Orígenes familiares a ambos lados del Atlántico
Y es que su madre era la Princesa Isabel de Orleans-Braganza, hija a su vez del Príncipe Pedro de Alcántara de Orleans-Braganza: Jefe de la Casa Imperial de Brasil y pretendiente al también depuesto trono de una de las últimas monarquías de Latinoamérica. Todo ello convierte a nuestra protagonista en un raro 'espécimen' entre la realeza europea, dado que no todos pueden presumir de descender de dos grandes dinastías como estas.
Una de las personas que más influiría en ella durante su infancia fue su abuela paterna, la Duquesa de Guisa (bisnieta por partida doble de Luis Felipe I, último Rey de Francia). Con ella pasó largas estancias en su residencia de verano y de ella heredó el rasgo más característico de su personalidad: la discreción.
Dos amores llenos de inconvenientes
Teniendo en cuenta esta discreción y timidez que la marcarían desde muy pequeña, resulta poco probable que Ana de Orleans fuese una asidua a las fiestas de la aristocracia y la realeza en la Europa de los años 50. Pero mientras sus diez hermanos se dedicaban a disfrutar de la vida, ella conoció a su primer amor: el Rey Simeón de Bulgaria.
Pocos detalles han trascendido de este romance de juventud, pero hay teorías que apuntan a que la relación llegó a su fin porque el Papa Juan XXIII desaconsejó el matrimonio entre una católica y un ortodoxo. Algo que llama la atención teniendo en cuenta que el propio Rey Simeón se casaría en 1962 con la aristócrata española (y católica) Margarita Gómez-Acebo y que pocos meses después el Papa autorizaría la boda entre el católico Príncipe Don Juan Carlos y la ortodoxa Princesa Sofía de Grecia.
En cualquier caso, sería precisamente en la boda de Reyes de España donde Ana de Orleans encontró al verdadero amor de su vida: el Infante Carlos de Borbón-Dos Sicilias, primo de Don Juan Carlos (el padre de uno y la madre del otro eran hermanos) y una de las personas más cercanas al todavía Príncipe de España. En realidad ya se conocían de antes, pero fue en Atenas donde surgió el amor.
Él era uno de los testigos del novio y ella era una de las damas de honor de la novia. Quién les iba a decir en ese momento que tres años después ambos serían los protagonistas de su propio enlace. Sin embargo, antes hubo un gran escollo a superar: la oposición del Conde de Paris y la mala relación entre la Casa de Orleans y la Casa de Borbón-Dos Sicilias.
El caso es que el padre de Ana de Orleans se oponía a la boda porque no reconocía a su yerno como el heredero legítimo del Trono de las Dos Sicilias. Por su parte, el novio tampoco reconocía a su suegro como el heredero legítimo al Trono de Francia. Las dos posturas eran irreconciliables y a pesar de que el Conde de Barcelona medió entre ellos, nunca llegarían a resolver sus diferencias del todo.
Ante esta falta de acuerdo, los 250 invitados a la boda recibieron dos invitaciones: una por parte de la novia y otra por parte del novio. En cada una el Infante Carlos aparecía tratado de diferente manera: mientras que en sus invitaciones aparecía como 'Su Alteza Real el Príncipe Carlos de Borbón', en la otra era simplemente 'Duque de Calabria'.
La tensión estuvo presente hasta el mismísimo día de la boda. Aquel 12 de mayo de 1965, todos los presentes en la Capilla Real de San Luis (Dreux) contuvieron la respiración cuando el sacerdote preguntó a la Princesa Ana si aceptaba a Don Carlos como esposo. La tradición real dicta que en ese momento la novia debe girarse para pedir permiso a su padre y en esta ocasión, ante la sorpresa de todos, el Conde de París inclinó su cabeza en señal de respeto. De ese modo, Ana de Orleans pudo añadir a su tarjeta de identificación tres nuevos títulos: Princesa de las Dos Sicilias, Duquesa de Calabria y Condesa de Caserta.
50 años de amor y discreción
Una vez superadas todas las dificultades previas a su unión definitiva, los nuevos Duques de Calabria se convirtieron en una referente de amor y fidelidad, algo poco frecuente entre la realeza. Fruto de su unión nacerían cinco hijos: Cristina (1966), María Paloma (1967), Pedro (1968), Inés (1971) y Victoria (1976) de Borbón-Dos Sicilias y Orleans.
Tras la designación de Don Carlos como Infante de España en 1994 por expreso deseo del Rey Juan Carlos, él y sus hijos pasaron a formar parte de la línea de sucesión al trono español inmediatamente después de la Familia Real. En aquel momento, de hecho, Don Carlos ocupaba el cuarto lugar tras el Príncipe Felipe y las Infantas Elena y Cristina. Esta decisión sería muy criticada por varios historiadores por considerar que era incongruente que un heredero al Trono Español fuese también heredero al Trono de las Dos Sicilias. En cualquier caso, el apoyo incondicional del Rey Juan Carlos a su primo favorito le hizo inmune a cualquier crítica y le benefició - incluso económicamente - en más de una ocasión.
La relación entre el núcleo duro de la Familia Real Española y la familia Borbón-Dos Sicilias continuaría en el tiempo a pesar de las nuevas incorporaciones y los numerosos escándalos que amenazaron con resquebrajarla. De hecho, cuando en 2012 el Infante Carlos sufrió un ictus que mermó mucho sus capacidades físicas, sus primo y su familia estuvieron a su lado desde el primer momento. Eso sí, nadie como su devota esposa.
Ana de Orleans se convertiría durante los últimos años de vida de su esposo en su mejor apoyo físico y anímico ante su imparable deterioro neurológico. El Infante enfiló una cuesta abajo que no podía tener más que un desenlace trágico y que llegó finalmente el 5 de octubre de 2015. Ese día fallecía el Duque de Calabria y una de las principales motivaciones vitales de Ana de Orleans se iba con él.
Durante el Funeral de Estado celebrado en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (correspondiente al rango de Infante de España), la Familia Real mostró una vez más su cercanía a la familia Borbón-Dos Sicilias y se volcaron especialmente con la viuda. Esa sería una de sus últimas apariciones públicas, ya que desde entonces apenas se ha vuelto a dejar ver. Ahora vive la nueva etapa de su vida centrada en sus hijos, sus nietos y su afición más desconocida: la pintura.
De hecho, su primera aparición en público - ocho meses después de la muerte de su marido - fue durante la inauguración de una exposición benéfica a la que había cedido 90 acuarelas pintadas por ella misma. Un único momento de protagonismo en las ocho décadas de existencia de esta discreta Princesa.