El 10 de diciembre de 1989 el escritor gallego Camilo José Cela recibía de manos del Rey Carlos XVI de Suecia el máximo galardón al que puede aspirar cualquier persona dedicada al noble arte de la escritura: el Premio Nobel de Literatura. Se trató de un acontecimiento casi histórico, puesto que hasta la fecha Cela es el último español en haber sido galardonado con esta distinción. No obstante, ni la presencia de la Infanta Cristina ni el brillo de las joyas de la Familia Real Sueca consiguió deslucir el triunfo personal de una mujer sentada en la primera fila.
Se trataba de Marina Castaño, la mujer por la que el escritor había abandonado a su esposa Rosario Conde tras más de cuatro décadas de unión y un hijo en común. Prácticamente los mismos años que duró dicho matrimonio eran los que había de diferencia entre el premiado y su novia : él tenía 31 y él 73. Por aquel entonces todavía no estaban casados, pero todo llegaría.
De 'secretaria particular' a Marquesa de Iria Flavia
Esa peculiar pareja que acaparó todos los flashes en la gala de los Premios Nobel se había conocido en realidad muy pocos años antes. Fue en 1985, al realizarle ella (periodista de profesión pero sin título) una entrevista a Cela en el programa que presentaba en Radio Galega. Y es que ambos tenían en común sus orígenes: el escritor había nacido en Iria Flavia (Padrón) y ella en A Coruña. Pero mientras que Cela rápidamente se trasladó a Madrid, ella permaneció durante toda su infancia y juventud ligada a Galicia.
Tras esa primera toma de contacto vendrían numerosos encuentros privados hasta que en 1988 realizaron su primera aparición en público, en la cual el escritor la presentó como su "secretaria particular". Solo un año después, esa pizpireta rubia ocupó el puesto que le correspondía a Rosario Conde en la entrega de los Premios Nobel. Casada desde 1944 con el escritor, ella había sido quien le había acompañado en su camino al éxito. Un éxito del que ahora otra mujer disfrutaba.
Pero para entonces, Camilo José Cela ya había dejado que su faceta de personaje sustituyera progresivamente a la de escritor. Atrás quedaba el gran intelectual que deslumbró a todos con obras como 'La colmena' o 'La familia de Pascual Duarte'. El gallego, en su madurez, comenzaría a ser más conocido por sus polémicas declaraciones -"No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo"- y por sus histriónicas apariciones públicas (como cuando realizó su segundo viaje a la Alcarria a bordo de un Rolls Royce). Una situación que empeoró al recibir el prestigioso premio sueco y tras su boda en 1991 con Marina Castaño.
Esposa, cuidadora y protectora
En 1996, coincidiendo con el 80 cumpleaños del escritor, el Rey Juan Carlos le concedió el título nobiliario de Marqués de Iria Flavia. De ese modo, Marina Castaño ya no solo era legalmente la mujer de un Premio Nobel, sino la nueva Marquesa (consorte) de Iria Flavia. Sin duda todo un ejemplo de ascenso social para una joven de provincias que ya había estado casada en una ocasión (con el capitán marítimo José Luis Fernández) y que tenía una hija llamada Laura. Una niña que a partir de la boda de su madre con Cela se convirtió en el centro de atenciones para el escritor, puesto que si ya para entonces la relación con su hijo Camilo José estaba casi rota, no haría más que ir a peor tras la llegada de Marina a su vida.
Una vez ratificada la unión matrimonial -primero por lo civil en 1991 y luego por el rito católico en 1998- los nuevos marqueses se convirtieron en figuras imprescindibles de la crónica social y, más que en esposa, Marina comenzó a ocupar el papel de cuidadora y sobre todo de protectora. El genio de Camilo José Cela era una fuente de ingresos que había que preservar, por lo que no escatimó en esfuerzos para conseguir mantener saludable al longevo escritor.
Tal y como revelaría en una entrevista concedida a la revista Vanity Fair en 2013 el exsecretario del escritor, Marina obligaba todos los días a su marido a salir a pasear. Algo que a él no le hacía especialmente ilusión, por lo que a la mínima aprovechaba para escaparse con su secretario al bar más cercano a disfrutar de un buen pincho de tortilla. Eso sí, no sin temor a la reprimenda de su esposa. Al menos así lo refleja la advertencia que realizaba Cela a su acompañante siempre que regresaban a casa: " Ni se te ocurra decirle a Marina que no hago el kilómetro ".
El entrevistado reveló también hasta que punto llegaba la supuesta tacañería de la marquesa consorte: " Las fotocopias en aquel hogar se hacían a partir de las 5 de la tarde, cuando, según Marina, la electricidad era más barata. Además, había que intentar lograr que el encargado de cambiar el tóner de la tinta aceptara un libro dedicado del maestro en lugar de lo que costaba el recambio". Aunque sin duda lo más revelador fueron sus declaraciones acerca del clima de tensión familiar que se vivía en la residencia del Premio Nobel: "En la casa jamás se hablaba de la exmujer de Cela y muy pocas veces de su hijo, a quien intentó desheredar ".
