Pero sin duda alguna la amistad que más ha marcado el devenir de la Familia Real de Mónaco durante las últimas cuatro décadas ha sido la de la Princesa Carolina con el fallecido diseñador Karl Lagerfeld. Una relación que rozaba casi lo fraternal y que llevó en algunos casos a que el alemán fuese considerado un miembro casi oficioso de la familia.
Dos espíritus rebeldes destinados a encontrarse
A priori podría pensarse que la diferencia de edad entre ambos (23 años) debería haber sido un condicionante, pero la realidad es que eso fue precisamente uno de los detonantes. Y es que, a pesar de haber nacido en épocas muy diferentes, los dos compartían una personalidad irreverente, inconformista, un tanto rebelde y dispuesta a adaptarse a los ecos de la modernidad.
Hasta entonces, el estilo elegantemente clásico y tradicional de Christian Dior había prevalecido en el armario de las Grimaldi y sobre todo en el de Grace Kelly. Pero, a partir de este momento, la Princesa Carolina optaría por el estilo mucho más desenfadado, dinámico y poco convencional que representaban las creaciones del por entonces casi desconocido Karl Lagerfeld al frente de Chloé (firma a la que pertenecía el vestido mencionado anteriormente).
En 1983, tras el desembarco del diseñador alemán como nuevo director creativo de la mítica firma Chanel, la relación entre los dos comenzaría a estrecharse. No solo porque la Princesa se convirtió en una de las incondicionales de la marca, sino porque entre el círculo de amistades de ambos había dos nombres compartidos: la modelo Inès de la Fressange y la actriz Carole Bouquet. De este modo, a base de coincidir en eventos públicos y en veladas privadas auspiciadas por alguna de estas amigas comunes, Carolina de Mónaco y Karl Lagerfeld descubrieron que estaban cortados por el mismo patrón.
Unidos en la prosperidad y en la adversidad
1983 fue tanto para uno como para la otra un año de celebración: Karl Lagerfeld pasaba a ser el diseñador de Chanel (puesto que mantendría desde entonces hasta su muerte) y la Princesa Carolina contraía matrimonio con Stéfano Casiraghi. Los dos se convertirían en los hombres fundamentales en la vida de la Princesa durante esta etapa. Uno al frente de su armario como Primera Dama de Mónaco (cargo que tuvo que asumir tras el fallecimiento de Grace Kelly en 1982) y el otro como compañero sentimental y padre de sus hijos.
Gracias a la fama que precedía a la hija mayor de Rainiero III y a la relevancia mediática de los actos a los que acudía en representación de la Familia Real de Mónaco, los diseños de Karl Lagerfeld consiguieron una publicidad inmejorable y comenzó así su carrera hacia el estrellato. No obstante, al contrario de lo que podría parecer, la relación entre el diseñador y su nueva musa no se basaba solo en cuestiones meramente publicitarias o de interés por ambas partes. El afecto entre ambos era tan intenso que, cuando uno de los pilares de la Princesa Carolina cayó, ahí estuvo Lagerfeld para apoyarla.
Sucedió el 3 de octubre de 1990. Ese día Stéfano Casiraghi perdía la vida en un fatídico accidente acuático con tan solo 30 años. Tras él dejaba a tres hijos pequeños y a una viuda profundamente desconsolada. Karl Lagerfeld no dudó en acompañarla el día del funeral y en brindarle todo su apoyo (emocional y económico) en el retiro que la Princesa Carolina se autoimpuso durante los siguientes años en un pequeño pueblo de la Provenza. Incluso hay quien dice que durante ese tiempo el diseñador ejerció como un tío carnal para los tres hermanos Casiraghi-Grimaldi.
A su regreso, el diseñador de Chanel se propuso no dejar sola a su amiga y tomó la decisión de alquilar una mansión muy cerca de donde la Princesa Carolina tenía la suya. Se trataba de La Vigie, una villa con espectaculares vistas al Mediterráneo donde se estableció durante largas temporadas. Tal y como reveló la propia Carolina años después en una entrevista, la compañía de su amigo fue el mejor bálsamo para recuperarse de la tragedia: "Karl siempre estaba preparado para lo inesperado. Me llamaba para preguntarme qué estaba haciendo y al poco tiempo se presentaba en el lugar en el que yo estuviera".
La mejor embajadora de Chanel entre la realeza
Tras la tormenta viene la calma y la Princesa Carolina encontró de nuevo el amor en brazos del Príncipe Ernesto de Hannover. Amigos desde hacía años, su relación fue haciéndose cada vez más íntima hasta que finalmente en 1999 se convirtieron en marido y mujer. Para la ocasión, la novia llevaba un traje de dos piezas firmado por Karl Lagerfeld para Chanel.
Ese sería el primero de los muchos vestidos y trajes que el diseñador creó para su gran amiga en su nueva etapa como Princesa de Hannover. Una etapa que se caracterizó por la gran proyección de Carolina de Mónaco en los círculos de la realeza internacional: su presencia se hizo frecuente en todos y cada uno de los eventos del Gotha europeo. Ya fuese una boda, un bautizo o una cena de gala, la Princesa Carolina acudía siempre impecable y vestida de Chanel.
