Pasaban 1 hora y 45 minutos del 28 de marzo de 1926, cuando María del Rosario de Silva y Gurtubay, Marquesa de San Vicente del Barco, trajo al mundo a la heredera de la Casa Noble más importante de España: la Casa de Alba. Se deseaba un varón, pero el bebé fue una niña, una mujer que sería la XVIII Duquesa de Alba cuando sucediera a su padre, Jacobo Fitz-James Stuart. El XVII Duque de Alba se encontraba en el Palacio de Liria de Madrid, residencia principal del clan aristocrático, departiendo con Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala.
La niña recibió los nombres de María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza en su bautizo, celebrado el 17 de abril de 1926 en el Palacio Real, siendo apadrinada por los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Entre tantos nombres para elegir, se quedó con el de Cayetana, aunque de pequeña le llaman simplemente Tana.
La infancia de la aristócrata fue triste. No tuvo hermanos, su padre era rígido, frío y distante, y con su madre apenas tuvo relación a causa de la tuberculosis que terminó llevándosela a la tumba en 1934. Por aquel entonces vivía en París, ciudad a la que fue enviada a estudiar cuando se proclamó la República en España en 1931. Tana volvía a casa en vacaciones, aunque iba a Sevilla, donde los Alba eran y son propietarios del Palacio de las Dueñas. Después del estallido de la Guerra Civil Española, Jacobo Fitz-James ejerció como representante de Franco en Reino Unido, llegando después a Embajador. Tana viajó con él a Londres, donde se hizo amiga de las entonces Princesas Isabel y Margarita. En 1945, los Alba volvieron a España a causa del Manifiesta de Lausana en el que Don Juan de Borbón pidió a los adeptos a la Monarquía que dejaran sus cargos en el régimen de Franco.
Doña Cayetana, a quien su padre cedió el título de Duquesa de Montoro, mostró pasión por el flamenco, los toros, la pintura... y por los toreros. Su primer amor fue el torero Pepe Luis Vázquez, aunque lo suyo no llegó a nada por la oposición del Duque de Alba, que quería como yerno a un miembro de la aristocracia. El elegido fue el ingeniero industrial y nobilísimo Pedro Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, con el que se casó en Sevilla el 12 de octubre de 1947. Tras la boda, recorrieron medio mundo, despertando todavía más en la Duquesa su pasión por viajar. A la vuelta, empezaron las obras de restauración del Palacio de Liria, que había sido destruido durante la Guerra Civil. Las obras empezaron en 1948 y terminaron en 1956. Esta fue la última gran obra del XVII Duque de Alba y pidió a su heredera que continura a su muerte, como así hizo.
Además de consagrarse a la reconstrucción y a sus aficiones, Cayetana de Alba se dedicó a su familia. Junto a Luis, al que al principio no amaba, pero al que terminó queriendo, tuvo seis hijos. El mayor fue Carlos (1948), después vino Alfonso (1950), posteriormente vino al mundo Jacobo (1954), al que siguieron Fernando (1959), Cayetano (1963) y Eugenia (1969), la esperada niña. El XVII Duque de Alba solo conoció a los dos mayores, ya que murió el 24 de septiembre de 1953, dejando a Doña Cayetana desolada y al frente de la Casa de Alba, con cuarenta títulos, 14 grandezas de España y un innumerable patrimonio en palacios, edificios, fincas y tierras. La muerte volvió a visitar a los Alba en 1972 cuando una leucemia acabó con la vida del Duque de Alba consorte, fallecido a los 52 años. Doña Cayetana se había quedado viuda a los 46 años.
En 1975 murió Franco, con el que los Alba siempre tuvieron una enorme tensión, y subió al Trono Juan Carlos I, un momento maravilloso para una monárquica convencida como ella. Sin embargo, era una mujer abierta que alternaba con todo tipo de gente, así que no le costó enamorarse del exjesuíta Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate cuando le conoció, y eso que al principio se cayeron fatal. La Duquesa de Alba quiso que el erudito fuera su marido, y pese a la oposición de sus hijos, se casó con el 16 de marzo de 1978. Gracias a él se acercó a la izquierda, sobre todo al PSOE, si bien es cierto que sus inquietudes fueron más artísticas que políticas. Por aquel entonces se creó la Fundación Casa de Alba para salvaguardar el inmenso patrimonio de la familia, algo en lo que se interesaron más su hijo Carlos y Jesús Aguirre.
La Duquesa de Alba siguió forjando su leyenda de mujer libre que se ponía el mundo por montera en los años 80 y 90, en los que permaneció junto a Jesús Aguirre pese a los altibajos de su matrimonio. La pareja estuvo casada 23 años, hasta que su segundo Duque de Alba consorte murió el 11 de mayo de 2001 a los 66 años. Fue este su gran amor, y le costó mucho superar una pérdida tan irreperable. Su salud le jugó malas pasadas. Sufrió un ictus del que no se recuperó nunca, que le afectó al habla y le impidió volver a pintar y a bailar flamenco. Una hidrocefalia le dejó postrada en una silla de ruedas, aunque gracias a una operación logró volver a caminar, aunque sus facultades quedaron mermadas.
Volvió a enamorarse en la etapa final de su vida junto a Alfonso Díez, un funcionario palentino al que conocía por mediación de un hermano de él que era anticuario. Su relación fue poco a poco hasta que decidieron que querían estar juntos pese a que ella tenía más de 80 años y él era 24 años más joven. Sus hijos se alarmaron ante la idea de su madre de volver a casarse, ya que no querían vivir una relación como Dios manda, siendo como era una mujer muy católica. La Duquesa de Alba serenó a sus 6 hijos al repartir la herencia en vida, quedándose ella como usufructuaria. Pese a ello, el reparto generó tensiones con su hijo Jacobo, que se sintió agraviado. Con el permiso del Rey Juan Carlos I que ella quiso tener, la boda se celebró el 5 de octubre de 2011 en el Palacio de las Dueñas de Sevilla, donde la pareja estableció su residencia. Allí dejó imágenes para el recuerdo, cuando salió a saludar junto a su tercer marido y se puso a bailar ante el público.
Los tres últimos años de la vida de Cayetana de Alba fueron duros por su salud, pero extremadamente felices gracias a su amor por Alfonso Díez, con el que vivió en una nube. Viajó, vivió al máximo todo lo que pudo, se reconcilió con todos sus hijos gracias a la mediación del funcionario y disfrutó de sus 9 nietos y de los bisnietos a los que llegó a conocer. En noviembre de 2014 su estado se agravó, por lo que fue ingresada. Consciente de que su final se acercaba, pidió ser llevaba al Palacio de las Dueñas de Sevilla, donde murió el 20 de noviembre de 2014 a los 88 años.