Se abre por primera vez la Caja de Pandora
Al exsecretario no le faltaba razón, puesto que con los años se ha sabido que Camilo José Cela modificó su testamento a los pocos meses de casarse con Marina Castaño con el objetivo de beneficiarla a ella en detrimento de su hijo. Además, tras la creación de la Fundación Camilo José Cela en 1991, gran parte del legado que debería haber transmitido a sus descendientes fue donado a dicha fundación, ubicada en la localidad natal del escritor: Iria Flavia.
Así las cosas, el panorama apuntaba tremendamente conflictivo para la familia en el momento en que el escritor falleciese. Algo que ocurrió el 17 de enero de 2002 a los 85 años a causa de una enfermedad cardiovascular que, por mucho que Marina intentase prevenir, no pudo remediarse . Puede que en el desenlace final influyesen los churros con chocolate que Cela se tomó para desayunar el día anterior a su muerte, acompañados de un plato de lentejas al mediodía. Genio y figura hasta la sepultura.
Una vez superado el duelo tras la trágica pérdida, se procedió a abrir el testamento y lo que se encontró en él sorprendió a muchos: Camilo José Cela nombró a su segunda esposa heredera universal y administradora única de todo su patrimonio mobiliario y cultural. Es decir, aparte de heredar la fortuna del Premio Nobel y sus propiedades, Marina Castaño pasaría a partir de entonces a poseer los derechos de autor de su obra. Lo cual se traduce en que ella es la primera y única beneficiaria de cada uno de los libros que se reimprimen de la vasta trayectoria de su marido.
En lo que respecta a su único hijo, Camilo José Cela Conde únicamente recibió como legado un cuadro de Joan Miró que su padre consideraba suficiente por su alto valor económico. Tras tasarlo y comprobar que su valor no era tanto como se creía, inició un procedimiento legal contra su madrastra para reclamar las dos terceras partes de herencia que le correspondían. Algo que en 2014 el Tribunal Supremo saldó con esta sentencia: al hijo del Premio Nobel debería percibir 5'2 millones de euros de la fortuna de su padre, valorada en su día en 8 millones.
Los encargados de pagarle tal cantidad debían ser tanto Marina Castaño, quien debía compensarle con 3'9 millones de euros en concepto de derechos de explotación de la obra de Cela, como la Fundación Camilo José Cela. Esta última entidad debía entregar al hijo de su fundador un total de 1'3 millones de euros debido a que el tribunal consideraba que la donación hecha en vida por parte del escritor había sido excesiva y debería haber legado a su hijo al menos la legítima. Pero dadas las circunstancias económicas en las que se encuentra la fundación, el panorama pinta incierto a la hora de recibir dicha cuantía.
La Fundación de los horrores
La institución que Camilo José Cela había creado con su nombre con el objetivo de preservar su legado y transmitirlo a las sucesivas generaciones es desde 2010 un organismo público dependiente de la Xunta de Galicia. En un principio era privada, pero la mala gestión que se hizo de ella la llevó a una situación que, de no haber intervenido el gobierno autonómico, la habría condenado al cierre. Son muchas las causas y los posibles culpables, pero la última responsable de ello fue Marina Castaño en calidad de Presidenta de Honor del patronato.
Recibió ese cargo tras morir su marido y aunque en un principio las cosas parecieron ir bien, muchos eran los que veían irregularidades en su gestión y los trabajadores se quejaban de las malas condiciones en las que se encontraba el lugar: inundaciones continuas, cuadros protegidos con plásticos, mal acondicionamiento... Ella se defendía quitando hierro al asunto: " ¡Qué va! Eso se ha exagerado porque ha habido una mano que movía una pluma, que publicaba disparates en los periódicos. Pero ni hubo inundaciones ni nada ".
Lo cierto es que el autor de este artículo fue testigo directo hace unos años de la situación real de la Fundación Camilo José Cela, prácticamente cerrada al público debido a la escasez de visitantes. Algo que contrasta notablemente con la casa-museo de Rosalía de Castro, ubicada a pocos kilómetros de Iria Flavia y que, aparte de estar perfectamente conservada y primorosamente cuidada, goza de una fluidez de visitas envidiable. Los hechos hablan por sí solos y al final un juzgado de Padrón admitió a trámite en 2012 la denuncia realizada por una vecina cuya residencia linda con la sede de la fundación.
El asunto pasó del juzgado número 2 de Padrón a la Audiencia Provincial de A Coruña, donde a día de hoy todavía se dirime este caso en el que están acusados tanto la propia Marina Castaño como varios directivos de la fundación. Todos ellos, acusados de presunta malversación de fondos públicos, se enfrentan a una pena de prisión de 4 años y seis meses y al pago de una indemnización conjunta a la Xunta de Galicia por valor de 150.000 euros. En el momento de redacción de este artículo, el caso está pendiente de sentencia.
Mientras tanto, Marina Castaño ya no es la misma que en su día recibía los honores de la realeza sueca en Estocolmo. De hecho, ya no es ni marquesa viuda. Tras su boda en 2013 con el cirujano Enrique Puras no solo perdió el título nobiliario concedido a su primer marido, sino que se vio expulsada de la Fundación y fue considerada persona 'non grata' por el ayuntamiento de Padrón. Tres décadas después de aquella entrega del Premio Nobel, ya no queda nada ni del legado del escritor ni del prestigio de su viuda.