La exmujer del Príncipe Andrés de Inglaterra iniciaba de ese modo un proceso de rehabilitación y reconciliación con la que fuera su familia política después de décadas de escándalos y desencuentros. En los meses siguientes se la vio compartiendo risas con Isabel II en las carreras de Ascot e incluso volvió a ser invitada al Castillo de Balmoral para disfrutar de las vacaciones con la Familia Real Británica. Pero... ¿Qué ocurrió realmente para que la Duquesa de York y los Windsor pasasen del amor al odio?
1 Una chica vulgar y demasiado natural
Cuando en 1986 el tercer hijo de Isabel II anunció que iba a contraer matrimonio, muchos respiraron aliviados tras años de libertina soltería en los que se ganó fama de 'playboy'. No obstante, muchos otros se echaron las manos a la cabeza cuando descubrieron que la futura nuera de la Reina era una joven de casi 30 años que decía tacos, fumaba un paquete de tabaco al día y disfrutaba del coqueteo y los chistes verdes.
Según sostiene la escritora Kitty Kelley en 'Los Windsor' (1997), el flechazo fue instantáneo debido a sus caracteres similares: "Eran un par de salvajes aficionados al humor escatológico, a los ruidos corporales, gruñidos, eructos y demás". Aunque según sus amigos esta afinidad iba más allá y sostienen que había una atracción física "incuestionable" entre ambos.
En cualquier caso, la joven fue muy bien recibida por su familia política y cada vez pasaba más tiempo con los Windsor. Quien más disfrutaba de su compañía era la Reina, con quien montaba a caballo todas las mañanas y jugaba a las cartas. Isabel II llegaría a decir: "Esta vez Andrés ha encontrado a la chica adecuada". Sin embargo, no todos la veían con tan buenos ojos y una de las damas de la Reina Madre profetizó: "De esa chica tan vulgar no puede venir nada bueno".
2 Varios amantes y unas fotos que acabaron en divorcio
Las revistas de moda hacían hincapié en su "robusta" y "rellenita" figura, pero lo que realmente gustaba a la gente de ella era su imagen natural. Aún así, Sarah Ferguson se sometió a un tratamiento de adelgazamiento y el 23 de julio de 1986 apareció radiante en la Abadía de Westminster del brazo de su padre. Allí fue donde le dio el 'sí, quiero' al Príncipe Andrés ante cientos de invitados y millones de telespectadores en todo el mundo. La joven entró allí siendo una simple plebeya y salió convertida en "Su Alteza Real la Duquesa de York".
A partir de ese momento, ya nunca nada volvería a ser igual para ella. Su propio padre llegaría a reconocer que el título se le subió a la cabeza y que su hija "interpretaba mal las reglas": un apego excesivo al protocolo, la escasa actividad institucional, sus elevados gastos y una incipiente afición por el alcohol. Todo ello hizo que la que durante su noviazgo había sido adorada por el pueblo, ahora fuese la más criticada (incluso por su propio marido).
Precisamente el Príncipe Andrés, debido a su trabajo en la Marina, pasaba largas temporadas fuera y eso contribuyó a que la relación no funcionase demasiado bien. En busca de la compañía que en casa no tenía, la Duquesa de York comenzó a viajar cada vez con más frecuencia a Estados Unidos. Allí, durante su segundo embarazo, conoció al rico tejano Steve Wyatt, con el que en poco tiempo iniciaría una relación extramatrimonial.
Sus encuentros tuvieron lugar incluso en la propia residencia de los Duques de York. Es más, el propio Príncipe Andrés conoció al amante de su esposa sin llegar a sospechar que existía nada entre ellos. Pero aunque él no lo supiese, la noticia se convirtió en 'vox populi', llegó a los medios y al final tuvo que intervenir directamente la Reina para poner fin al adulterio.
Lejos de volver a su tarea de esposa y madre, Sarah Ferguson siguió con su descontrolado ritmo de vida y estrechó la relación que mantenía con su asesor financiero, John Bryan (a quien el propio Wyatt le había presentado). Y si ya con su anterior amante el escándalo había sido mayúsculo, con este fue astronómico: la prensa les fotografío juntos en St. Tropez jugueteando en la piscina con sus hijas al lado. Ella estaba en topless y él chupándole los pies.
La imagen corrió como la pólvora en el verano de 1992 y llegó al despacho de la Reina en Balmoral, donde los Windsor se encontraban de vacaciones. Allí estaba también la Duquesa de York con sus hijas, a quienes sin contemplación decidieron expulsar. El portavoz oficial informó al día siguiente de que las tres habían abandonado la residencia y habían vuelto en avión a Londres.
A partir de ese mismo instante fue oficialmente apartada de la Familia Real, aunque en realidad los Duques de York ya estaban separados desde 1992. El divorcio llegaría en 1996 y aunque Sarah perdió el tratamiento de Alteza Real, pudo conservar el título de Duquesa de York. Se llevó además 750.000 dólares y un fondo de 2'1 millones para sus hijas.
3 Relación de amor-odio con Lady Di
Los problemas maritales del Príncipe Andrés con su esposa coincidieron en el tiempo con los de su hermano mayor con Lady Di. Ambos se habían casado con mujeres que les superaban en popularidad y con unas personalidades arrolladoras difíciles de controlar. Sin embargo, las dos eran muy diferentes y su relación tuvo momentos buenos y malos.
