En 1982, Alfonso de Borbón decidió aceptar la propuesta de la revista ¡Hola! para contar sus memorias de una vida marcada por la tragedia, la decepción, la traición y la frustración. Algo que él mismo contaba describía así: " Mi vida, contra lo que muchos puedan imaginar, no ha sido, no es realmente una novela rosa. Mucho menos una vida fácil. Yo diría más: es la mía una historia difícil y en muchas ocasiones amarga". Pero... ¿Cómo fue realmente la historia del miembro más desgraciado de la Dinastía Borbón?
Una infancia truncada desde antes de nacer
Alfonso Jaime Marcelino Manuel Víctor María de Borbón y Dampierre nació en Roma el 20 de abril de 1936, convirtiéndose en el primer nieto de los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. De hecho, sería el primer miembro de la Familia Real Española en nacer en el exilio solo cinco años después de que los borbones hubiesen tenido que abandonar el país tras el estallido de la Segunda República.
Sus padres eran al Infante Don Jaime de Borbón (segundo hijo de Alfonso XIII) y la aristócrata italiana Emmanuela de Dampierre. Pero, lejos de lo que se pudiera pensar, el hecho de ser nieto de reyes e hijo de Infante no le garantizó al recién nacido un puesto dinástico debido a la discapacidad que aquejaba a su progenitor: era sordo.
Es por ello por lo que Alfonso XIII, quien no consideraba a su segundogénito preparado para asumir las responsabilidades de la Corona, le obligó en 1933 a renunciar a sus derechos al trono tanto para él como para sus descendientes. Esa es la razón por la cual ni Alfonso de Borbón y Dampierre ni su hermano Gonzalo tendrían nunca tratamiento de Alteza Real ni gozarían del título de Infantes de España.
Este detalle condicionó mucho la infancia del nieto mayor del Rey, pero sin duda no tanto como la dramática separación matrimonial de sus padres en 1947 tras años de mutuas infidelidades. Los dos volvieron a casarse en segundas nupcias - él con una cabaretera alemana y ella con un corredor de la Bolsa de Milán - y la consecuencia directa para sus dos hijos fue un total abandono por parte de sus progenitores.
Fue la Reina Victoria Eugenia quien se preocupó más por ellos, aunque no consiguió mitigar el trauma que a sus nietos generó la experiencia. El propio Alfonso recordaría años después: " En ninguno de los hogares que mis padres formaron teníamos sitio. Incluso en verano nos dejaban solos al cuidado de una gobernanta en un hotel o pensión". Un visión compartida por su hermano Gonzalo: " Durante unas vacaciones de Semana Santa quedamos a disposición del juez tutelar de menores en el colegio y prácticamente solos con el director ".
El candidato que pudo convertirse en Rey de España
En 1954, el dictador Francisco Franco permitió que los dos hijos del Infante Don Jaime regresaran a España con el fin de culminar sus estudios y con un plan en mente: tener a su disposición a diferentes posibles candidatos para sucederle llegado el momento. De los dos, Alfonso sería el que comenzó a ser considerado como posible alternativa a su primo Juan Carlos de Borbón.
La Ley de Sucesión de 1947 establecía que " para ejercer la Jefatura del Estado como Rey se requerirá ser varón y español, haber cumplido la edad de 30 años y profesar la religión católica ". Tres requisitos que tanto el hijo de Don Juan de Borbón como el de Don Jaime cumplieron llegado el momento pero que no consiguieron inclinar la balanza hacia Alfonso: fue su primo a quien Franco designó como sucesor en 1969.
A partir de esto, Alfonso de Borbón pasó a ser un personaje en cierto modo subversivo en cuanto a que no aceptó la derrota y supo cómo mover ficha. Se convirtió en un adepto seguidor del Movimiento Nacional y de la Falange, consiguió puestos en importantes instituciones gracias a la intervención directa de Franco y finalmente alcanzó la cima de sus aspiraciones al casarse con Carmen Martínez-Bordiú, la 'Nietísima': su noviazgo, compromiso y posterior boda fue una de las mayores conspiraciones del franquismo, auspiciada por la mismísima Carmen Polo y su yerno, el Marqués de Villaverde.
Una historia que se remonta a principios de los años 70, cuando Alfonso de Borbón era embajador en Suecia y recibió la visita de Carmen Franco, su esposo y su hija mayor. La belleza de Carmen Martínez-Bordiú encandiló al entristecido Alfonso, quien confesó en sus memorias: " De pronto, en la noche polar, la vi aparecer como un rayo de sol español ". Por desgracia, el flechazo no fue recíproco. Pero no hizo falta que lo fuese, porque las ganas que la 'Nietísima' tenía de irse de casa y las ansias de su padre por casarla con un nieto de Alfonso XIII hicieron que la relación fructificase a pesar de los 13 años de diferencia que había entre los dos.
Con motivo de su compromiso matrimonial, Franco quiso concederle a Don Alfonso el título de Príncipe de España, pero Don Juan Carlos se negó en rotundo. La solución intermedia a la que se llegó fue la de concederle el Ducado de Cádiz con tratamiento de Alteza Real. De ese modo, los honores que el nuevo duque no había recibido por nacimiento los recibía por 'obra y gracia' del Caudillo (y ya nunca se separaría de ellos).