Unos de sus estilismos más recordados serán precisamente los lucidos durante la boda de los Reyes Felipe y Letizia en 2004. Para la cena de gala celebrada el día antes del enlace en el Palacio de El Pardo, la Princesa Carolina deslumbró a todos los presentes con un vestido en el que sobresalían de su cuerpo superior dos grandes mangas abullonadas blancas cubiertas de plumas entrelazadas con una cinta de seda rosa. Al día siguiente, mucho más discreta, volvió a lucir un diseño de Chanel: un sencillo traje de chaqueta y falda con una pamela a juego en tonos azules.
Años después, ya separada de Ernesto de Hannover, la Princesa continuaría confiando en su amigo y diseñador de cabecera a la hora de vestirse para las grandes citas de su agenda. La gran mayoría eran actos oficiales, pero muchos de ellos eran asimismo eventos familiares con gran significado emocional. Tanto en la boda de los Príncipes Alberto y Charlene como en la de sus hijos, Carolina de Mónaco siempre se mantuvo fiel a Karl Lagerfeld.
Aunque si hay una cita que tanto la Princesa Carolina como el resto de miembros de la Familia Real de Mónaco tienen marcada en rojo en su calendario, ese es el tradicional Baile de la Rosa. Una gala benéfica presidida por los Grimaldi y que desde 1954 tiene como objetivo recaudar fondos para la Fundación Princesa Grace.
La gala se celebra en el Casino de Montecarlo y hasta 1982 estuvo organizada por Grace Kelly, presidenta de la organización que llevaba su nombre. A partir de ese momento su hija Carolina le tomó el relevo tanto al frente de la fundación como en la supervisión y organización del Baile de la Rosa. Una tarea para la que quiso contar con la inestimable ayuda y con el gran talento creativo de su amigo Karl Lagerfeld.
El diseñador se convirtió, desde principios de los años 2000, en el director creativo del evento. Es decir, él se encargaba de adaptar la decoración de la gala a las diferentes temáticas sugeridas por el comité organizador y a él se debían desde el diseño de los platos hasta la decoración del escenario. Todo el Baile de la Rosa estaba hecho conforme al imaginario del diseñador de Chanel.
Dichas temáticas fueron de lo más dispares a lo largo de los años: la música Tziganie en 2007, la Movida Madrileña en 2008, la Belle Epoque en 2013, el estilo Art Decó en 2015, etc. En todas ellas el sello Lagerfeld estaba más que presente y el propio diseñador acudía personalmente a la gala en calidad de invitado de honor, posando junto a la Familia Real de Mónaco y ejerciendo de acompañante de la Princesa Carolina (sobre todo desde su separación de Ernesto de Hannover). La última vez fue en 2018.
La partida de un genio y un amigo
Nada hacía presagiar que la vida de Karl Lagerfeld estaba llegando a su fin hasta que súbitamente, el 19 de febrero de 2019, se anunció su muerte a los 85 años en Paris. La noticia pilló por sorpresa a todo el mundo, pero no tanto a su círculo más íntimo: solo sus más allegados conocían que el diseñador padecía cáncer de páncreas.
Siempre tan histriónico y extravagante en sus diseños y en sus apariciones públicas, el alemán era una persona extremadamente reservada para todo lo que afectaba a su vida personal. Por lo tanto, no sorprende que su deseo póstumo fuese un funeral sencillo y al que solo acudiesen los más íntimos. Entre ellos, como no podía ser de otro modo, la Princesa Carolina y sus hijos.
La hermana mayor del Príncipe Alberto acudió en compañía de Carlota y Andrea Casiraghi y de su nuera Tatiana Santo Domingo a dar el último adiós a su gran amigo en la ceremonia de incineración que tuvo lugar en el crematorio de Mont-Valerien (Nanterre) pocos días después del fallecimiento. Su imagen desolada dio la vuelta al mundo, al igual que su estilismo: de riguroso luto pero homenajeando nuevamente a Karl Lagerfeld con un total look de Chanel.
Solo un mes después de la trágica pérdida, la Princesa Carolina tuvo que hacer frente por primera vez en solitario a ese evento que con mimo habían diseñado mano a mano ella y Lagerfeld durante los últimos años: el Baile de la Rosa 2019. La gala se constituyó como un homenaje total a la figura del diseñador, que antes de morir pudo dejar cumplido su trabajo decorativo. Carolina de Mónaco quiso tener un guiño más personal hacia su amigo y eligió vestirse con uno de los diseños de la última colección que el alemán había firmado para Chanel.
El cariño y admiración que la Princesa sentía por Karl Lagerfeld la llevaron a romper su tradicional silencio y a conceder una de sus escasas entrevistas. Lo hizo en la revista francesa Point de Vue y para recordar al diseñador de Chanel: "Es muy difícil describir qué era lo que nos unía. No se puede definir con palabras porque se quedarían cortas. Teníamos el mismo sentido del humor y nos hacían reír las mismas cosas".
Carolina de Mónaco no duda en ir más allá y afirmar que Lagerfeld era uno más de los Grimaldi: "He pasado más años con él que con muchos miembros de mi familia. Solo mi niñera me conocía igual de bien. Todos sentimos la muerte de Karl como un luto familiar. A mis hijos les afectó muchísimo, porque le conocían desde que nacieron".
Sobre el recuerdo que le quedará por siempre de su amigo, lo tiene claro: "Karl me enseñó a no tener miedo de explorar otros territorios y a cuestionarme todo, a no tomarse en serio a uno mismo". Desde luego, los dos pueden presumir de haber seguido esa máxima en sus respectivos terrenos y a lo largo de sus vidas.