Se conocían mucho antes de que ambas entrasen a formar parte de la Familia Real Británica y su complicidad era inequívoca: Sarah era de las pocas personas que conseguía hacer reír de verdad a la melancólica princesa. Fue precisamente su carácter alegre y bromista fue lo que encandiló a los Windsor y, al mismo tiempo, lo que marcó su primera diferencia con Diana.
Su imagen pública en los medios de comunicación también era opuesta: la Princesa de Gales era alta, delgada y estilosa; la Duquesa de York tenía mal gusto al vestir, carecía de modales y le sobraban unos cuantos quilos. Esto se traducía en que las organizaciones benéficas preferían que fuese Lady Di quien las amadrinase antes que su cuñada. Además, la prensa siempre se mostró mucho más comprensiva con Diana que con Sarah y esto se evidenció cuando los escándalos de la Duquesa comenzaron a pasar factura.
Hubo un momento en que Diana llegó a considerar a Sarah como su rival, pero en cualquier caso esta se convertiría en uno de sus grandes apoyos durante su divorcio con el Príncipe Carlos. La Duquesa de York se solidarizó con ella porque consideraba injusto que pretendiesen dejarlas como las malas. En palabras de Kitty Kelley: "Las dos jóvenes se aferraron una a otra como únicas supervivientes de un naufragio".
La trágica muerte de la Princesa de Gales en 1997 puso fin a esta relación de idas y venidas, pero pasado el tiempo Sarah Ferguson sigue recordándola. En 2016 reconoció echarla de menos todos los días: "La extrañamos todos mucho. Era la persona más divertida que he conocido en mi vida. Nos reíamos mucho juntas y disfruté cada momento junto a ella".
4 Malos negocios, muchos gastos y deudas
A pesar de la abultada cantidad de dinero que la Duquesa de York percibió tras su divorcio, eso no fue suficiente para cubrir unos gastos que pese a haber perdido el estatus quiso mantener: secretarias, personal de servicio, chóferes, abogados, contables... En total llegó acumular una deuda de 25.000 euros en 2009 y ella misma reconoció que su situación económica era "precaria". Pero... ¿Fue siempre así?
La verdad es que nunca fue buena estudiante y únicamente llegó a hacer un curso de secretaría en el Queen's Secretarial College de Londres. Antes de casarse trabajaría como dependienta, camarera, chófer, guía turística e incluso limpiadora en hoteles. Una vez que se convirtió en nuera de la Reina de Inglaterra sabría aprovecharse de su situación e hizo negocios de muchas maneras.
Siempre se la culpó de gastar demasiado y hacer poca cosa (durante su primer año de casada solo cumplió con 55 actos públicos) y el Duque de Edimburgo en más de una ocasión se quejó de que Sarah no justificaba tantos problemas. Puesta a tener unos ingresos extra, durante su primer embarazo decidió escribir un libro infantil: 'Las aventuras del helicóptero Periquito'. Solo por el adelanto recibió un millón de dólares y gracias a las cuatro entregas de la historia y los derechos se embolsaría un total de 2'5 millones.
Más tarde escribiría sus memorias - 'My Story' (1996) - y alcanzó un éxito total de ventas que le hizo ganar 3'7 millones. A esto habría que sumar anuncios publicitarios y numerosas entrevistas y apariciones en televisión que, lejos de hacer su imagen, no hacían más que perjudicarla. Aún así, se convirtió a sí misma en su propia fuente de ingresos.
Hay quien cuenta que cuando en 1994 decidió comercializar los derechos de su primer libro para hacer objetos como vajillas o incluso tapas de retrete, la Reina Madre puso el grito en el cielo: "Ni Wallis en sus peores tiempos habría tenido esa desfachatez". Bastó con una llamada al Palacio de Buckingham para sentenciar el fin de la Duquesa de York.
5 El escándalo definitivo que colmó el vaso
Pasaron los años y a pesar de todos estos escándalos que la precedían, podría decirse que Sarah Ferguson nunca tenía suficiente y en 2010 llegó la guinda del pastel: el tabloide sensacionalista 'News of the World' la grabó a través de una cámara oculta ejerciendo de comisionista con un falso empresario que buscaba su intermediación para llegar al Príncipe Andrés.
La Duquesa de York le decía a su interlocutor: "Puedo abrir cualquier puerta que usted quiera que le abra. Andrés sabe que tiene que mantenerme porque no tengo dinero. Si usted quiere convencerle para su negocio, cuide de mí y él cuidará de usted. Le aseguro que logrará 10 veces el dinero que ponga". El escándalo fue mayúsculo porque su exmarido era en esos momentos Representante Especial para el Comercio y las Inversiones de Reino Unido, por lo que su actuación fue vista como un auténtico tráfico de influencias.
Para conseguir sus objetivos, Sarah pedía un adelanto de 40.000 dólares en efectivo y un total de 700.000 cuando el trato llegase a buen puerto. Pero nunca hubo trato y la implicada se vio obligada a pedir disculpas. En una entrevista a Oprah Winfrey llegó a alegar que estaba bajo los efectos del alcohol: "Estoy profundamente arrepentida de la situación y de la vergüenza pasada".
La principal consecuencia de todo ello fue que al año siguiente no figuró en la lista de invitados a la boda de los Duques de Cambridge. Algo que le dolió especialmente teniendo en cuenta que ella había sido la última novia real en cruzar el pasillo de la Abadía de Westminster. Años después ya sí volvió a ser invitada a los eventos de la Familia Real Británica, pero es sólo cuestión de tiempo que vuelva a recaer, porque tal y como reconoce Kitty Kelley: "Sarah Ferguson cae en la polémica con la misma facilidad de un borracho que no se aguanta de pie".