La boda se celebró el 8 de marzo de 1972 . Fue sin duda el evento del año y muchos pensaron que tras eso Franco se retractaría y nombraría sucesor al marido de su nieta. Eso no pasó y a lo largo de los años de matrimonio se convertiría en un reproche continuo por parte del Duque de Cádiz a su primera esposa.
El principio del fin: un divorcio, un accidente y una pérdida irreparable
Alfonso de Borbón y Carmen Martínez-Bordiú dieron la bienvenida a su primer hijo poco después de casarse - el 22 de noviembre de 1972 nació Francisco de Asís de Borbón - al que se le sumó el 25 de abril de 1974 Luis Alfonso de Borbón. Los cuatro formaban una familia ideal de cara a la galería, pero la realidad puertas adentro era muy distinta.
En cuanto el Duque de Cádiz fue consciente de que ya no había posibilidades de convertirse en Rey de España, decidió retomar las pretensiones de los legitimistas franceses según las cuales él era - en calidad de descendiente del último Rey de Francia perteneciente a la Dinastía Borbón - el heredero natural al Trono. Se adueñó del Ducado de Anjou e inició una encarnizada campaña para desprestigiar a sus rivales. Esta fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de su esposa.
Carmen Martínez-Bordiú, con poco más de 20 años, no disfrutaba siendo una ama de casa y mucho menos una consorte 'de facto' para un trono inexistente. Consideraba a su marido un hombre "introvertido, pesimista, triste y amargado", por lo que en cuanto conoció a Jean-Marie Rossi, no dudó en dejarlo todo atrás para irse con él a París e iniciar una nueva vida.
Esto fue un duro golpe para su marido, quien tanto había sufrido con los problemas conyugales de sus propios padres. De hecho, nunca cejó en su intento de arreglar las cosas: llegó a proponerle a Carmen que fuese a París cuantas veces quisiese pero que no se divorciaran. No hubo nada que hacer y finalmente anunciaron su separación en 1979 (el divorcio no llegó hasta 1982).
A pesar del duro golpe que esto supuso para el Duque de Cádiz, no era nada en comparación con lo que el destino le deparaba. El 5 de febrero de 1984, cuando volvía de esquiar junto a sus dos hijos y la institutriz, tuvo el fatal descuido de saltarse un stop en un cruce de la carretera de Navarra y el vehículo en el que viajaban los cuatro pasajeros fue arroyado brutalmente por un camión de 23.000 toneladas.
Todos ellos fueron inmediatamente trasladados al hospital en estado grave, aunque la peor parte se la llevó sin duda el primogénito: sufrió unos daños tan letales que llegó al centro hospitalario clínicamente muerto. No pudieron hacer nada por salvarle la vida y finalmente el 7 de febrero de 1984 falleció de paro cardíaco. Tenía tan solo 11 años y su padre nunca se recuperaría de las heridas psicológicas del golpe: había perdido a un hijo y el sentimiento de culpabilidad que lo asolaba se convirtió en una nube negra que nunca le dejó volver a ver la luz.
Una muerte llena de interrogantes
Los años posteriores a la muerte de Francisco de Borbón y Martínez-Bordiú estarían marcados por los continuos ataques entre sus padres a cuenta de la custodia de su hermano Luis Alfonso, quien aunque en un primer momento se fue a París con su madre volvió a España para vivir con su padre.
La vida del Duque de Cádiz perdió todo su sentido a pesar de que encontró el verdadero amor con la actriz argentina Mirta Miller. Un amor que tuvo que mantener en secreto debido a su posición y a lo inconveniente de la posición de ella de cara a una posible reinstauración monárquica en Francia. Ella, junto a su hijo, fueron la última gran alegría en la trágica vida de Alfonso de Borbón.
Una trágica vida que, como si la más terrorífica de las películas de suspense se tratase, llegó a su fin de manera totalmente inesperada el 30 de enero de 1989 en una estación de esquí de Colorado (Estados Unidos). Hasta allí se había desplazado el duque en calidad de miembro de la Federación Internacional de Esquí - además de apasionado de este deporte - para supervisar la prueba de descenso del campeonato mundial. Él mismo se calzó los esquís para probar de primera mano las pistas.
Con lo que no contaba era que al final de la pista unos operarios estaban colocando un cable de acero para soportar la pancarta de la meta. Hay quien dice que estaba avisado, pero aún así, por causas que todavía se desconocen, Alfonso de Borbón perdió el control de la ruta y murió degollado por ese cable de cuatro milímetros. Según la autopsia, le provocó " una gran escisión en forma de media luna de 20 centímetros de longitud y con una penetración de 4'44 centímetros ".
Pese a la gravedad del incidente, el Duque de Cádiz no falleció en el acto. Su cuerpo yació inconsciente sobre la nieve durante 45 minutos hasta que finalmente fue hallado y llevado al hospital más cercano. Las dos horas de trayecto fueron determinantes y para cuando llegó a su destino el corazón ya había dejado de latir.
Son muchas las teorías conspiratorias que circulan desde entonces: unas apuntan a que se trató de un homicidio y otras incluso hablan de atentado. Sea como fuere, el más trágico de los Borbones puso fin a su existencia de una manera tan trágica como los 52 años que le tocó vivir. Fue enterrado junto a su hijo en el Monasterio de las Descalzas Reales (Madrid) con la inscripción "Su Alteza Real Don Alfonso de Borbón". Ese tratamiento por el que había luchado desde niño y con el que ahora goza del descanso eterno.