Nacida en una cuna de oro
Nació en 1932, siendo la menor de seis hermanos y teniendo como padre a uno de los hombres más ricos de España por aquel entonces: Ildefonso Fierro Ordóñez. Se trataba de un empresario de origen leonés que supo beneficiarse de la exportación de materiales bélicos como el carbón, el wolframio y el tungsteno durante las dos guerras mundiales; gracias a lo cual comenzó a crear entre los años 20 y 30 un entramado empresarial que no hizo más que crecer durante los años siguientes.
No es de extrañar, por lo tanto, que su hija esté profundamente orgullosa de su padre. No solo ha heredado de él su inmensa fortuna, sino que en más de una ocasión no ha dudado en reivindicar su figura como un ejemplo de crecimiento social basado en el trabajo: "Conozco a muchas aristócratas que son encantadoras, pero otras te miran por encima del hombro porque a tu abuelo no le mató El Cid Campeador con una lanza. ¡Oye guapa! Que mi padre salió de la nada y luchó para lograr todo lo que consiguió".
De la alta sociedad al papel cuché
Alguien de su posición no podía casarse con cualquiera, por lo que el hombre elegido para formar una familia fue el también empresario bilbaíno José Antonio Torróntegui Anduiza. Se casaron el 30 de junio de 1957 en la Real Iglesia de San Francisco el Grande (Madrid) y durante los años siguientes tendrían cuatro hijos: Flora, Marta, Gracita y José Manuel. Formaron una familia digna de la élite social y a partir de entonces Cuqui se dedicó principalmente a dos menesteres: las labores del hogar y la beneficencia.
Por lo primero es por lo que sin duda se ha hecho famosa, hasta el punto de que quien conoce sus dotes como anfitriona sostiene: "Como en casa de Cuqui, en ningún sitio". Y es que en los años 60 se propuso convertir su palacete madrileño en un punto de encuentro para todo aquel que era alguien en aquellos tiempos: la familia Franco, Pitita Ridruejo, el Rey Juan Carlos, la Condesa de Romanones...
De hecho, por sus contactos e influencia, podría decirse que todo aquel que no era invitado a sus fiestas no era nadie. En este sentido cabría señalar cómo el apoyo de Cuqui Fierro fue clave para encumbrar a personajes como una joven Isabel Preysler recién llegada de Manila y posteriormente a una Carmen Lomana a quien la alta sociedad ha mirado siempre con recelo por su faceta más mediática.
En su época de esplendor, el comedor de los Fierro-Torróntegui llegó a acoger 200 comensales y contar con un servicio compuesto por 40 camareros. Con el tiempo las celebraciones se volverían ligeramente más modestas, aunque siempre manteniendo la exquisitez de los platos y el refinamiento de la decoración. Asimismo, hay otra tradición que tampoco ha variado en todos estos años: el almuerzo dominical. Todos los domingos, Cuqui reúne a sus invitados para que acudan a una misa celebrada en la capilla del palacete y posteriormente los agasaja con un almuerzo en los jardines.
Precisamente es en este punto donde se unen su faceta más mundana y solidaria, porque tal y como declaró la presidenta de Nuevo Futuro (asociación sin ánimo de lucro dedicada a la protección y desarrollo integral de la infancia y la adolescencia) en 2018: "Todos los domingos Cuqui invita a su casa a comer a distinta gente y, aprovechando, les vende cosas. Lo que recauda lo guarda y nos lo trae al Rastrillo todos los años en un sobre. Este año su donación ha sido de 6.000 euros".
Lo cierto es que la hija de Ildefonso Fierro colabora con esta organización prácticamente desde su creación, allá por 1968. Junto a la Infanta Pilar (Presidenta de Honor de Nuevo Futuro), ha acudido a prácticamente todas las ediciones del tradicional rastrillo benéfico que la asociación organiza para recaudar fondos y nunca ha dudado en ponerse el delantal o ejercer de vendedora ella misma. No en vano, en 2018 fue premiada por su labor con motivo del 50 aniversario del Rastrillo Nuevo Futuro.
Los ricos también lloran
Después de haber vivido y disfrutado tanto, Cuqui Fierro descubrió en su madurez cómo de cierto es que el dinero no da la felicidad a través de una serie de infortunios y desgracias personales que han conseguido ensombrecer la última etapa de su vida. Una serie de sinsabores que comenzaron en 1996, con la muerte de su segunda hija de manera totalmente inesperada: mientras se estaba depilando con cera, se le quemó el camisón y el fuego acabó extendiéndose por todo el cuerpo. Las quemaduras fueron de tal grado que tras dos meses en coma finalmente falleció.
Un duro golpe al que la adinerada mujer tuvo que hacer frente, pero del que nunca se recuperaría. Al igual que no lo ha hecho de la muerte de su esposo en 2001 y de su único hijo varón en 2012 a causa de un cáncer. Tres muertes a las que se les unieron además las de otros familiares cercanos como varias de sus hermanas y uno de sus sobrinos, lo cual acabó por sumir a Cuqui Fierro en una profunda tristeza que intenta sobrellevar con la ayuda y el apoyo de sus amigos más fieles.
Eso sí, desde 2017 ya no los recibe en su emblemático palacete de 1.900 metros cuadrados en el madrileño barrio de Salamanca, puesto que ese mismo año decidió ponerlo en venta y mudarse a un piso más pequeño. Rápidamente saltaron las alarmas, pero ella misma quiso aclarar las razones a la periodista Carmen Duerto en una entrevista tras conocerse la mudanza: "Con mis achaques de salud, vivir en un palacete de cinco plantas y sin adaptar a los problemas de movilidad que tengo ahora, me resulta invivible".
Lo cierto es que la emblemática anfitriona siempre ha hecho gala de una figura de formas redondeadas y, con el paso de los años, esto ha acabado por dificultar su movilidad hasta el punto de que de un tiempo a esta parte necesita ser trasladada en silla de ruedas para realizar largas distancias. No obstante, superados los 80 años continúa organizando sus míticas veladas y luciendo sus mejores galas en cada una de sus (cada vez más escasas) apariciones públicas. Demostrando así, que nadie ha conseguido arrebatarle su trono como reina de la alta sociedad.