convirtió en la primera emperatriz nipona de origen plebeyo.
Juntos se dedicarían a viajar por todas las regiones del país y a más de 50 países en todo el mundo para poder ayudar allí donde su presencia fuese requerida. Su cercanía pasó a ser algo totalmente novedoso: ahora era el emperador quien se arrodillaba ante sus súbditos. No en las ceremonias oficiales, obviamente, pero sí cuando Akihito se encontraba frente a una persona que sufre. Algo que se ha podido comprobar a lo largo de todos estos años, cuando tras cada uno de los desastres naturales o tragedias que han afectado a Japón, los Emperadores Akihito y Michiko eran los primeros en acudir para reconfortar a las víctimas.
Además, a pesar de las limitaciones constitucionales de su rango y la prohibición expresa que tanto él como tanto su familia tienen de expresar sus opiniones públicamente, el emperador siempre ha buscado la manera de mostrar su interés o repulsa por una u otra cuestión de manera indirecta. Sobre todo en lo que se refiere a la reconciliación nacional tras el trauma de la Segunda Guerra Mundial y a la hora de tender puentes amistosos con los países otrora enemigos, como China.
La labor llevada a cabo tiene como resultado que, tal y como revela una encuesta publicada en abril de 2019, la Familia Imperial de Japón goza de un 70% de aprobación por parte del pueblo. Todo un récord histórico que no empaña otro de los resultados de dicho sondeo: el 66% de los japoneses están a favor de que las mujeres tengan derecho al trono. Y es que, a pesar de la indudable modernización de la monarquía japonesa llevada a cabo por los emperadores Akihito y Michiko, la abolición de la Ley Sálica sigue siendo todavía una asignatura pendiente. Una cuestión que debe ser urgentemente abordada dada la inexistencia de descendencia masculina del Príncipe Naruhito.
¿Cómo será el futuro de los nuevos Emperadores Eméritos?
Tras más de 30 años de reinado (el 10º más largo de la historia de la monarquía japonesa), el Emperador Akihito sorprendió a todo su pueblo con un discurso televisado el 8 de agosto de 2016. En él, si bien no dejó clara su intención de abdicar de manera explícita, si mostró su predisposición a hacerlo debido a sus problemas de salud: "Me preocupa que pueda convertirse en algo difícil para mí llevar a cabo mis responsabilidades como símbolo del Estado".
A sus 83 años, el emperador padecía una osteoporosis agravada desde 2003 por un cáncer de próstata y un historial clínico propio de cualquier persona de su edad: en 2011 tuvo que ser hospitalizado por una neumonía, en 2012 tuvo que ser intervenido quirúrgicamente para colocarle un bypass cardíaco y en julio de 2018 sufrió anemia cerebral. Él fue el primer Emperador de Japón desprovisto de ese ancestral halo de divinidad y ello parecía tener en esos momentos sus consecuencias palpables.
Ante este panorama, el gobierno japonés se vio obligado en junio de 2017 a elaborar y aprobar una Ley de Sucesión que contemplase la abdicación del emperador y la subida al trono de su heredero, el Príncipe Naruhito. La fecha fijada para tan histórico acontecimiento es el 30 de abril de 2019 y sobre lo que ocurrirá después todo son incógnitas: ¿Qué lugar pasarán a ocupar los Emperadores Arihito y Michiko tras la abdicación?
El 1 de mayo se iniciará oficialmente el reinado del nuevo Emperador Naruhito y desde ese preciso instante sus padres pasarán a ostentar el título de "Emperadores Eméritos". Pero, a diferencia de los otros monarcas abdicados en Europa, los nipones dejarán de participar en los actos ceremoniales y dejarán de tener actividades oficiales en la agenda de la Familia Imperial. Y en lo que respecta a su residencia, abandonarán el Palacio Imperial de Tokio y se trasladarán al Palacio de Togu, donde residieron mientras eran Príncipes Herederos.
Una vez instalados en su nuevo hogar y asumido su nuevo rol, tanto Akihito como Michiko podrán disfrutar al fin de todo el tiempo libre del que se han visto privados durante 30 años debido a sus responsabilidades públicas. Akihito podrá dedicarse a continuar sus investigaciones científicas (centradas en la taxonometía, la ictiología, la historia natural y el conservacionismo) y probablemente siga plantando y cosechando arroz como hasta ahora en su antigua residencia. Por su parte, Michiko dispondrá de tiempo para leer las novelas policiacas que tanto le apasionan, practicar sus habilidades musicales (toca el piano y el arpa) y quizás siga criando gusanos de seda. En definitiva, un retiro dorado con la satisfacción del deber cumplido.